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Dibu Martínez, The Best: la historia de sacrificios y desventuras que muy pocos conocen, hasta alcanzar la cúspide del mundo desde el arco
El lado B de un auténtico ganador, que conoció su nueva cara hace apenas tres temporadas; un cuento de silencios y frustraciones; “mis ídolos son mi mamá y mi papá”, asume
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A veces, hay dos vidas dentro de una misma. Emiliano Martínez, a los 30 años, lo sabe muy bien. La nueva, la última, es demasiado reciente, no lleva más de tres temporadas. En ella, es un héroe, un campeón. En la otra, la que carga en su espalda, representa a un sujeto silencioso, uno de los buenos. Aunque volaba, de un palo al otro, con cierta indiferencia.
El croata Lovre Kalinic, un arquero que conoció su intimidad en un puñado de meses en Aston Villa, confesaba horas antes del choque con el pequeño gigante europeo en el Mundial. “Se fue cedido a equipos de la segunda línea, del estilo de Getafe, Wolverhampton, Reading… En Arsenal siempre traían a alguien nuevo y obviamente no confiaban en él. Hablamos mucho y me contaba lo callado y retraído que era. También me agregó algo que me causó asombro: ‘La primera vez que me rebelé, dejé el Arsenal’”, decía el hombre convertido en el mejor arquero del mundo, tras recibir el trofeo de manos de su excolega, el brasileño Julio César. El primer argentino que lo consigue, ahora, rodeado de estrellas, en la gala de The Best.
La emoción de Dibu Martínez al recibir el premio The Best
Y dice, entre lágrimas: “Es algo muy lindo para mi carrera. Es un orgullo para mi país. Ganar un Mundial después de 36 años es hermoso. Jugar en la Selección era el sueño de mi vida. “Siempre me preguntan quiénes son mis ídolos o a quiénes miraba cuando era chico… yo digo mi mamá limpiando un edificio 8, 9 horas... y mi papá trabajando”. Y va más allá: “Es un orgullo para mí país. La gente sabe lo pasional que es el argentino y poder levantar la copa del mundo es algo increíble”.
La primera vez que tomó su vida en un puño, que alzó la voz, que abandonó definitivamente la timidez, optó por la decisión que transformó su destino. Adiós a los bellos cuentos de actor secundario: adiós a Oxford United, Sheffield Wednesday, Rotherham United y tantos otros destinos tan pintorescos como alejados de la mesa chica del fútbol mundial. Aston Villa, en la sombría y fascinante Birmingham, la que tan fríamente retratan los Peaky Blinders, fue su plataforma de despegue.
Y ya nada fue igual.
Durante 10 años, reservado, de pocas y justas palabras, sin jamás un gesto desmedido, fue cedido a préstamo a media docena de equipos de diverso origen. Con Arsenal, el gigante, solo disputó 14 partidos por una lesión de Bernd Leno, el arquero titular. Durante ese puñado de encuentros, algo vieron los demás. Algo revelador. Empezó el mito de Dibu cuando la volcánica entidad apostó una tesorería entera, unos 22 millones de libras. Fue una apuesta: la timidez la cambió por una soberbia (la bien entendida) extraordinaria, de palo a palo, no paró de hablar (a veces, en exceso) y fue tocado por la varita mágica por Lionel Scaloni. El resto, es historia.
Los penales con Colombia, la Copa América. Los penales con Países Bajos y con Francia. La salvada monumental en el cierre con Australia, el tobillo mágico cuando la final de todos los tiempos viajaba hacia Europa. Los bailes, las cargadas, el gesto que llamó la atención del mundo árabe y del mundo entero, con el premio entre sus manos. El Dibu que todos conocemos, el que la Argentina futbolera y adolescente admira hasta la irreverencia. El campeón mundial.
“Pensé en dejar el fútbol hace unos años. Pensaba que quizás no estaba hecho para mí, porque me implicaba muchísimo, entrenaba durante horas, pero no jugaba. Veía que no funcionaba. Luego, hace cuatro, cinco años, empecé a trabajar con un psicólogo que me ayudó a no tocar fondo. Y entonces ahí me levanté. Nació mi hijo en esa época y decidí no ir más a préstamo. A partir de ahí, exploté”, reflexionaba, días atrás. Dibu es portada, ahora: en medios franceses (por la finalísima), en medios británicos (por su aura). En galas de The Best.
Sin embargo, siempre hay algo más. Algo en su interior. Algo que no todos conocen, detrás de la gloria eterna y de una vuelta al ruedo en la Premier League, a veces, con los pies de barro. “Cuando volví a Inglaterra, una vez en paz, en mi casa, dormí tres días seguidos durante doce horas. Le decía a mi esposa: ‘Duermo todo el tiempo, pero todavía estoy cansado.’ Finalmente asumí el cansancio mental causado por el Mundial. El torneo, la victoria, las celebraciones: viví un shock, un shock agradable, pero un shock al fin”, contaba.
No bastó la ayuda profesional. Su carga emotiva, trascendental (¿podría ser el Dibu, el auténtico Dibu, sin esa energía en exceso con la que riega su sudor en cada examen?), lo desnuda. “Yo dormía entre 14 y 15 horas por noche. Ya ves cuánta adrenalina, cuánto me costó volver a los entrenamientos con Aston Villa”, confiesa el protagonista surgido en Independiente, uno de los últimos argentinos en sumarse al grupo selecto en Inglaterra en 2023. Le cuesta volver a ser. Justo ahora, cuando quiere dar el zarpazo definitivo.
Tal vez, es un campeón del mundo que puede ser N° 1, aunque no se desvive por ser el mejor. Le encanta las alturas: esa misma sensación de vértigo, a veces, lo condiciona. Contaba después de la fatalidad con Arabia Saudita: “En el primer partido me patearon dos veces al arco y me hicieron dos goles. Me fui del primer partido con la sensación de que debí haber hecho algo más para evitar la derrota. Lo hablé mucho con mi psicólogo esa semana, porque me resultaba difícil de tragar”.
De retraído a protagonista, del silencio a la explosión, la vida (una de ellas, al menos) tiene su precio. La cúspide del mundo suma otra cara: la mirada de los que lo señalan, de los que lo juzgan. Los que no le permiten un mínimo desliz. Martínez se ríe y parece nada importarle: como tantas veces, la procesión va por dentro.
Cuatro goles les marcó Arsenal (el tercero, en contra, toda una fatalidad, el cuarto, una aventura con su sello), tres Manchester City en un tiempo (luego, frenó el acelerador) y su equipo es uno de los más goleados, con 38 tantos en 24 partidos. En el último 0-2 con Everton, fue una muralla: sus guantes volvieron al ruedo. No juega, delante de sus narices, una pareja rocosa como Romero-Otamendi, pero echarles la responsabilidad exclusiva a los defensores de Aston Villa sería todo un engaño. Emiliano lo sabe: solo cinco equipos, de 20, lo superan en ese rubro.
“Tengo 45 millones de personas detrás de mí y en ese partido creo que podría haber hecho más”, decía. Más allá de Arabia Saudita, Dibu no solo sueña con la heroica a Kolo Muani. Rebobina cada uno de sus defectos, una y otra vez. Se martiriza. Es un campeón del mundo, un The Best, con el vaso medio lleno en su interior. Aunque en público sea el héroe que todos quieren ver.
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