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Desvelos y algo de delirio con los nervios de una final
-Muchachos, yo ya me lo perdí, pero vayan y traigan la Copa, por favor.
El portador del mensaje del líder fue el Fideo, claro, quién si no. Desde el gol que marcó el inicio de esta maravillosa sociedad en la final de los Olímpicos de Pekín (23 de agosto de 2008) que son confidentes de mil batallas. Tanto que ahora se retiran juntos de la albiceleste (aunque con Leo nada parece estar dicho).
Déjenme volver por un instante al estadio El Nido, de dimensiones chinas, como corresponde a ese país, porque tuve la suerte de estar allí. Eran dos muchachitos de 21 (Leo) y 20 años (Ángel), y ya estaba claro que se divertían jugando juntos. A los 12 minutos del segundo tiempo, Román frustró un ataque de Nigeria provocando un rebote en un jugador contrario que llegó a los pies de Leo. Apenas unos metros le bastaron para adivinar el claro que Di María tenía por delante. La gacela volvió a trotar, ya imparable, y poco antes de enfrentar al arquero, que se adelantaba para el achique, “picó” la pelota con su mágico pie izquierdo por arriba de la cabeza. Destino: Argentina 1 – Nigeria 0, y campeones olímpicos otra vez.
Maravillas como esa explican lo que pasó en el Hard Rock de Miami el domingo. Cómo, ¿ustedes no vieron cuando el gran Capitán, en medio del llanto, un poco por el dolor en el tobillo y mucho por la frustración, le pasó aquella posta al Flaco? No puede ser que solo lo haya visto yo, pero les juro que fue así. Bueno, no fue directo. En realidad, Leo, desde su banco, le transmitió su mensaje para el grupo a un miembro del cuerpo técnico, uno de los más fieles de la escuadra Scaloni, aunque entre la confusión del partido y la distancia que impone la transmisión de la tele, tampoco pude precisar bien de quién se trataba. El técnico (no era el Maestro, pendiente como siempre de cada detalle en el campo de juego. ¿Tal vez Ayala? ¿O Aimar?) se acercó a la línea y mientras Angelito surcaba el lateral derecho a la velocidad del rayo alcanzó a gritarle las instrucciones del jefe.
Fideo casi frena de golpe. Un mensaje de su amigo del alma es lo único que podría haber conseguido un hecho así de sobrenatural. Pero no hizo falta: el 11 llegó a escucharlo a zancada limpia. En la primera de las miles de paradas que se produjeron en un partido duro, fortísimo, el mensaje corrió de boca en boca desde el gladiador De Paul hasta el propio Dibu.
Lo que siguió lo vimos todos: el estratégico triple cambio que dispuso Scaloni con el ingreso de Paredes, Lo Celso y Lautaro Martínez. Cuando el destino de los penales parecía marcado, entre los tres (seguramente envalentonados por el mensaje que había llegado minutos antes desde el banco de suplentes) armaron la magia para no llegar a esa instancia. Cuando el Toro enfrentó a Vargas no dudó y disparó, fuerte y apenas por encima de la cabeza del arquero.
Messi no solo ya no lloraba sino que encontró fuerzas para pararse y festejar junto al resto el gol que los llevaría a la victoria. En el final, todos lloraron en Miami (y en Buenos Aires, claro). Fideo, que había salido del campo minutos antes, con la emoción y, seguro, algo de tristeza por el retiro. El Toro, porque una vez más le había dado el triunfo al equipo ¡y porque hay que cargar con semejante emoción y responsabilidad sobre los hombros! Nico González, batallador de toda la cancha que había reemplazado nada menos que al líder, se abrazó con Lautaro arrodillados en el césped, con lágrimas de los dos.
Así, la Copa volvió a casa, y los gladiadores cumplieron con el pedido de quien tanto hizo por ellos y por el fútbol mundial.
¿Aún no me creen que fue así? Escúchenlo al Fideo en las entrevistas después del partido: “Por fin hoy nosotros pudimos ganar y darle una alegría a él”. ¿Qué lo soñé? No viene mal un poco de épica en medio de tanta incertidumbre. Y si no, vaya una broma que solemos hacer en el periodismo: si no fue real, merecería haber sido así.
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