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De puño y letra: Diego Placente viaja a "la '77 de Argentinos", cuna de cracks, orgullo y dolores en el alma
Muchas veces, la sensibilidad define a un futbolista.Diego Placente jugó en Alemania, Francia, España y Uruguay. Ganó muchos títulos con River y defendió los colores de San Lorenzo, también. Se consagró campeón del mundo juvenil en Malasia 1997 y fue protagonista de un Mundial de mayores en Corea-Japòn 2002. Pero, principalmente, surgió en Argentinos Juniors. Esa infancia mágica volvió hace algunos días a su vida. Reunirse, reencontrarse con los amigos de la adolescencia, disparó un sinfín de sensaciones en el entrenador de las categorías menores de la AFA. Angustias, felicidad, escalofríos, contradicciones. Con las emociones gobernando su puño y letra, se le ocurrió escribir. Y escribió, y escribió. Como si fuera una larga e intimista sesión de terapia. El resultado es el siguiente texto, que no nació para ser publicado, pero encierra un mensaje que merecía difusión. Porque el fútbol se reserva muchos rostros.
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Ayer me reencontré con mis amigos de la categoría '77 de Argentinos Juniors. Después de idas y vueltas, de un grupo de Whatsapp que los volvió a traer a mi vida, quedamos en juntarnos en lo de 'Wichy' a comer un asado. Estos reencuentros, estos asados con ¨la famosa '77 de Argentinos" son para mí un baño de origen, de realidad. De la mía y la de ellos. Tan cercana y, a la vez, tan lejana. ¿Qué hubiera sido de la vida de algunos de ellos si hubiesen llegado a jugar en Primera?
Volver a la casa de 'Wichy', recorrer el barrio "20 de Junio" del que alguna vez fui visitante asiduo, ya no es hoy parte de mi vida cotidiana. Sin embargo, llegar, recorrer la zona, atravesar la rotonda de San Justo, pasar por la puerta de la disco Skylab y continuar por la Ruta 3 hasta llegar a los monoblocks. Reencontrarme con mis ex compañeros de la categoría '77 me devolvió muchísimas cosas lindas de mi adolescencia. Es una mezcla de alegría, de orgullo y también de dolor. Dolor por los que ya no están, dolor por los sueños truncados, dolor por los que no pudieron torcerle el brazo al destino. A su destino, el de las changas, los planes sociales, las drogas, el alcohol y la fatalidad.
Me acuerdo de la primera vez que me quede a dormir en el barrio "20 de Junio" de Isidro Casanova. Tenia 13 años. Nos entrenamos aquella mañana de octubre de 1990 en la cancha vieja de Argentinos, en la Paternal. Después nos tomamos el bondi 113, el azul y amarillo, hasta la lejanísima rotonda de San Justo. A todos los que íbamos para aquella zona, nuestro respetadísimo capitán, el famoso Pablo 'Bogui' Esquivel nos instruía, mientras sacaba del botinero el guardapolvo blanco escolar para pagar menos: ¨Saquen el boleto mas barato y háganse los dormidos porque sino es carísimo. Si los descubre el chofer, le dicen que se quedaron dormidos y por eso se pasaron mil cuadras". Era un adelantado para su edad. ¿Todavía tengo que explicar por qué tenía nuestro respeto?
Los torneos relámpagos por plata que se jugaban en la canchita de cemento, entre los monoblocks, fueron de las cosas más picantes que hasta ese momento había visto
Recuerdo perfectamente los monoblocks donde vivían el 'Bogui' y el 'Wichy', los verdaderos cracks de la categoría. Detrás de la cancha de Almirante Brown, en Ruta 3 y León Gallo, en Isidro Casanova. Como en los monoblocks no existía el timbre, para que bajara un amigo a jugar a la pelota había que pararse debajo de su ventana y chiflar. Él, desde arriba, asomaba asintiendo y ya sabias que se estaba poniendo la remera para arrancar el picado.
Los torneos relámpagos por plata que se jugaban en la canchita de cemento, entre los monoblocks, fueron de las cosas más picantes que hasta ese momento había visto. El 'Bogui' y el 'Wichy' a veces, pero solo a veces, jugaban de visitantes en su propio pabellón. Porque en aquella canchita de cemento siempre había alguno que era más local que otro. Un poco más guapo, ¿me explico?
De tanto mirar desde afuera, un día me toco jugar. Nunca me olvidaría de esa tarde. Primero tuvimos que conseguir a alguien que pudiera bancar la parada, porque se jugaba por plata y teníamos que abonar el ingreso antes de arrancar el torneo. Y entre todos no cubríamos ni a dos jugadores. El 'sponsor' fue un amigo mayor de ellos, que nos la prestó, pero sí ganábamos se quedaba con el cincuenta por ciento del 'botín'. Trato hecho.
Arrancamos bien: Ganamos los primeros tres partidos. Llegamos a la semifinal, en la que nos enfrentarnos con otro equipo del barrio, tan local, o más, que nosotros. Eran los chicos de uno de los pabellones del 20 también. Trajeron muchísima gente, la canchita estallaba. Estaba toda la hinchada de ellos pegada al campo de juego, presionando alrededor de las líneas. Nosotros, lógicamente jugábamos bien, teníamos potrero, roce, gambeta y al 'Bogui' y a 'Wichy'. Pero ellos eran mucho más grandes de edad y estaban dispuestos a limpiarnos a toda costa.
Arrancó el partido y la cancha era una caldera. Nunca olvidaré el sombrero que le tiré a uno y el terrible codazo con el que me lo devolvió. Mi ojo derecho se hinchó y casi se cerró en el mismo instante que recibí el codazo. Vi las estrellas y hasta Júpiter y Saturno. Mastiqué bronca y tragué saliva. Y con cara de circunstancia dije: "No fue nada, muchachos, tranquilos que estoy bien". Como si no pasara nada, me encargué de que el partido siguiera su curso.
Muchos años después, aprendí qué en lugares y momentos como esos se forja la personalidad. Se trataba del sentido de la ubicación. Ganamos un peleadísimo 7 a 4. Después de aquella inolvidable semifinal, la final fue un trámite. Y así gané mi primer billete en el enigmático mundo del fútbol. Nunca había tenido tanta plata junta en la palma de mi mano. Nos sentíamos unos ganadores, y necesitábamos salir a quemarla, a gritarle al mundo que con mis amigos de la '77 todo lo podíamos. Pero eran las 3 de la madrugada y ya no daba para ir a ninguna parte. Porque aun creyéndonos invencibles, éramos un puñado de críos de 15 años. Y aunque yo estaba al amparo de los dos mas guapos de mi categoría, mi mamá me esperaba en casa para limpiarme los botines y darme la cena. Sí, todavía me esperaba a esa hora.
De aquella famosa categoría '77 de Argentinos Juniors sólo llegamos cuatro jugadores a Primera División: Nico Diez, el 'Mono' Markic, Pablo Rodríguez y yo. Pero hubo tres casos sobre los que siempre me pregunté por qué no llegaron. Y que hubiera sido de sus vidas si hubiesen pertenecido a la Primera. Se los voy a contar.
Carlos Romero
Era un centrodelantero rubio, con corte a lo "He-Man" o taza, que estaba a la moda. La primera vez que lo vi fue en una cancha y teníamos apenas 6 años. Era un partido de baby fútbol entre el club José Ingenieros, de José León Suárez, y el Victoria, de Villa Bosch, donde yo jugaba. Se notaba que Carlitos tenia hermanos más grandes porque a esa edad ya puteaba más de lo que hablaba. Además, te empujaba y encima clavaba tres goles por partido. Era bien completo el muchachito. Un goleador nato. Ese primer año jugamos en contra dos veces, y aquella segunda vez fue imposible de olvidar. Se trataba de la semifinal de un torneo de barrio y nosotros, que teníamos un equipazo para lo que era la zona, estábamos ganado por 4-0. Carlitos llegó tarde (seguramente estaría jugando en otro lado, cosa típica en el baby) y su ingreso cambió el destino del partido y terminamos empatando con cuatro goles suyos.
Me reencontré con él a los 13 años en la pre-novena de Argentinos Juniors. Y fuimos compañeros casi hasta Primera. Carlitos hacía goles de todos lados: de cabeza, desde adentro del área, desde afuera, de rebote, de media chilena. Un día ganábamos por tres goles de diferencia y Pablito Rodriguez gambeteó a dos jugadores, ya pisando el área remato al arco, el arquero se estiró atajando la pelota con la mano derecha, pero dio un rebote, que pegándole en la nuca a Carlitos, termino adentro. Cualquier otro festejaría riéndose por la vergüenza, fruto del marcador y de la forma de convertir. Sin embargo Carlitos pegó media vuelta, y besándose el escudo, lo gritó desaforadamente en dirección al córner.
Son eso gritos que salen del alma. Es el grito del goleador. Del que ama el gol y por eso lo busca siempre. Con eso se nace o no se nace. Y Carlitos nació goleador. Por eso fue el goleador desde la novena división hasta quinta de AFA. Fue el goleador histórico de las inferiores del Bicho hasta que no hace mucho, cuando otro chico le robó el palmarés. Nunca supe si no le llegó la oportunidad o no pudo aprovecharla. Se terminó yendo a un equipo del interior, tuvo algunas lesiones y se terminó apagando por completo. Hasta el día de hoy no puedo decir cuál es el motivo por el cuál, Carlitos no llegó a jugar en Primera.
Luis 'Wichy' Paredes
El famoso 'Wichy' era un enganche derecho, pero con un gran manejo de la zurda. Sonriente, tanto adentro como afuera de la cancha, era de esos personajes encantadores que seducen tanto cuando juegan como cuando hablan. Técnicamente era un distinto. Toda nuestra camada sabia quién era. Hacia con la pelota las cosas que hoy mis hijos mirarían por Youtube. Para nosotros, que somos de la época en la que no podíamos ver a los cracks en la pantalla, verlo jugar 'Wichy' era una belleza futbolística. Y tenerlo de compañero, un lujo para pocos.
Porque movía la pelota de pie a pie, como si la tuviera pegada en la suela. Sus asistencias de ruleta (pisarla con la derecha, mientras va girando, para después pegarle con el taco de la izquierda) y ese chiche de pisarla con un pie y que rebote en el otro para darte un pase, enamoraba a todos los que tuvimos la suerte de verlo adentro de una cancha. Imposible olvidarme del doble caño que tiro un sábado contra Independiente, en la cancha vieja en Boyaca. Estaba a 10 metros de la mitad de cancha sobre la franja izquierda (lindera con la calle Gavilán). En cuanto se le aproxima el rival, 'Wichi' le tira un caño hacia adelante. No conforme aún, lo espera y en la misma jugada se lo tira nuevamente, pero esta vez para atrás. Una jugada de aquellas, que quedará para siempre en mis retinas.
Seguramente hoy, el técnico lo hubiese puteado por esperar al rival, ya que en aquel partido íbamos perdiendo.Sin embargo, tan exquisita fue su jugada que aquel chico de Independiente a quien le tiro el caño, años más tarde, y ya convertido en jugador profesional, me preguntó por la vida de aquel jugador. 'Wichy' fue un monstruo. Un distinto. De esos jugadores que se ven pocas veces. Fue, lamentablemente, el famoso crack que nunca llegó.
Pablo 'Bogui' Esquivel
El 'Bogui' era ya un hombre a los 13 años. Sonrisa angelical y mirada desafiante. Era un morocho de lindas facciones, buen porte y un pelo lacio larguísimo que le cruzaba la mitad de la cara. A esos 13 años, cuando lo conocí en Argentinos Juniors, no podía creer la personalidad y valentía que tenia. Apenas siendo un nene lo sabia todo de la vida. Para bien y para mal.
El 'Bogui' jugaba de defensor central derecho y fue mi pareja en la zaga durante cuatro años, hasta que ya en la quinta división me corrieron al lateral izquierdo. De él aprendí muchísimos conceptos del puesto, porque no solo hablaba y ordenaba, sino que jugaba muy bien y pegaba alguna murra cuando era necesario. "Cabezón, el que va de frente a la pelota es suya", me decía para no chocarnos yendo los dos a la misma pelota. Así que, sin siquiera hablarnos, jugábamos de memoria.
Él era la voz y el corazón del equipo. Un gran capitán. Mi capitán. Y yo, un soldado con quién hubiese ido a la guerra si me lo pedía. Cuando el 'Bogui' subió a Primera, yo ya llevaba más de un año jugando en ese equipo del "Chiche" Sosa. Nos tocó irnos un mes de pretemporada a Mar del Plata. El 'Bogui' no lograba entender la diferencia entre contestar y callar. Entre ser soldado o ser el general. Así que los más grandes del plantel, como era amigo mío, se encargaron de hacérmelo saber.
Es una mezcla de alegría, de orgullo y también de dolor. Dolor por los que ya no están, dolor por los sueños truncados, dolor por los que no pudieron torcerle el brazo al destino
Entre a la noche a su habitación y en el tono más amable que pude, mientras nos tomábamos unos mates, le sugerí que fuera más medido en sus contestaciones, que recién subía, que agachara un poco la cabeza, porque desde ahí se iba a empezar a ganar su lugar. "Cabezón", me contesto: "Llevo tres días aguantándomela. ¿Hasta cuándo me voy a callar?". Iban apenas cuatro días de los 30 días de pretemporada. Ese fue su debut y despedida de Argentinos Juniors. Después de esa pretemporada, al regreso, lo prestaron a Morón. Y así abandonó el fútbol. Su vida, su entorno, su mundo lo creó de esa manera: desafiante a todo sin poder medir las consecuencias.
Así nació, así vivió y así murió. Que en paz descanses amigo, mi capitán.
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Estas historias de vida, la de mis amigos y las de tantos otros chicos, son moneda corriente para todos los que respiramos fútbol. Por eso, creo que no hay entrenadores, veedores, representantes ni formadores que puedan adjudicarse el titulo de haberlos descubierto. Esta clase de jugadores se forjan solos.
Crecen, viven, se divierten, la pelean, se esfuerzan y sobreviven como pueden. Con su talento y sus debilidades a flor de piel. Van mamando de su entorno y de su realidad cotidiana gran parte de aquello que necesitan para sobrevivir en el mundo del fútbol. Son potenciales cracks que aprenden del fútbol del barrio, de sus amigos y de rivales de potreros.
A ellos, que llevan el mote de 'cracks' a los 15 años, debemos ayudarlos a formarse desde otro lugar, darles contención y muchas veces, ayuda psicológica por encima de conceptos tácticos.
Acompañarlos en el camino hacia la profesionalidad y enseñarles que se requiere talento, sí, pero también disciplina. Que logren entender que para alcanzar los sueños hay que tener muchas veces la templanza y la valentía de decir NO. Que hay que saber retirarse a tiempo porque hay infinidad de tentaciones incompatibles con la alta competencia. Y a la larga, o a la corta, el cuerpo pasa factura. Trabajo de hormiga y corazón de león. Y así, disfrutaremos de muchos más de esos cracks olvidados en las inferiores, de esos distintos que se van quedando en el camino porque los que tuvimos que acompañarlos, no supimos hacerlo. Preguntémonos cuándo y por qué no pudimos ayudarlos, contenerlos, mejorarlos, guiarlos.
¿Cuándo fue que los perdimos?
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