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Discursos de odio
"Senti che puzza, scappano anche i cani. Stanno arrivando i napoletani". Matteo Salvini alzaba su vaso de cerveza en un acto de 2009 con sus seguidores. Cantaba con ellos que algo "apesta" y que "hasta los perros escapan". Porque "llegan los napolitanos". "Los enfermos de cólera". Los "terremotados", como le cantaban ya en los años ochentas al Napoli de Diego Maradona. Que el volcán Vesubio, decían en los estadios del norte de Italia, "aseara" a quienes "con il sapone non si sono mai lavati" ("con el jabón jamás se han lavado"). Con esa estrofa cerraba Salvini el coro con los suyos.
El video de 2009 se filtró en la web y Salvini, político en carrera, debió disculparse. Hoy es hombre fuerte del gobierno italiano. Y el video reaparece porque hinchas de Inter se burlaron el último miércoles con un "buuuh" racista cada vez que tocaba la pelota Kalidou Koulibaly, zaguero franco-senegalés de Napoli. El árbitro jamás paró el partido, pese a que lo autoriza el reglamento. Sobre el final, expulsó a Koulibaly. "Buuuh…", lo lincharon otra vez miles de fanáticos cuando dejó el campo, como si fuera un mono. El odio como telón de cierre de 2018. Y no solo del fútbol.
Salvini ya era presidente de la Liga Norte cuando Koulibaly era insultado en 2016 por fanáticos de Lazio. Políticos de la Liga Norte, hoy gobierno, ya habían "bromeado" pidiendo disfrazar de liebres a los inmigrantes negros para que fueran blancos más fáciles. Y llamaban "orangutana" a una ministra negra. Musulmán, nacido y criado en Francia, y casado con una francesa, pero jugador de la selección de Senegal por propia decisión, Koulibaly sufrió coros racistas este año otra vez por parte de hinchas Lazio, y también de Juventus y Atalanta.
El miércoles, "ultras" de Inter emboscaron a hinchas de Napoli antes del partido y uno de los agresores murió atropellado por una camioneta que intentaba huir de la golpiza. Salvini pidió una cumbre por la violencia. Invitó a dirigentes, pero también a hinchas, acaso como los de la Curva Sud de su querido Milan, a cuya fiesta asistió unas semanas atrás. Fue recibido por un capo ultra condenado por golpizas y venta de droga. Igual que en anteriores agresiones, en el estadio y en la calle, Salvini evitó hablar de racismo, como volvió a hacerlo ahora con Koulibaly. Muchos en Nápoles le recordaron su video de 2009. "Senti che puzza...".
Este jueves se cumplen seis años de cuando Kevin-Prince Boateng, hoy en Sassuolo, jugaba en Milan y abandonó la cancha, harto de los insultos racistas de los hinchas de Pro Patria. Sus compañeros lo siguieron y el partido, amistoso, se terminó a los 26 minutos. "Mi «buuuh», dice Boateng, fue de cincuenta racistas. Lo del otro día en San Siro fue de cinco mil o diez mil. Ahora es todo más grave". Boateng considera insuficiente la campaña antirracista de la UEFA y pide hechos concretos. "Habría sido un buen gesto suspender el partido en San Siro, que era televisado. Y mejor aún si lo hubiese pedido un jugador de Inter". Boateng cree que el fútbol precisa cada vez más de un personaje como Colin Kaepernick. Habla del jugador echado del fútbol americano por su gesto célebre de arrodillarse cada vez que sonaba el himno de Estados Unidos antes de cada partido. Su protesta por la brutalidad policial contra la población negra le valió insultos y amenazas de Donald Trump. El que sigue arrodillándose en la NFL de Estados Unidos es hoy Eric Reid. Lo convocaron a siete controles antidoping en once semanas. Sufrió sanciones polémicas. ¿Otro caso Kaepernick?
Cerramos un año de batalla femenina que incluyó al deporte. Igual que las denuncias de abusos, retratadas en Alerta Rojo, uno de los mejores libros deportivos de 2018, de los hermanos Panqui y Pedro Molina, sobre el drama en las divisiones inferiores de Independiente. Aplausos también para el portal Ephecto Sport, que desnudó como pocos de qué modo la participación masiva en los Juegos de la Juventud está quedando reducida a un negocio inmobiliario, doloroso para el deporte olímpico.
Fue también un año con mucho odio. Lo sufrimos con el Boca vs. River. Pero hay algo más profundo. Discursos de desprecio a las minorías y legitimados en muchos casos desde el poder. El año que se inicia abre con Jair Bolsonaro, desde ayer nuevo presidente ultraderechista de Brasil. Michel Temer le entregó la banda y un deporte que dejó de ser ministerio, quitó subsidios a casi sesenta por ciento de los atletas y liberó las apuestas deportivas.
Hace dos semanas fue presentado en San Pablo el libro El racismo en el fútbol brasileño. Su autor, Igor Serrano, es hincha de Vasco da Gama, campeón carioca revolucionario en 1923 porque jugó con tres negros, un mulato y siete blancos de clase trabajadora, en tiempos de un fútbol elitista, que prohibía "obreros y analfabetos". El deporte puede engañar. Allí está una de las fotos de 2018, la de Emmanuel Macron en Rusia celebrando puño al aire la conquista del Mundial. A la vuelta, Francia lo recibió con chalecos amarillos. Koulibaly, eterno bajo perfil, dijo días atrás que el deporte fue clave en su formación y que él se enriqueció sumando culturas distintas. "Orgulloso del color de mi piel", tuiteó en italiano. "De ser francés, senegalés, napolitano. De ser hombre". Deportista.
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