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El amor es más fuerte. Los futbolistas que juegan para el club del que son hinchas
Una bandera que colgó la hincha de Gimnasia de La Plata durante el Clausura 2009 pedía: "Jueguen como hinchas". Ese torneo terminó con el Lobo en la Promoción, acaso una prueba de que esa no sea la fórmula del éxito. Pero la frase quedó en el imaginario futbolero. Cuando sea que vuelva el fútbol tras esta pausa por la pandemia, será sin público en los estadios aunque no necesariamente sin hinchas: es probable que alguno de los 22 que salgan a la cancha sean hinchas del equipo para el que juegan. A continuación, cinco casos emblemáticos de futbolistas que forzaron al destino para cumplir el sueño de ponerse de manera profesional la misma camiseta que usaron por amor desde niños.
Sebastián Blanco
El miércoles 1° de marzo de 2006, la noche en que Sebastián Blanco debutó por fin en la Primera de Lanús después de recorrer sus divisiones inferiores durante once años, la familia Blanco estuvo en la tribuna visitante. El Grana recibía a San Lorenzo y todas las tradiciones familiares se cruzaban en Arias y Guidi. Fue triunfo por 2 a 0 para el local. Y fue el comienzo de una gran carrera para el mediocampista de Lomas de Zamora, que se dio el gusto de usar las dos camisetas con las que soñó siempre: la azulgrana y la argentina.
En julio de 2014, un misil derribó un avión comercial en el este de Ucrania. Hubo 298 muertes. Blanco jugaba en el Metalist de Jarkov, a unos 300 kilómetros de donde cayó el avión. No volvió a Ucrania. Y coincidió con el período más glorioso de la historia de San Lorenzo, cuando levantó por fin la Copa Libertadores. El mediocampista festejó desde el codo Q el penal de Néstor Ortigoza que le dio la consagración. Semanas después, el Metalist lo cedió a préstamo al West Bromwich Albion. Jugó apenas tres partidos en la Premier League. Desde allí siguió la participación de San Lorenzo en el Mundial de Clubes. "Matos, Matos, el de los goles importantes", tuiteó cuando el delantero marcó el gol ante el Auckland City en las semifinales, el puente para jugar la final contra el Real Madrid.
El 2015 lo arrancó en Boedo. Ya no miraba al Ciclón por TV ni tampoco tuiteaba: era parte. "Los primeros meses me costaron mucho. Tuve que dejar algunos lugares que frecuentaba, estar más en casa, cerrar mi círculo íntimo. Cerré Twitter, ya no miro páginas de Internet, ni nada", contó a la revista El Gráfico. Blanco jugó más de 80 partidos en San Lorenzo y terminó construyendo una buena relación con el club de sus amores. El Portland de la MLS pagó cinco millones de dólares por él. En la despedida le habló a los hinchas: "Se termina una etapa como jugador, pero el lazo con San Lorenzo queda de por vida. Estoy orgulloso: cumplí el sueño que cualquiera de ustedes tiene".
Enzo Pérez
Si a Enzo Pérez lo hubiera anotado su madre en el registro civil se llamaría Nelson. Pero Carlos Pérez aprovechó su presencia para ganar la pulseada y ponerle a su hijo el nombre del uruguayo que empezaba a brillar en River en 1986. El vínculo del mediocampista con la banda roja arranca desde mucho antes de agosto de 2017, cuando debutó en el Millonario. Aunque su nombre de pila y el alocado festejo de un tanto que marcó para Estudiantes ante Boca en el Apertura 2009 lo delataban, elegía mantener en un perfil bajo su fanatismo. Iba al Monumental con capucha, recuerda. Su primera vez fue en un Superclásico: viajó en auto desde Mendoza, luego de vencer a Independiente, compró la reventa y gritó los goles de Higuaín para el 3 a 1 ante Boca.
Cuando en Astrada y Hernán Díaz lo dirigieron en Estudiantes le cumplieron el sueño de conocer al artífice de su nombre: apenas lo pudo saludar de los nervios. "¿Y qué querés, si me nublé?", le dijo a Astrada cuando le reprochó que tanto insistió para quedarse callado ante su ídolo. Con ese recuerdo Francescoli y Marcelo Gallardo, nada menos, lo invitaron a mudarse de Valencia a Núñez. Y ahí pasó a ser el jugador-hincha.
Pérez ya había jugado dos finales del mundo -con Estudiantes, ante Barcelona, en 2009; con Argentina, ante Alemania en 2014- pero la noche del 8 de agosto de 2017, por Copa Libertadores, ante Guaraní, se aguantó las lágrimas cuando vio la camiseta de River colgada de espaldas con su apellido. "Ser hincha dentro de la cancha en algún momento me jugó en contra. Lo hablé con gente cercana y lo traté de asumir", reconoció alguna vez. Por algunas lesiones musculares y la adaptación a lo que pretendía Gallardo, el arranque en el club de sus amores no fue el ideal. Pero cómo sigue la historia es sabido: se afianzó como volante central, pasó a ser uno de los mejores jugadores de Argentina y ganó con River una Copa Libertadores, una Recopa, dos Copa Argentina y una Supercopa.
Daniel Osvaldo
Daniel Osvaldo y Rodolfo Arruabarrena se conocieron en una cancha de fútbol mucho antes del 12 de febrero de 2015, cuando el delantero se entrenó por primera como jugador de Boca bajo las órdenes del Vasco. El 29 de noviembre de 2007, por la vieja Copa UEFA, se cruzaron el AEK Atenas de Arruabarrena y la Fiorentina de Osvaldo. El goleador le pidió la camiseta durante los 90 minutos y le agradeció por los goles en la final de la Libertadores del 2000. Sólo una anécdota más del fanatismo de Dani Stone, que alguna vez contó que de chico debía escaparse de su casa para ir a la Bombonera junto a un amigo que era socio porque sus padres no lo dejaban.
Luego de jugar, entre otros, en Inter, Juventus y Roma, Osvaldo se puso la camiseta de sus amores. El cuento parecía ideal: un goleador de elite que dejaba Europa para jugar en el equipo del que es hincha y que en su primer partido marca el gol del triunfo en una noche de Copa Libertadores. Pero de a poco se fue desmoronando: la eliminación ante River por el gas pimienta, la separación de Jimena Barón con denuncia por violencia de género incluida y algunas ausencias en los entrenamientos lo fueron corriendo del club. Y con siete goles en 16 partidos se volvió a Europa, a Porto.
A los seis meses tuvo su segunda oportunidad. Guillermo Barros Schelotto sucedió a Arruabarrena en el banco. Las lesiones acrecentaron la poca química con el entrenador. Y un cigarrillo encendido en el vestuario del estadio de Nacional de Montevideo fue la excusa para terminar de incendiar un ciclo que arrancó bien y terminó mal, sin goles en seis partidos durante ese 2016. Para Osvaldo, que estuvo tres años sin jugar al fútbol tras ese altercado con Guillermo, haber jugado en Boca aún es un recuerdo que emociona: "Salir a la Bombonera es algo que no me lo voy a olvidar más. Esa primera vez que entré, que subí las escaleritas me explotaba el corazón. Pero las cosas no salieron: muchas veces ser tan hincha te juega en contra".
Gabriel Milito
"¿Estás loco? Te vienes un año o dos a Zaragoza y luego vas y acabas tu carrera en tu club, como querés", escuchó Gabriel Milito de parte de Pedro Herrera, secretario técnico del Zaragoza. Pero el zaguero ya estaba decidido a dejar el mejor Barcelona de la historia para sumarse a Independiente, enterrado en una crisis institucional y deportiva. Milito no estaba loco: el corazón tiene razones que la razón nunca entenderá.
Independiente fue su club desde siempre, desde que el menor de los Milito pateaba sus primeras pelotas en el fondo de la casa de Bernal: se relataba como Barberón, un delantero ochentoso del Rojo. Su abuelo materno, Antonio Elizari, socio vitalicio, le trasladó la pasión. Y Gabriel pasó casi toda su vida en la mitad roja de Avellaneda. Hubo dos años de infantiles que la logísitca familiar lo obligó a jugar para Racing, junto a su hermano Diego. Pero los problemas que había en las inferiores de la Academia en la década del 90 y el recurrente "yo quiero jugar en Independiente" torcieron el destino. Arrancó en Novena y a los 17 años debutó en Primera. Fue capitán con sólo 20 años. Y con 22 fue campeón. Recién ahí aceptó su pase a Europa, pese a que ya había tenido varias ofertas e incluso la posibilidad de irse con el pase en su poder. "Primero quiero salir campeón", repetía.
Cuando volvió a Independiente nueve años después el contexto no era lo esperado. "No lo disfruté. Sabía que iba a encontrar dificultades, pero fue peor de lo que imaginaba. Y al cabo de un año decidí que era hora de retirarme", explicó. El 17 de junio de 2012, un 0 a 0 ante San Lorenzo en una tarde fría en el Libertadores de América, fue su último partido. La foto final la describe Eduardo Sacheri en su biografía: "Se arrodilla y besa el pasto de su cancha. Mi cancha. Nuestra cancha. Creo que esa imagen resume lo que es Gabriel Milito como jugador y como persona". El vínculo con Independiente, claro, no terminó ahí: donó mucho dinero para el gimnasio que lleva su nombre y también para reacondicionar la pensión. También tuvo un breve paso como entrenador: apenas 19 partidos con pobres resultados, que no alteraron su figura de último ídolo del club ni un amor recíproco.
Diego Simeone
Al 10 de febrero de 2005, Diego Pablo Simeone había jugado 106 partidos con la camiseta de la selección argentina, récord en ese entonces. Pero ninguno con la otra celeste y blanca que usaba desde niño, la de Racing. La primera vez que se la puso fue derrota por 1 a 0 ante Argentinos Juniors, en La Paternal. Pero el resultado fue lo de menos: "Siempre lo tuve como un sueño. Me emociona pensar que jugué en club al que seguí de chico".
Cuando el Cholo, ya con 34 años y tres mundiales en los hombros, fue presentado como refuerzo declaró a su estilo: "Soy hincha de Racing y esto no es demagogia. Lo dije siempre". En una entrevista para el programa El Aguante, de TyC Sports, en 1997, cuando aún jugaba en Inter de Milán, no solo lo dijo sino que además entonó el canto: "Brillará blanca y celeste: la Academia Racing Club". Pese a haber hecho inferiores en Vélez y seguir su carrera en Europa durante 15 años, Simeone nunca olvidó esa infancia con los viajes de Palermo a Avellaneda con su padre para ir a la popular del Cilindro. Incluso fue socio.
En aquel Clausura 2005 fue parte importante del equipo que peleó el campeonato, con un joven Lisandro López como figura. La segunda temporada fue tan pobre que de un día para el otro dejó de ser mediocampista para ser entrenador. Con la camiseta de Racing jugó 37 partidos y marcó tres goles, sólo uno en el Cilindro, ante Arsenal. Sus dos etapas como técnico fueron más cortas aún: 14 partidos en ese 2006, todo el Apertura 2011 en el que terminó segundo a ocho puntos de Boca.
Pese a no haber logrado un amor con los hinchas mientras fue parte del club en un contexto complejo, la identificación entre Racing y Simeone persiste. Sigue de cerca los partidos y en cada entrevista que da suele referirse al equipo de su infancia. Incluso sueña con un tercer ciclo como entrenador para cumplir el sueño de ser campeón con Racing.
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