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El bombazo que Scaloni calculó, la complicidad de los caciques y una crisis que Tapia quiere ahogar en Miami
El mensaje del entrenador puso sobre la superficie una serie de reclamos que no encuentran eco en la AFA
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Esta es la historia de una crisis de consecuencias todavía impredecibles, que no pudo disimularse ni con un triunfo que entró en los libros de historia del fútbol argentino. Tiene un protagonista central y otro que, a esta altura, va tomando el perfil de antagonista. Aunque naveguen, supuestamente, en las mismas aguas. Un día después, las palabras lanzadas por Lionel Scaloni siguen repiqueteando, aunque el paso de las horas haya traído algunas pistas más sobre las razones de ese “está complicado seguir, es tiempo de pensar” que el entrenador disparó desde la sala de conferencias del Maracaná. Fue instantáneo: desde ese momento, el segundo 1-0 consecutivo de Argentina ante Brasil en ese templo laico dejó de existir. O casi…
“¿Fuera de timing? ¿Y cuándo iba a decirlo? No había otro momento”, razona alguien del staff técnico acerca de por qué Scaloni eligió soltar el cuchillazo después de semejante gesta. Hacerlo antes o después de la derrota ante Uruguay hubiera sido nocivo para los jugadores, razona la misma persona, porque el efecto habría tenido el mismo peso de hoy: si Scaloni sigue o no, se transformó en una cuestión de Estado, la única que pudo correr del centro de la escena nacional el resultado de las elecciones presidenciales del domingo. Afirmado en su idea, el DT prefirió esperar hasta el final de esta ventana de eliminatorias para descerrajar lo que quería comunicar entrelíneas. ¿Y por qué no dejar pasar unos días y hacerlo después, cuando se consuma la felicidad de la victoria? Porque para hacer eso hubiera necesitado convocar a una conferencia de prensa específica, con espacio para cuestionamientos que ayer no hubo. O pedir que lo entrevisten, algo que descartó.
En otras palabras: el suyo no fue un impulso, sino una elección. Por eso suena inverosímil que los jugadores no estuvieran al tanto de lo que el entrenador iba a declarar sin que nadie le preguntara, porque solo a un despistado se le habría ocurrido consultarlo sobre si pensaba seguir o renunciar. Al menos, el núcleo duro que capitanea Messi y componen también Dibu Martínez, Otamendi, Di María, De Paul y Paredes debían estar en la misma sintonía. Ellos no hubiesen perdonado que el nuevo Maracanazo se tapara con palabras desconocidas. Porque, en un punto, hay un elemento que los encolumna, parte central del problema: todos están desgastados porque la bendita “profesionalización” de la selección que reclaman demora en hacerse cuerpo. Ese fue uno de los motivos que Scaloni y su cuerpo técnico apuntó como deuda ya en los días gloriosos del Mundial de Qatar: ven muchas personas en la órbita de la selección, pero pocas con la capacidad de generar un entorno confortable en el día a día, acorde al de una selección de prestigio mundial. Más allá de los títulos, o incluso antes de que llegaran, ese ítem estaba marcado en rojo. Y el color todavía no cambia.
Allí es donde se erige la figura del antagonista: Claudio Tapia. “Con Chiqui está todo bien”, sonrió Scaloni a la pasada cuando se iba del estadio, ante una pregunta de un periodista de radio la Red que estaba en la zona de los autos y buses que se llevaron a los campeones de mundo del estadio. Fue un comentario de corrección política, nada más: con Tapia no está todo bien. Un rato antes, el presidente de la AFA le había respondido por WhatsApp a un dirigente que le transmitía preocupación por la bomba detonada por Scaloni: “Quedate tranquilo, no pasa nada”, intentó calmarlo quien salió caminando con Rodrigo De Paul, sin parar frente a la prensa que clamaba por respuestas en la zona mixta del Maracaná.
“Que desastre los de la AFA”, inmortalizó Messi en 2016 en un posteo en Instagram, mientras se demoraba la salida de un vuelo de la selección, que debía ir de Houston a Nueva York a jugar la final de la Copa América Centenario. Más allá de que ese día había niebla y no inoperancia, tenía razón: la AFA era entonces un barco sin timonel, sumida en la crisis disparada por la fallida elección presidencial de unos meses antes, sin nadie que se hiciera cargo. Fue entonces que Tapia ganó posición, ágil para moverse y lograr empatía con los futbolistas y Tata Martino, el técnico del momento. Tantos años después, ese vínculo jugadores-presidente germinó en relaciones que se parecen a la amistad, en algunos casos, y tal vez sea ese el hilo que impidió que el capitán hiciera coro con su entrenador en la madrugada carioca. Pero no los argumentos: la mayoría de estos futbolistas forma parte de la élite de Europa, donde mayormente no hay espacio para improvisaciones ni problemas de logística en los viajes como los que detectan cuando vuelven cada tanto al entorno selección. ¿Un ejemplo? Les generó ruido que se haya armado una gira por China e Indonesia a mitad de año, a favor de la cuenta corriente de la AFA pero en contra de la lógica: hubiesen preferido evitar la travesía de esa gira lejana -y jugar en Europa, por ejemplo-, después del desgaste de una temporada larguísima para todos.
Pero Messi esquivó el conflicto directo: en la cancha y en sus redes sociales ponderó el triunfo y reclamó justamente por la paliza que la policía militar de Río les había dado a los hinchas argentinos. Nada dijo del “Scaloni gate”, y luego se fue por una puerta lateral, lejos del alcance de los periodistas, a tomar su vuelo privado rumpo a Miami.
Esa ciudad, su nuevo lugar en el mundo, marcará inevitablemente el epicentro del próximo capítulo de esta historia. El 7 diciembre se realizará allí el sorteo de la Copa América 2024. Un show en sí mismo, para el que Conmebol exige la presencia de los presidentes de las federaciones y entrenadores de cada selección. Hoy nadie puede asegurar -ni siquiera él- que Scaloni pondrá sus zapatos en la alfombra roja. En Río de Janeiro sembró la duda, y a la vez se quedó a mitad de camino. No renunció, pero sintió que debía mandar un mensaje. Aferrado desde la madrugada del miércoles a su estrategia de dejar que los días despejen la tormenta, Tapia sabe que solo con esa pasividad no le alcanzará para retener al entrenador. De lo que él en estos días esté dispuesto a conceder, modificar y airear en la burbuja selección también depende la manera en que se resolverá la crisis. Si el protagonista y el antagonista posan juntos en ese dique aspiracional argentino llamado Miami, podrá jugarse con la idea de final feliz. Aunque, incluso en ese escenario, resultaría más apropiado sobreimprimir esa palabra que aparecía al final de cada capítulo en las viejas series de TV: continuará.
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