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El Barcelona se ha vuelto un equipo más porque juega como los demás
MADRID.–La perplejidad se ha adueñado del Barça y su hinchada, que no sabe cómo catalogar esta temporada después del sopapo en la Champions League. La Roma, un equipo que lucha desesperadamente por alcanzar el cuarto puesto en Italia, lo aplastó en la vuelta de los cuartos de final, después de la contundente victoria (4-1) del Barça en la ida. Nadie sospechó el desastre. Nadie concedió la menor oportunidad a la Roma, un equipo que trata de liberarse de la etiqueta defensiva que se adjudica a los italianos desde hace décadas. Se percibe una interesante revolución en Italia, donde el Nápoli sorprende por la belleza de su juego, pero la Roma parecía un débil rival para el Barça, a pesar del engañoso resultado en el Camp Nou. El Barça hizo los goles. La Roma desaprovechó las oportunidades. Una semana después, el incansable ataque romano destruyó no sólo al Barça, sino a su reputación. El shock fue de tal calibre que la directiva, los jugadores y los seguidores no saben qué pensar del golpazo.
Ese Barça aplastado en Roma será el próximo campeón de Liga. Cuando faltan seis partidos dispone de 11 puntos de ventaja sobre el Atlético de Madrid y 15 sobre el Real Madrid. Al día de hoy, se mantiene invicto en el campeonato. Su objetivo es ganar el título sin conceder una derrota. Su hegemonía en el campeonato es radical, nada menos que siete títulos en 10 años. El próximo sábado disputará la final de la Copa del Rey al Sevilla. Si vence, significará el sexto título de campeón en las últimos 10 ediciones. Sin embargo, la pesadumbre ha invadido a un club que ha reducido el territorio del éxito. Imparable en España, empequeñecido en Europa.
El fracaso de Roma no es novedoso. Por tercer año consecutivo, el Barça sale eliminado de los cuartos de final de la Champions League, la competencia que establece la escala de poder en el fútbol mundial. En términos estrictos es un torneo corto que se conquista en siete encuentros –octavos, cuartos y semifinales a doble partido y la final–, después de una fase de clasificación que suele ser un trámite para los grandes equipos. El sistema no privilegia la regularidad, ni ampara a los campeones de las principales Ligas de Europa. En las próximas semifinales participarán el Real Madrid (3º en España), Roma (4º en Italia), Bayern (1º en Alemania) y Liverpool (3º en Inglaterra), pero el impacto de la Champions League es de tal magnitud planetaria que a su lado todo se vuelve pequeño. Esa es la dolorosa sensación que digiere el Barça.
Sus repetidos desastres en Europa le restan crédito internacional. Ni las hazañas de Messi consuelan al Barça, que busca respuestas a su bloqueo en la competición más importante del mundo. La Juve lo barrió el pasado año (3-0 en Turín, 0-0 en Barcelona), después del terrible aviso en los octavos de final, donde el París Saint Germain le calzó un 4-0 en el partido de ida. La célebre remontada de la vuelta (6-1 en el Camp Nou) no sirvió para ocultar la realidad. El Barça es cada vez más vulnerable en Europa. La conmoción es tan aguda que en el club hay más preguntas que respuestas.
Ernesto Valverde es el nuevo objetivo de la prensa – permítanme decirles que los periodistas no perdemos nunca–, después de recibir incesantes elogios durante la temporada. Al hombre celebrado por su pragmatismo, discreción y prudencia se lo ataca ahora por su exceso de pragmatismo, escaso carisma y falta de atrevimiento. Se olvida, sin embargo, que el Barça comenzó a perder peso en Europa hace años. Aunque ganó la Champions League en 2015, su recorrido desde el final de la era Guardiola (dos títulos de campeón y dos veces semifinalista entre 2009 y 2012) ha sido muy poco relevante. No son pocos los que se preguntan si el Barça de Messi ha ganado menos Champions de las que debería.
No faltan quienes otorgan crédito a este Barça, destinado a la ruina en agosto, después de la intempestiva marcha de Neymar al París Saint Germain. Fue un sapo muy duro de tragar. Las derrotas frente al Real Madrid en la Supercopa de España avivaron el pesimismo. Los fichajes de Paulinho (40 millones de euros) y Dembelé (150 millones) no ilusionaron a nadie. De hecho, no fueron titulares en Roma. Aquel equipo sin futuro, sometido además a las tensiones del proceso político en Cataluña, tiene la Liga la mano y es favorito en la final de Copa. Sus méritos son incuestionables. Las sospechas, también. Desde los fichajes de Ter Stegen, Luis Suárez y Rakitic en el verano de 2014, el Barça sólo ha conseguido un jugador de relieve: el central francés Umtiti. El equipo envejece y no hay relevo a la vista. La cantera, esencial durante la etapa de Guardiola, se ha evaporado. Y está el juego, cada vez menos conectado con las convicciones que hicieron singular y admirable al Barça. Queda Messi, quedan retazos del viejo fulgor, pero cada año significa un paso atrás en lo evidente: poco a poco, el Barça es uno más porque juega como los demás.
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