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El adiós a Raúl Savoy
Falleció ayer, a los 63 años; el ex volante ofensivo, de depurada técnica, fue campeón con Independiente, incluidas dos copas Libertadores, y con Boca
A los 63 años, ayer falleció Raúl Armando Savoy, tras permanecer internado por una larga enfermedad en el hospital Diego Thompson, de San Martín. Nacido en San Antonio de Areco el 11 de noviembre de 1940, los restos del ex futbolista serán inhumados hoy, a las 10, en el cementerio de San Martín.
Savoy fue un volante ofensivo de notables condiciones técnicas, que jugó profesionalmente desde fines de la década del 50 hasta 1973. Comenzó en Chacarita, equipo con el que obtuvo el ascenso a primera en 1959. En 1963 fue transferido a Independiente, donde vivió las mayores alegrías, con la obtención del torneo de la AFA de ese año y las copas Libertadores de 1964 y 1965. En Boca conquistó los nacionales 1969 y 1970. Luego pasó a Liverpool (Uruguay) y se retiró en Toros de Miami, en 1973. También integró el seleccionado argentino. Actuó en 302 partidos y convirtió 78 goles.
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Reservado y de pocas palabras, Savoy también era muy cerebral en la cancha. Asumía el fútbol como una combinación justa entre el intelecto y la técnica, expresada en una zurda elegante, incisiva, dañina para los rivales. Su estampa no generaba indiferencia: estaban los que se rendían a su clase futbolística y los que lo tildaban de frío, inconstante, sin vigor físico.
José "Pepé" Santoro, ex compañero de Savoy en Independiente, lo recordaba ayer ante la consulta de LA NACION: "Fue un gran compañero, serio. En la cancha era pensativo, calculador, punzante, con buena pegada. Podía moverse por el medio o por la raya izquierda. Tenía dotes de armador, de generador de fútbol".
Pasó de Chacarita a Independiente con Mario Rodríguez, un amigo de toda la vida que lo acompañó hasta sus últimos días. Rodríguez era el N° 10 y Savoy el N° 11. Integraron una delantera que marcó época con Bernao, Mura y Suárez. Después, con la conducción técnica de Brandao, la línea de ataque fue con Bernao, Savoy, Artime, Diéguez y Tarabini.
Tenía el dibujo de la cancha en la cabeza y un sentido táctico que muchos no valoraban; por ejemplo, cuando el Pato Pastoriza se sentía atraído por alguna aventura ofensiva, a su espalda aparecía Savoy para hacer el relevo. Una de las tantas veces que lo acusaron de frío respondió con una imagen que no era la suya: "Pero si en Chacarita me echaban cada dos por tres. Era muy temperamental..." En realidad, su mejor argumento era el fútbol claro y productivo, sin demagogia.
Destacaba a 1963 como su mejor año en versión goleadora, y ubicaba su techo futbolístico en 1967. Fue cuando se sintió muy cómodo como polifuncional. En una época en la que el número sobre la espalda definía funciones determinadas, fue campeón con la camiseta 11, jugó con la 10, la 8, la 6 y disfrutó de libertad cuando Brandao le entregó la 5. "Me gusta correr rivales, armar la salida de mi equipo y llegar arriba todas las veces que pueda". Disfrutaba siendo el eje.
En Boca fue campeón con Alfredo Di Stéfano como entrenador, aunque le costó adaptarse: "Los comienzos no fueron buenos; no por la gente, sino porque yo no me encontraba ni rendía lo que podía. Yo no soy un goleador y me trajeron con esa fama". Nunca le resultó sencillo entrar en el corazón de las hinchadas. Quizá porque nunca tuvo poses tribuneras y sólo persiguió el reconocimiento a pulso de un fútbol que desde la mente bajaba a su zurda.
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