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El balance de la Copa América: un torneo desangelado, lleno de quejas y con un final bochornoso
El bajo nivel futbolístico del certamen se complementó con campos de juego que no estuvieron a la altura y con deficiencias operativas serias del país anfitrión
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MIAMI (enviado especial).- El bochorno marcó el epílogo de un torneo atrapado en manos que no están acostumbradas a lidiar con ciertas características del universo del soccer. Gente saltando rejas, luchando cuerpo a cuerpo con policías y hasta buscando meterse por los ductos de aire. Epítome de un ignominioso final, en el que el comportamiento del público marcó la cancha. Escándalo y violencia afuera; fiesta y paz adentro. Escenas que desnudaron a una organización poco ducha en lidiar con conductas fuera del registro esperable. En el Hard Rock Stadium, donde Argentina se consagró campeón de la Copa América ante Colombia, hay eventos masivos todo el tiempo. Pero la seguridad no tiene que batallar contra un millar –o más- de personas que deciden ingresar como sea.
En un país enorme como Estados Unidos, con tradiciones y costumbres arraigadas y ajenas al sentir del fútbol, la Copa América pasó casi como un relámpago. Aquí las comunidades latinas son grandes y garantizan presencialidad en cada megaestadio que disponga de un encuentro, pero el resto de la gente vive con indiferencia e ignorancia un acontecimiento que en cualquier país sudamericano motorizaría economía y turismo. Para los estadounidenses, la Copa América fue un evento más dentro de un calendario de entretenimiento caudaloso. Y es en esta tierra de traslados eternos y canchas cuestionadas donde la FIFA aterrizará en 2026 como parte del Mundial organizado por América del Norte.
Fue una competencia desangelada en cuanto al nivel de las selecciones, con invitados de Concacaf que no cumplieron con las mínimas expectativas. México y Estados Unidos, muy por debajo de lo que podían ofrecer; Costa Rica, Panamá y Jamaica, acordes con sus realidades. Solo Canadá atravesó la mediocridad y se quedó con el cuarto puesto, aunque sus números hablan por sí solos: ganó 1 de los 6 partidos, pero le alcanzó para estar entre los cuatro mejores del certamen.
Acaso uno de los errores organizativos estuvo en la raíz, el sorteo, que generó un desbalance letal para la competitividad. La designación de México y Estados Unidos como cabezas de serie (junto con Brasil y Argentina), dos selecciones que no tienen el estatus para serlo, por más que algún ranking arbitrario diga lo contrario. Está claro que significó un gesto de Conmebol para sus pares de Concacaf, convidados para reforzar un certamen que por naturaleza queda corto de participantes. Pero que Brasil, Uruguay y Colombia hayan quedado de un lado de la llave, y, peor aún, hayan vuelto a cruzarse en los playoffs, suena a desproporcionado e injusto.
En línea con lo anterior, los asiste la razón a quienes afirman que Argentina –con la jerarquía inocultable de su plantel- tuvo un camino más allanado que los otros pesos pesados del continente.
Pero el flojo nivel del certamen también tuvo causas simplemente deportivas. El bajísimo nivel de algunas selecciones otrora competitivas, por ejemplo. Chile, Paraguay y Perú pasan por profundas crisis. Ecuador y Venezuela mostraron saludables signos de evolución. Uruguay fue de mayor a menor y terminó envuelto en un escándalo.
Y Brasil, que continúa con la falta de rumbo que ya se devoró a varios entrenadores, constituyó la gran decepción. Nadie pudo ganarle en los 90 minutos, pero sufrió una penosa eliminación por penales, y Vinicius, su máxima estrella, la vio sentado en la platea.
Un dato que describe a la perfección el nivel de los partidos: en el grupo de Argentina, entre los tres rivales (Canadá, Chile y Perú) anotaron en total ¡un solo gol!
Las quejas estuvieron a la orden del día, sobre todo de los entrenadores. Primero, las habituales, por fallos arbitrales que abrieron espacio para la controversia. El más duro fue Chile, que lo hizo de manera oficial, con un comunicado de su federación dirigido a la Comisión Arbitral de Conmebol; Dorival, DT de Brasil, dejó el torneo con duras palabras por haberse sentido perjudicado.
Pero el blanco principal de los reclamos tuvo que ver con el estado de los campos de juego, algo inadmisible en un torneo de estas características. Conmebol exigió césped natural en todos los escenarios, para garantizar las mismas condiciones en todos los partidos. Pero en Estados Unidos, el pasto sintético prima en la mayoría de los estadios. Primero, porque no son canchas de fútbol; son espacios donde juegan los equipos de la NFL (la liga de fútbol americano) y en los que habitualmente se realizan conciertos y otro tipo de eventos. El césped sintético, a esos fines, es lo más práctico: no se arruina. El fútbol no es prioridad. No lo fue tampoco la Copa América. ¿Lo será el Mundial 2026? ¿FIFA habrá tomado nota del desaguisado de los campos de juego?
Conmebol jugó al límite y varios se lo hicieron saber, aunque a la entidad no le guste los que alzan la voz. Fue Marcelo Bielsa el más encendido, con un discurso contundente, no solo por el incidente puntual entre sus futbolistas y el público colombiano, sino por las condiciones que afrontaron en lo que es la esencia de esto: el juego. Campos de entrenamientos y canchas en malas condiciones. Más allá de los adelantos tecnológicos que existen en Estados Unidos, hoy es imposible que un césped natural colocado dos, tres días antes de un partido deje el campo de juego en buena forma. ¿No previó esto Conmebol o no le importó? Estados Unidos cumplió con lo pedido. Los estadios tienen pasto artificial; ¿quieren natural? Se pone natural. ¿Las imperfecciones? Gajes del oficio.
Y otro detalle, no menor. Hubo rigurosidad con los DT que no respetaron los quince minutos de entretiempo (Scaloni, Bielsa, Gareca…), pero en la final hubo un descanso de 20 minutos por un show musical. El USA style corrió a un costado el reglamento.
En cuanto al aforo, se dio lo previsible. Muy buenas convocatorias con Estados Unidos y México, lógicamente. También con las selecciones que tienen comunidades grandes en este país, como Colombia. Argentina y Brasil, además de esto último, por el atractivo que representan. Si bien es un país en el que para la gran mayoría el fútbol pasa de manera indiferente, hay gente suficiente para poblar los estadios. El cartel de sold-out se colgó en varias ocasiones, pero tiene un elemento engañoso: aquí las entradas no son nominales y la reventa es legal, por lo que muchos compran para hacer negocio. Y muchas veces, si bien se vendieron todos los tickets, no se ocupan todos los asientos.
Queda la foto, replicada en todo el mundo, de una final que debió retrasarse una hora y media porque mucha gente decidió que iba a ingresar al estadio pese a no tener una entrada. En simultáneo, el presidente de Conmebol, Alejandro Domínguez, pateaba pelotas a una tribuna despoblada en compañía de dos artistas populares. Adentro, el show; afuera, el caos. El acto último, bárbaro e irracional que en algunas culturas motoriza el fútbol. Epílogo para un certamen en el que el negocio –vital para la realización de un acontecimiento de esta magnitud- pasó como topadora por sobre lo esencial.
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