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El adiós al Tata Brown: una despedida repleta de cariño en la sede social de Estudiantes
LA PLATA.- El Tata no fue uno más. Fue un tipo que supo, como pocos, conjugar dos sustantivos tan abstractos como gigantes: éxito y humildad. José Luis Brown es sinónimo de futbolista ganador, pero también de buena gente. Estas dos características explican lo ocurrido en las últimas horas: un vendaval de muestras de afecto. Anoche el Checho Batista se enteró de su fallecimiento cuando estaba en un programa de televisión y no pudo sostener las lágrimas; hace un rato Diego Maradona le dedicó un sentido mensaje por las redes sociales; recién concluyó un velatorio multitudinario en la sede de Estudiantes de La Plata.
Por la casa del Pincha pasaron familiares, amigos, decenas de periodistas y varios excompañeros, entre ellos Alejandro Sabella, Sergio Batista, Ricardo Bochini, Jorge Burruchaga, Héctor Enrique, Oscar Garré, Ricardo Giusti, Luis Islas, Oscar Ruggeri y Carlos Tapia.
El responsable de generar tanto cariño fue el propio Brown, una persona sencilla que construyó una carrera para nada sencilla. Una trayectoria digna de convertirse en serie televisiva, como ocurrió en el último tiempo con varios deportistas destacados.
Si bien el Tata se ganó la perpetuidad en 1986, cuando estampó su autógrafo en la historia dorada del fútbol, el sendero que transitó hasta llegar a ese momento épico también fue extraordinario. Para comprobar dicha tesis, basta con una mera síntesis de su vida previa a la final ante Alemania: se crió en una escuela-hogar para tener aseguradas las tres primeras comidas del día, trabajó en un diario (imprimía y componía los ejemplares), a veces tenía que ir al entrenamiento de Estudiantes a dedo y llegó al Mundial de México sin club porque Deportivo Español lo había dejado libre.
"Sin Brown, nunca hubiésemos ganado el título del 86", confesó Maradona, quien hoy temprano lo despidió con un emotivo mensaje que finaliza de forma categórica. "Hiciste un gol en la final de un Mundial, jugaste con el hombro roto y supiste cuánto pesa la Copa del Mundo. Que descanses en paz", escribió.
En la sede del León se multiplicaron las anécdotas y proezas del Tata. "Se nos fue el gladiador de los goles de cabeza", le dijo un hincha de Estudiantes a un amigo, mientras ambos recordaban los tantos que marcaron su vida futbolística: el tanto con la selección a los germanos y aquel grito con el Pincha ante Vélez en 1982. "Como jugador era bravo, pero como persona era accesible", se animó a describirlo Osvaldo Fanjul, reconocido periodista platense. Un rato más tarde, un simpatizante albirrojo se lamentó en voz alta: "De no creer, se nos fueron dos capitanes en cuatro días", en clara alusión al otro fallecimiento que movilizó al club platense; el de Oscar Malbernat, Cacho, el capitán de Old Trafford.
El Tata Brown vistió ocho camisetas, ganó tres títulos (Metropolitano 1982, Nacional 83 y Mundial 86), rechazó un sinfín de pelotas y le hizo sentir su rigor a unos cuantos delanteros. El último dato, sin embargo, no atentó contra un denominador común: se ganó el afecto de todos. Se dio un lujo que se dan poquísimos: ganar una Copa del Mundo, y colgarse una medalla olímpica y de oro. Fue en los Juegos de Pekín 2008, como asistente técnico del Checho Batista.
"Si vos jugás bien, yo juego bien", le decía Maradona antes de los partidos. "Hasta siempre, Tata", pensaron todos en las últimas horas. Era un exdefensor consagrado, ahora es una leyenda. Se fue un gigante y en la sede de Estudiantes lo despidieron como él merecía. A lo grande.
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