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El 2021 de Lionel Messi: del sueño cumplido en la selección al shock de reinventarse en París
Fue un año transformador en su carrera; a la gloria tan deseada en la Copa América le siguió la dura salida de su olimpo en Barcelona; en PSG está bajo la presión de grandes expectativas
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De tanto golpear la puerta, finalmente en 2021 Lionel Messi ingresó en el reino dorado del seleccionado argentino, casi al mismo tiempo que le quitaban la llave de Barcelona, su lugar en el mundo. Su año transcurrió entre la conquista de un objetivo largamente añorado y el shock emocional y familiar por un desafío impensado. Acostumbrado a mover la pelota como nadie, esta vez la tierra tembló bajo los pies de Messi. Lo puso a prueba en lo futbolístico y lo sentimental, les planteó nuevos interrogantes a sus antiguas certezas.
A los 34 años, la carrera de Messi igual siempre tiene intersticios para hacer rutina de lo extraordinario: volvió a superar la marca de los 40 goles -43 entre Barcelona, el seleccionado y Paris Saint Germain- en un año calendario y obtuvo el séptimo Balón de Oro. Transita la veteranía de manera encomiable, con su inextinguible deseo de jugar y un físico que lo respalda, más allá de que ya no se puede aventurar en la repetición de esprints de 30, 35 metros, que tanto han enloquecido a los defensores.
Siempre pudoroso de mostrar sus sentimientos en público, en este 2021 Messi rompió en llanto ante la audiencia global por diversos motivos. Hubo lágrimas de felicidad, acumuladas durante mucho tiempo, cuando levantó la Copa América en el Maracaná. También las derramó cuando pudo ofrecer ese trofeo en el Monumental, la noche del hat-trick a Bolivia para quebrar un récord de Pelé, con su familia en la tribuna y una hinchada que ahora lo venera sin necesidad de someterlo al test de argentinidad.
Le debieron acercar un pañuelo para contener un sollozo de desconsuelo, casi de incredulidad, en aquel domingo de despedida de Barcelona, el club de sus últimos 20 años. El club con el que había compartido toda la gloria que un futbolista pueda anhelar. El que lo había convertido en multimillonario y que ahora no tenía ni para afrontar la mitad del contrato que cobraba. El que acababa de estrenar presidente, un Joan Laporta que hizo campaña prometiendo que la renovación del vínculo de Messi la arreglaba en un asado, y que ya en funciones se disculpaba por no poder pagar ni una rueda de café.
Antes de esa imagen, la más desoladora que se le haya visto, inclusive mucho más que la que transmitió tras la final del Mundial 2014, Messi venía de pasar unas vacaciones diferentes, de una plenitud sin precedente. Él mismo comentó que muchos de esos descansos de mitad de año fueron bajo la pesadumbre de un paso en falso en el seleccionado, sea en forma de Mundial o Copa América.
Esta vez era distinto. La Argentina había marcado un hito. El abrupto cambio de sede, de nuestro país a Brasil, activó un estímulo más, fortaleció el espíritu de grupo. Como si intuyera que se estaba gestando algo importante, Messi avisó unos días antes del debut en la Copa América: “Es el momento de dar el golpe”. Y el impacto fue mayúsculo porque se dio contra Brasil en el Maracaná. Con Messi como goleador, máximo asistente y mejor jugador del torneo. No en un nivel superlativo, pero sí influyente, sintiéndose capitán por mucho más que por portación de cinta. Rodeado por compañeros que le confirieron el rol de líder y que se contagiaron de sus ganas por romper con el estigma de 28 años sin títulos.
“Nos sacamos una espina. Esto también es para la generación que ya no está en la selección y se quedó tantas veces cerca de conseguir algo”, fue su balance, en presente y pasado. Nuevas figuras, como Dibu Martínez y Cristian Romero, que no pasaban de los 10 partidos con la camiseta albiceleste, tienen un horizonte sin tabúes. La ecuación también le cerró a Messi por el lado del director técnico. Encontró en Lionel Scaloni a un facilitador, alguien que finalmente supo ocupar un lugar al que había llegado por accidente. Con la espalda bien cubierta por Walter Samuel, Roberto Ayala y Pablo Aimar, profesionales que sin decir aquí estoy contribuyen a la estabilidad y al curso natural de los acontecimientos. El ambiente más adecuado para sacar lo mejor de Messi.
La capacidad competitiva demostrada en la Copa América se replicó en las eliminatorias, con la clasificación al Mundial de Qatar asegurada con cinco fechas de anticipación, tras el empate sin goles ante Brasil. Y siempre llevando por bandera el compromiso de estar, de pertenecer al seleccionado en cada convocatoria, de volver a reunirse en un grupo que convive amistosamente y compite como lo exige el primer nivel. Una identificación que generó malestar en PSG por los continuos viajes transoceánicos que quitan tiempo y energía para avanzar en la adaptación a su nuevo entorno parisino.
Goles, asistencias, coronación: lo mejor de Messi en la Copa América
Si la conquista de la Copa América había sido conmovedora para Messi, su salida de Barcelona y llegada a PSG fue algo disruptivo para su trayectoria. Dejó atrás lo que se auto-titula como “más que un club”, aunque con más deudas que nunca en su historia, para incorporarse a lo que también es “más que un club”, pero por otros motivos. Un club-estado, financiado por el fondo soberano de Qatar.
En pocos más de 48 horas, Messi pasó de las lágrimas en la sala del Camp Nou a la explosión de júbilo que provocó en París y le ayudó a cambiar el ánimo. En esa montaña rusa de emociones debió emprender una acelerada adaptación a una competencia más física que la Liga de España. Ayudado por compañeros con los que ya había compartido otros equipos y aprecia (Di María, Paredes, Neymar). Con un entrenador (Pochettino) que aun sintiéndolo cercano tuvo un cortocircuito cuando lo reemplazó en un partido. Y como pasajero de una fórmula ofensiva en la que Kylian Mbappé porta los mayores galones.
El experimento en general todavía está en veremos y tendrá su gran examen en la Champions League, donde en los octavos de final se reencontrará con un viejo clásico: Real Madrid. El 2021 fue transformador para Messi. Al fin graduado en el seleccionado, lo sacaron de su olimpo en Barcelona y eligió París para reinventarse bajo la presión de grandes expectativas.
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