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Diego Burrito Rivero: el jugador inoxidable que, a los 42 años, se resiste al retiro
Ahora en el ascenso, sigue sintiendo el mismo placer que cuando brillaba en Primera
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Uno de los axiomas del mundo del fútbol es que la carrera de los jugadores es corta. Diego Rivero no está de acuerdo con esa idea porque con 42 años, 25 de ellos como futbolista profesional, sigue jugando y pospone su retiro. “Creo que soy un afortunado porque puedo seguir corriendo y el cuerpo todavía me lo permite. Mientras las piernas me den y pueda sostener el ritmo voy a seguir jugando”, afirma el Burrito a LA NACION, que en 2022, luego de un año de inactividad se incorporó a Atlas, de General Rodríguez.
El equipo en el que hoy juega Rivero participa del torneo de Primera C, la cuarta categoría del fútbol de AFA. El club de Rodríguez tuvo un período de notoriedad a partir de un reality show llamado “Atlas, la otra pasión” que se emitía por el canal Fox Sport, que contaba las dificultades del modesto club, cuando militaba en Primera D y luchaba por no desaparecer.
“Llegué a Atlas con un poco de temor, porque venía de un periodo de inactividad de un año y no quería que la gente piense que quería estirar mi carrera y robar la plata. Pero ese miedo se convirtió en motivación, porque desde el primer día me lo tomé con total seriedad y me propuse, igual que lo hice durante mi carrera, dejar todo”, afirma Diego que hoy viste la camiseta número 8 de los Guerreros y se convirtió en el referente del equipo. “No doy consejos, solo comparto mi experiencia y mis vivencias con los más jóvenes, y que cada uno tome lo que le sirve”.
Diego Rivero disfruta de este “tiempo adicional” que le otorga el fútbol y aprovecha cada partido que le toca jugar en Atlas: “Al principio me costó adaptarme por la dureza del ascenso, porque nadie te regala nada, pero nunca me olvidé que de pibe jugaba en las canchas de barro en Sourdaux y en Don Torcuato y por eso hoy lo disfruto”.
La Primera C es una categoría semiprofesional, donde la mayoría de los jugadores superponen otro trabajo con el fútbol, pero eso no le quita profesionalismo y el nivel de dedicación es muy parecido al de los planteles de las categorías más elevadas. “En Atlas, de 30 chicos trabajan 25, y dejan el alma en esto. A mí eso me refuerza el compromiso. Intento ser el primero en llegar, el último en irme y dejar absolutamente todo en cada entrenamiento”, dice Rivero.
El arribo del Burrito a Atlas estuvo precedido por un cierre doloroso en el equipo que lo vio nacer y en el que es ídolo. Rivero debutó en Chacarita a los 17 años, y en esa primera temporada lograron el campeonato de la B Nacional, y el ascenso a Primera A: “Para mi fue una locura porque me pasaron muchas cosas muy rápido. Vengo de una familia humilde donde todo costaba mucho y en poco tiempo pasé de ir a entrenar en colectivo a jugar en primera. Me acuerdo que cuando ascendimos nos llevaron a la Quinta de Olivos a saludar a Carlos Menem, que era amigo de Luis Barrionuevo, el presidente de Chacarita en ese momento. Fui vestido con una camiseta de Chaca que yo usaba como hincha del club, y cuando llegué me tuve que poner de apuro un pullover para estar un poco más presentable”, cuenta riendose Diego.
En el conjunto funebrero jugó casi 300 partidos, logró dos ascensos, pero también vivió una de las frustraciones más grandes. Su plan fue jugar una última temporada luego de cumplir 38 años y retirarse en el club donde se formó, pero la realidad le marcó otro camino. “De Chacarita me fui mal y con un dolor muy grande. Antes de la pretemporada me tomé vacaciones, pero me entrené los 25 días para jugar mis últimos seis meses y luego retirarme. Cuando regresé, el presidente me dijo que ya no tenía lugar en el equipo. Me cerraron las puertas y no me dejaron que me entrene”, explica Rivero acerca de su salida del conjunto de San Martín.
Siguieron tiempos difíciles, porque Rivero no estaba preparado para un cierre así: “La pasé muy mal, los dos primeros meses fueron duros, pero de a poco me cambió la cabeza porque me aboqué a mi familia y comencé el curso de director técnico”, cuenta el futbolista, que este año planea finalizar su preparación como entrenador en la Escuela de Técnicos de Vicente López.
“Cuando ya creía que no volvería a pisar una cancha como jugador, surgió la posibilidad de sumarme a Atlas. Al principio me costó, pero no por pensar que el nivel es bajo o por menospreciar la categoría. Todo lo contrario, quería hacerlo bien, me daba miedo rifar el prestigio que construí como jugador y además no perdía de vista que en ese momento tenía 40 y un año de inactividad”, explica Rivero, que hoy es una pieza importante entre los once titulares del conjunto de General Rodríguez.
El fútbol le dio enormes alegrías y le regaló un puñado de amigos, entre los que se destaca Juan Román Riquelme: “Tengo un gran afecto por él. Nos vemos y hablamos seguido, pero no me gusta molestarlo. Valoro mucho su amistad y no me gustaría que alguien pienso que quiero sacar provecho de eso”, dice Diego, fue parte de la selección juvenil sub 20 en 2001 que dirigió José Pekerman y que fue subcampeón del Sudamericano en Ecuador. Luego no fue parte del plantel que ganó el Mundial jugado en Argentina, ese mismo año.
De Chacarita se fue al fútbol mexicano, primero a Cruz Azul y luego a Pachuca. Después volvió a jugar en San Lorenzo, ganó el Torneo Clausura 2007 y quedó en el recuerdo de la hinchada azul y grana. Su paso a Boca, a los 30 años, fue una pequeña afrenta para la parcialidad de Boedo, que supo perdonar a Rivero y que hoy lo recuerda con mucho afecto. “Me pasa algo raro, la gente de San Lorenzo, lo mismo que la de Boca me trata muy bien y todos me recuerdan con afecto. Creo que valoran el hecho de haber ganado cosas importantes, pero por encima de eso reconocen que dejaba todo en la cancha”, sostiene el Burrito.
“En Boca estuve tres años y medio y viví grandes alegrías, pero también los momentos más complicados de mi carrera”, cuenta Diego Rivero que fue bicampeón en el conjunto xeneize, que obtuvo el Apertura 2011, la Copa Argentina 2012 y quedó a un paso de la Libertadores luego de perder la final con Corinthians, aquella en la que Riquelme se quedó “sin energías”.
En el conjunto xeneize, Diego tuvo una serie de lesiones importantes que le impidieron jugar con continuidad, a pesar de los buenos desempeños que tuvo entre cada uno de los períodos de inactividad. Primero fue una fractura en el maxilar, luego le diagnosticaron una arritmia cardíaca que derivó en una operación. Finalmente un desgarro y una lesión en la rodilla enturbiaron su paso por el equipo de la Ribera. “Fueron momentos muy difíciles que me dejaron un sabor feo, porque me quedé con las ganas de jugar más y de demostrar que estaba en un buen nivel. Pero también se aprende. En Boca viví la felicidad de dos títulos y uno invicto, pero también la angustia de las lesiones. Entendí el significado de es frase que dice: la felicidad te la prestan, es solo un ratito”, sostiene Rivero, que hoy mira en perspectiva lo que vivió en el Xeneize.
Los goles de Diego Rivero en Boca
El recorrido del fútbol le permitió a Diego cruzarse con personas que lo marcaron positivamente. El Burrito destaca la figura de Carlos Bianchi durante esos últimos meses en Boca: “Cuando se me terminaba el contrato salía de una lesión y faltaba muy poco para quedar libre”, explica Rivero.” Los dirigentes no querían que juegue porque corría el riesgo de volver a lastimarme y el club se tenía que hacer cargo, pero Carlos me llamó y me dijo: ‘Rivero, usted va a jugar en México (un encuentro por Copa Libertadores) aunque los dirigentes no quieran’. Jugué y me ayudó a salir de Boca y continuar jugando, es un recuerdo que guardo y que agradezco”.
Su siguiente paso fue en 2014, cuando Argentinos Juniors conformó un gran plantel junto con Juan Román Riquelme, Cristian Lobo Ledesma, Matías Caruzzo y Claudio Borghi como DT, y así lograron el ascenso a primera división, pero la seguidilla de éxitos no terminó allí. Al año siguiente retornó a Chacarita, y en 2017, nuevamente fue parte del ascenso a primera del Funebrero.
Hoy Diego Rivero se prepara para ser entrenador y cursa el último año de su preparación como director técnico. “Comencé a prestar atención a temas o comentarios que antes no le daba importancia. Ahora escucho de manera diferente a la gente. En el curso de técnico aprendí muchísimo. Sobre todo, la manera de comunicar una idea. Siempre fui una persona retraída y mi manera de expresarme fue entrenando y dejando todo en cada partido”, explica Rivero.
“Creo que puedo seguir jugando con 42 años porque siempre fui muy cuidadoso en mi preparación y hasta el día de hoy me entreno con mucha intensidad”, dice Rivero. Y cuenta una anécdota acerca de su dedicación. “En la última pretemporada en Chacarita el profe nos dice que teníamos que correr ocho kilómetros, pero que podíamos arrancar en forma progresiva. El primer día corrí seis, el segundo siete y el tercero ocho y ese día quedé corriendo solo. Cuando terminamos la pretemporada, el psicólogo me felicita y me dice: Sos el jugador que más kilómetros corrió de todo el plantel. Vos no hablás, pero con tu manera de entrenar, y a tu edad, le enseñás al resto del plantel”.
Hoy, entra en la cancha sin extrañar la gloria del pasado y disfruta cada partido agradeciendo la chance que le da el fútbol de estirar su carrera, mientras planifica su futuro como director técnico. “Me entreno todos los días como si fuera el último. Me manejo con una filosofía: todo lo que hagas hoy, mañana es poquito”, sentencia. Y Diego Burrito Rivero sigue jugando.
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