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El emotivo velorio de Juan Izquierdo que erizó a todo Nacional
La sede de los tricolores tuvo reacciones de todo tipo y color en el adiós a un futbolista que será recordado para siempre
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Papá Nelson suspira y contiene las lágrimas. Diego Polenta tiene la mirada perdida y la camufla con lentes. Carol (madrina) se sienta y queda al lado de otra mujer que está usando la manga del buzo como pañuelo. Los primos Daylon y Valentín contagian a todo el resto de la familia que se funde en un abrazo. El Salón Cristal hace eco de tanto silencio. La imagen de Juan Manuel Izquierdo eriza.
Son las 12.26 del jueves y la seguridad de Nacional apura la marcha. Algunos lo entienden, le dejan un ramo de flores a un funcionario que está exclusivamente dedicado a eso y siguen. Otros protestan, lo lloran, miran y miran y miran. Y aminoran el paso.
Afuera hay un alboroto de gente amontonada. Desde un portón entreabierto, con un integrante de la barra apurando para entrar -por las “buenas” o por las “malas”-, hasta jóvenes pegados a la reja que empujan y luego se desentienden del conflicto cuando llaman al orden. Uno de ellos, según le dijo a Ovación, fue uno de los 30 hinchas que quedaron detenidos en São Paulo el pasado jueves después del partido de octavos de final de Copa Libertadores y recibieron golpes de la Policía.
Se ven banderas de todo tipo y color. Reluce una camiseta colgada que dice “ni la muerte nos va a separar” y un cartel que pide “dejar la vida en la cancha” a lo grande, como lo hizo Juan Izquierdo. Son solo dos de las tantas alusiones a La Banda del Parque, la sinfónica de Nacional que va atrás del arco en cada estadio y se cuela en las referencias.
Adentro es otro el caos. Las personas que ingresan y se acercan a dar el último adiós, preguntan una y otra vez para acercarse al féretro. Llegan hasta una cinta que divide a la sala en dos mitades y reciben siempre la misma respuesta: “Es un espacio solo para los amigos y la familia”. Aunque en los hechos algunos reclaman y con razón.
También aparecen circulando periodistas, que se intentan colar al recinto. “Permita pasar, respete, por favor”, insisten los guardias.
Pasan los minutos, llegan las 12.39 y la paciencia de los seguridad llega a su punto cúlmine. No son los únicos; un rato antes un enviado por la CNN había dicho que el velatorio, a su juicio, estaba “muy mal organizado” y un hombre veterano, que relojeó dos o tres veces el espacio, coincidió con él y cuestionó que el público entrara y saliera por el mismo lado.
La templanza, en determinado momento, también se le evaporó al presidente Alejandro Balbi, que de principio a fin hizo un esfuerzo desmedido para que la voz no se le quebrara y su discurso se interpusiera a la angustia que compartió con todos sus compañeros.
Sus ojos delataron lo que sufrió en estos últimos días, antes de que se retirara por la calle Urquiza, cabizbajo y en silencio.
Pero el episodio también lo humanizó y lo apartó de esa imagen de abogado serio que todos le conocen públicamente: volvió a mostrar su lado más humano, ese mismo que ya había destapado el día que despidió a su amigo José Fuentes.
Dos discursos movilizadores
El presidente de Nacional asumió la voz de líder dos veces. En la primera, tuvo que sobreponerse al acoso periodístico de una manada que lo acorraló y no le dio tiempo ni a acomodarse cuando ya le estaban poniendo un micrófono enfrente. “Si no respetan se hace muy difícil... Me doy media vuelta y me voy”.
Después de la advertencia, pudo ubicarse y hablar a corazón abierto para todos, aunque se tuvo que morder los labios: “Deberíamos tener en la mesita de luz todos los días a cada uno de los seres humanos para ver que las cosas importantes son estas; no las bobadas por las que a veces nos preocupamos. Pero después la vida sigue y te volvés a calentar porque perdiste el ómnibus, porque te duele la cabeza, alguien no te saludó o alguien erró un gol en el Parque Central. A mí me preocupa la familia Izquierdo. Nosotros vamos a salir adelante, heridos, mal heridos, los planteles están mal y obviamente que mucho más nosotros. Porque hoy cuando vayamos a practicar a Los Céspedes, va a haber una silla que va a estar vacía y eso te va a estar recordando que en esa silla estaba Juan. Cuando Martín (Lasarte) pare la línea de cuatro va a pasar lo mismo. (...) Uno nunca está preparado para este tipo de cosas”.
Entre las descripciones que dejó, habló de su época como abanderado y dio a conocer que no había tenido ni tiempo de registrar al hijo: “Con Juan había hablado muy poco. Era un muchacho muy callado y después de todos estos días de agonía que vivimos en São Paulo, desayunando, almorzando, merendando, cenando con la familia, te empezás a enterar de las historias de vida. (...) Juan fue abanderado en la escuela. Nadie lo sabía. Era un chiquilín querido por todos los planteles. Fue un muchacho íntegro que luchó contra lesiones, que siempre quiso ser jugador de fútbol y lograr lo mejor para los padres. Por las vueltas de la vida, hace días fue padre y no había tenido tiempo ni de ir a anotarlo”.
Su segunda alocución, desde adentro de la sala y a pocos pasos del cajón, fue aún más emotiva. El mimo apuntó directamente a la familia: “Juan se puede sentir muy orgulloso de los padres que lo criaron, de la señora que encontró muy joven y también de los hijos que deja. Aprendimos a conocer a la familia en estos días. Nada más que agradecimiento y admiración por los papás que Juan está dejando en este momento”.
Como no podía ser de otra forma, el protagonismo en el cierre lo tomó el experimentado Hernán Navascués, que a sus 84 años, muy lúcido, sigue siendo capaz de sensibilizar las almas tricolores.
Una sola pregunta introductoria -¿qué palabras de consuelo podemos encontrar?- dio pie a una posterior oratoria que terminó con un minuto entero de aplausos y sonrisas cómplices. “Al despedir a Juan asumimos un compromiso. Nuestra obligación es que Juan permanezca vivo aún después de la muerte. Que permanezca vivo junto con Carlos (Céspedes), Abdón, Diego Rodríguez, Bolívar (Céspedes)”.
La profesía de Navascués se empezó a cumplir desde el primer momento en que Polenta, Balbi y la familia tomaron la posta para retirar el cuerpo. Ni bien salieron por la puerta de la sede, los hinchas cumplieron al grito de “desde el cielo te voy a alentar”. Sofía Izquierdo -su hermana- y su primo se abrazaron entre un mar de lágrimas y la imagen de Juan Manuel volvió a erizar a todos.
Por Diego Domínguez
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