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Diego Maradona y Boca: a 40 años, detalles inéditos del día de la firma de un pase histórico y el nacimiento de un romance eterno
“Disculpe señor, ¿puedo ver la cancha?”. La frescura e inocencia de Diego Armando Maradona descoloca a Rubén Dodero, que jamás se imaginó estar ese día, a esa hora y en ese lugar formando parte de un momento histórico. Son las 14.30 del viernes 20 de febrero de 1981, y en apenas unos minutos, el muchacho de rulos será presentado como nuevo jugador de Boca.
El hombre, primer rostro del club que vio el ídolo cuando llegó a la Bombonera hace instantes, asiente. Entonces, Pelusa sube los escalones hasta el primer descanso del acceso al Sector B más cercano al palco oficial y se asoma.
El silencio del cemento vacío lo conmueve. Entonces, se lo imagina repleto de gente gritando por él y por Boca. Se vislumbra celebrando goles y saliendo campeón con la camiseta azul y oro sobre su piel. Se le acelera el corazón de solo imaginar el "Maradooooooooooo" de los cuatro costados. Y entonces, alza los brazos, cierra y une sus puños en lo más alto de su ser y saluda. A lo Rocky Balboa. Para un lado y para el otro. A las gradas vacías.
Dodero se emociona. No puede creer lo que guardará para siempre en sus retinas. Lo que le contará a sus hijos y nietos. Y, en silencio, respeta ese momento tan íntimo junto al representante Jorge Cyterszpiler, el periodista Guillermo Blanco y un empleado de "Maradona Producciones". Ellos tres escoltan al nuevo refuerzo en esa caminata.
Diego aún no da por finalizado el rito. Después de ese saludo, baja los brazos. Entonces, junto a la baranda de contención que da a la platea baja se arrodilla, cierra los ojos y reza. Pide y promete cosas que sólo él sabe.
El simulacro de firma (la oficial se había hecho la noche anterior) será un evento captado por las cámaras de televisión, como fue, es y será casi todo en su vida. Canal 13 pagó por una transmisión exclusiva que está prevista que comience a las 14.50, dentro del programa “Hoy Verano”, que conduce Juan Alberto Mateyko.
En la puerta principal del club están los móviles de los otros canales. Ellos hacen la guardia periodística en Brandsen 805. Creen que el Pelusa ingresará por allí, e incluso se ilusionan con captar ese momento y el posterior ascenso del ídolo por las escaleras principales del hall, con el histórico cuadro de Quinquela de fondo. Error. Como tantas otras veces, Diego los gambeteó y todavía no se dieron cuenta.
Mientras tanto, a pocos metros de allí, solo un puñado de elegidos son testigos de ese momento tan íntimo del pibe de 20 años rezando arrodillado a cielo abierto, en un rincón inhóspito del vacío y mítico coliseo Xeneize.
Amanecer de un día agitado
Para Cyterszpiler y Blanco, el periplo había comenzado bastante antes. El representante se había quedado a dormir en la casa de Diego, en la calle Lascano 2257, de la Paternal. "Cuando llego, a media mañana, lo despertamos. Y los tres nos tomamos unos mates en la cocina", recuerda a LA NACION el periodista que más conoció al ídolo desde su época de los Cebollitas hasta 1985.
Cyterszpiler ya está preparado desde temprano, vestido con un impecable traje blanco. Pelusa se cambia rápido: chomba azul Francia con cuello blanco, jeans y zapatillas blancas. Sin cordones. Antes de salir, se cuelga una camiseta de Boca sobre sus hombros.
A las 13.30 parten rumbo a la Bombonera. Se reparten en dos autos, para despistar. Diego inicia el viaje en un Mercedes Benz 450, pero poco antes de llegar se cambiará a un Ford Taunus gris.
El camino no es directo. En el medio hay una breve y fundamental parada técnica. El ídolo precisa pasar por la cancha de Argentinos Juniors. Allí lo espera Galíndez, su amigo masajista, que le entrega sus botines favoritos perfectamente lustrados. Sí: Maradona viaja a incorporarse a Boca con sus propios botines. Cuando los autos llegan a la Bombonera y el portón se abre, comienza el operativo distracción.
"Yo fui la primera persona de Boca que recibió a Diego en el club. No era empleado. Estaba colaborando como encargado de la pileta por el Departamento de Educación Física. Daba una mano porque mi tío, Agustín Cuartino, formaba parte de la comisión directiva", cuenta Rubén Dodero, en una charla con LA NACION tan detallada que pareciera que todo ocurrió ayer y no hace 40 años.
"La prensa era una locura. Sobre la calle Brandsen había móviles por todos lados. Imaginate, ¡venía Maradona a firmar!", describe Rubén. Y sigue con su relato: "De pronto, me llama el Intendente de Boca, el famoso Turco Simón (Habib). Un hombre que manejaba todo. Y me dice: ‘Tenemos que hacer una maniobra. Vamos a hacer entrar a Maradona por el playón y lo hacemos subir por la puerta 19 hasta la platea media. Lo llevás por todo ese pasillo y lo sacás justo a la sala de reuniones.'"
Cuando Diego, ya adentro del club, se baja del auto, comienza la locura. "Una vez que lo ven y lo reconocen, empieza a acercarse un montón de gente de la pileta. Mujeres, chicos y muchachos en traje de baño rodeándolo, para tocarlo o para pedirle un autógrafo. Una locura. Diego saludó, tímidamente. Ahí un empleado me abrió la puerta 19 y entramos con él, Cyterszpiler, otro muchacho y yo", narra Dodero.
Y prosigue: "La escalera esa es muy larga, y a Cysterszpiler le costaba mucho subirlas porque tenía una pierna ortopédica. Entre Diego y yo lo ayudamos, y finalmente llegamos al pasillo que atraviesa por debajo toda la platea media. Y en el medio es cuando me pide entrar a ver el estadio. Con las manos juntas, levantó los brazos y saludó a toda la cancha vacía. Como si hubiera gente que lo estuviera aclamando. Para un lado y para el otro. Y después de eso, se arrodilló y se puso a rezar. Habrán sido cinco minutos. Más tarde llegamos hasta la sala de reuniones, me firmó un autógrafo para mi hijo en un papel, que con el tiempo se desintegró, y me despedí."
El relato de Dodero sorprende. Por lo inédito y por la calidad de detalles. Durante 39 años la única prueba de aquel hecho era su palabra. Pero el 20 de febrero de 2020 alguien difundió la imagen exacta para eternizar esa caminata. Fue el propio Maradona, que en su cuenta de Instagram subió una foto tomada por la revista El Gráfico. Allí se lo ve al ídolo sonriente. Y a su izquierda, Rubén. Con una camisa blanca y bigotes. Fue, paradójicamente, el último aniversario de ese instante con Diego vivo. "Cuando se difundió esa foto me empezaron a llamar un montón de amigos que me reconocieron. Siempre dije que, de haber podido cruzármelo, Diego se hubiera acordado de mí y de esa caminata", se emociona Rubén.
Un pase revolucionario
En el muy completo libro "Lo quería Barcelona, lo quería River Plei…" (Editorial Reduerco, 2020), se detalla toda la novela de la transferencia más emblemática de la historia del fútbol argentino.
Allí consta que la cifra total del préstamo rondó los US$ 10.000.000. Un número exorbitante para la época. De acuerdo a esas páginas, el desglose fue el siguiente: US$ 2,5 millones más US$ 1,1 millón más por una deuda que Argentinos tenía con el Banco San Miguel y US$ 400.000 por otra con la AFA. Además, US$ 600.000 del porcentaje correspondiente para Maradona, un sueldo mensual de US$ 60.000, una suma fija de otro medio millón de dólares, un cachet de US$ 10.000 por cada partido amistoso jugado en la Argentina y un 25% de lo recaudado en el mismo concepto, pero en el exterior.
Dodero agrega más detalles: “El pase de Maradona se hizo a los tumbos, porque el almirante Carlos Lacoste [N. de R.: organizador del Mundial ‘78, presidente de la Nación durante 11 días y fanático de River), quería impedirlo a toda costa. Y tenía medio amenazada a toda la dirigencia de Boca. El que ponía los 10 millones de dólares para que Diego llegara al club era Héctor Ricardo García, dueño de Crónica. Pero entonces fue amedrentado por la DGI. Entonces el tipo retiró el dinero y se armó un tremendo despelote en el club. Todo el mundo enloquecido. Yo estaba con mi papá, Luis, que era de la comisión de estadio”.
La tensión siguió en aumento: "Entonces empezaron a llamar a todos los famosos para hacer una vaquita. Llamaron a Gerardo Sofovich. Quique, el jefe de la barra de Boca, llamó al Toto Lorenzo, porque era su amigo. Carlos Bello llamó a otro. También a una empresa. Hasta que llegaron a una cifra importante y después les enchufaron a todos los jugadores que se fueron a Argentinos como parte de pago: Carlos Randazzo, Mario Zanabria, Carlos Salinas, Miguel Bordón, Eduardo Rotondi y Osvaldo Santos".
Las primeras horas de Diego en Boca
Una vez finalizado el acto de presentación, Maradona fue a almorzar a una tradicional cantina del barrio, cerca de la Vuelta de Rocha: "El viejo puente". Compartió la mesa con Cysterszpiler y Guillermo Blanco. Más tarde se sumaron Guillermo Coppola y uno de sus representados: Carlos Randazzo.
"Diego pidió ranas. Le encantaba comer ranas", recuerda Blanco. Y completa la tarde: "Desde ahí mismo, Jorge llamó por teléfono a La Candela para hablar con algún muchacho y pedirle lo arroparan cuando llegase. Habló con Brindisi, y Miguel fue uno de los que recibió a Diego, cuando llegó cerca de las 17.30. Más tarde Silvio Marzolini, el técnico, quiso hablar con él a solas, charlaron y se quedó descansando un rato para el partido de la noche. Compartió la habitación con Trobbiani y el propio Brindisi."
Bien maradoniana, la jornada aún no había concluido. Cuenta el libro "Lo quería Barcelona…" que a las 19.45 salió el micro que llevó a Diego, junto a sus nuevos compañeros, otra vez rumbo a la Bombonera, donde se jugaría un amistoso entre Boca y Argentinos. Una hora más tarde ya estaba cambiándose en el vestuario visitante.
El primer tiempo lo juega para el equipo de la Paternal. En el entretiempo se da el momento más emblemático: Diego se quita la casaca del Bicho y se la regala a Francis Cornejo, su descubridor. Minutos más tarde, ya en el vestuario local, se pone la camiseta de Boca. Alrededor de las 22.30 sube las escaleras y sale por el túnel. Una lluvia de flashes lo enceguecen.
Diego se persigna y trota rápido para el medio del campo de juego. La ovación que le llega desde los cuatro costados lo llenan de pasión y energía. A los 21 minutos de ese segundo tiempo anota, de penal, su primer gol. La celebración es igual o mayor que la que había imaginado ocho horas antes, cuando había alzado los brazos, cerrado y unido sus puños en lo más alto de su ser y saludado. Para un lado y para el otro. A las gradas vacías.
Apenas dos días más tarde debutó oficialmente frente a Talleres de Córdoba. Fue otra vez en la Bombonera. Y a pesar de que aún no había hecho fútbol con sus nuevos compañeros, junto a Brindisi se entendió desde el primer instante que la pelota comenzó a rodar.
El estadio era un sauna. No cabía un alfiler. Toda la Boca quería decir presente para recibir al ídolo. Fue 4 a 1, con dos goles de cada uno. Pero ese capítulo forma parte del comienzo de otra historia.
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