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El aislamiento, un desafío inédito para el físico y la psicología del jugador
Para un jugador, el fútbol excede el objetivo del partido del domingo siguiente. Es un hábito, una vida educada en el día a día desde chico, programada en función de una serie de rutinas que implican horarios, entrenamientos, descanso y también privaciones siempre enfocadas en la competencia.
Ahora, en cambio, ese jugador se encuentra ante una situación inédita. Puede parecerse a una lesión grave pero esta es una derivación del propio fútbol y no es el caso. Puede semejar unas vacaciones, pero tampoco. El período de reposo es un complemento al estrés, la fatiga física y el castigo que recibe el cuerpo a lo largo de la temporada, un momento para hacer con cierto placer y libertad aquello que se deja en segundo plano durante el resto del año. Esto es definitivamente otra cosa, y lleva añadida la incertidumbre de no saber cuándo va a terminar.
Por un lado, el jugador profesional no está habituado ni le gusta entrenar solo. Por otro, le falta el elemento clave que le cambia la predisposición cuando aparece: la pelota.
La verdad es que a casi ningún futbolista le agrada correr y ejercitarse sin la pelota. Todos hacemos los ejercicios que nos mandan, cumplimos con las series físicas que nos indican pero lo sentimos como una obligación. Ahora, además, hay que hacerlo en soledad y sin la recompensa inmediata de la preparación futbolística, de la pelota y del juego. Es cierto que la revolución tecnológica permite hoy al técnico y el preparador físico un monitoreo eficaz de la tarea en casa, pero nunca podrá suplir el entrenamiento conjunto sobre el césped.
Esta realidad que vivimos pondrá a prueba la profesionalidad de los futbolistas para sostener su capacidad física y no tengo dudas que la demostrarán. El problema es que si el período de inactividad se extiende por varios meses, y no se pueden practicar las situaciones y los gestos individuales y colectivos del juego, llegará un momento en el que inevitablemente el cuerpo comenzará a deteriorarse porque su estado ideal tiene mucho de artificial y "se irá cayendo". De hecho, entiendo que una vez que se levante el aislamiento hará falta un período mínimo de 15 o 20 días de pretemporada para retomar la competencia.
Pero aun con todo lo expresado, creo que la mayor prueba será la psicológica. El fútbol conserva cuestiones ajenas a lo que sucede en la cancha. Me refiero a lo que podemos resumir en la palabra "vestuario": el placer de juntarse, de compartir, de tomar mate, reírse y charlar para buscarle la vuelta a un problema, incluso de crear y después resolver un conflicto... Separados, esa felicidad de integrarse en un ambiente de amistad y compañerismo se pierde indefectiblemente. Y aunque sea bastardeado o ignorado desde una mirada industrial, se trata de un ingrediente fundamental para todo aquel que integra un equipo de fútbol.
La cuarentena obliga al jugador a arreglársela por su cuenta, a autogestionar sus tiempos, a prepararse sin el estímulo de la competencia cercana y sin fechas fijas que le marquen la agenda. Peor aún, le agrega la preocupación económica.
Escucho que algunos clubes empiezan a plantear la necesidad de acomodar los contratos a las actuales circunstancias. Cada uno conocerá la situación financiera de su club, pero basándose en su experiencia el jugador suele ser reacio a revisar el vínculo firmado porque la esencia del trato que le brindan los dirigentes tiende a ser siempre la misma. Cuando no estén conformes con su rendimiento se lo harán saber, pero nunca van a aumentarle el sueldo por haber marcado más goles de los que se suponía.
Un gesto solidario necesario
El momento, en cambio, invita a pensar en aquellos jugadores que no salen en televisión pero también forman parte del gran escenario del fútbol. Los que necesitan de los modestos ingresos que reciben en un equipo de una categoría menor para ayudar a la familia y ahora comienzan a pasar necesidades.
El fútbol es una maquinaria que plantea idénticas exigencias al margen de las luces que lo alumbren pero reparte el dinero de manera muy desigual. Rebajar los ingresos de los que más ganan –con la anuencia de todos y la intervención del gremio de jugadores– para apoyar a quienes lo estén pasando mal sería un gesto solidario y necesario en este tiempo difícil e inédito que nos toca vivir.
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