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Después de un año excelente, no hay que apurarse: la selección no tiene que jugar (todavía) contra las potencias europeas
La Argentina juntó virtudes que la hacen confiable; el camino hacia el Mundial de Qatar la hará crecer más
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La selección argentina culmina un 2021 pleno de logros que ha dejado definitivamente atrás aquellos escombros que llenaban de interrogantes el futuro cuando finalizó el Mundial de Rusia. Lo hizo con dos partidos que quizás fueron los más “terrenales” y modestos desde la consecución del título en la Copa América, pero que al mismo tiempo sirvieron para mostrar varias de las virtudes que ha ido cosechando el equipo en esta etapa surgida de las ruinas.
Una de ellas me parece fundamental. Argentina ha conseguido una idea clara de funcionamiento, y esto le permite garantizar cierto estándar de juego, una especie de rendimiento promedio que garantiza la estabilidad y resulta muy alentador. A esto hay que añadir el espíritu de unidad, y jugadores que sustentan ese armado: Cristian Romero, Emiliano Martínez, Rodrigo De Paul, y por supuesto, Lionel Messi. Tener futbolistas capaces de aparecer en momentos bravos, de alcanzar altos niveles de eficacia en las áreas los días en los que el rendimiento colectivo no es bueno, es una característica de los grandes equipos. Y es algo que le está ocurriendo a la selección.
Esa idea de funcionamiento cuenta con otro punto a su favor: ha dejado de depender de Messi. Que se entienda bien el concepto: Messi sigue siendo indispensable e insustituible para ganar los partidos en los que no alcanza con lo correcto y hace falta la genialidad. Pero así como en otras épocas él era también el responsable de hacer caminar al equipo, porque no existía un funcionamiento como tal, ahora se ha acoplado al andar del conjunto. Su ausencia, desde ya, se hace notar, pero no altera de manera sustancial ni las pretensiones ni los movimientos generales.
Justamente, el hecho de que no estuvieran ni Messi ni Leandro Paredes en sus mejores condiciones es un elemento que no debe pasarse por alto para explicar cierto bajón ante Uruguay y Brasil. También el hecho de que enfrente estuvieron un equipo lleno de urgencias que jugaba ante su gente y un adversario contra el que existe una rivalidad que siempre da lugar a partidos cerrados en los que las diferencias suelen ser muy sutiles.
En esas circunstancias, Argentina mostró tener un marco de seguridad, una suficiencia bien entendida. Los logros obtenidos este año, con todo lo que representan como liberación psicológica, ofrecen un aplomo que permiten la supervivencia y hasta sacar una nota aceptable en noches grises como las de esta última ventana del año.
De todos modos, el partido contra Uruguay denunció algunos defectos, cuestiones lógicas que todavía deben pulirse. El equipo, por ejemplo, no tiene aún todas las respuestas ante el hostigamiento del rival de mitad de cancha hacia adelante, sobre todo si no está Messi. Le cuesta conservar la pelota durante más tiempo cuando es presionado, le falta algo más de paciencia para encontrar los huecos por donde pueda aparecer la inspiración si lo esperan muy atrás, y necesita de un Lautaro Martínez más participativo para darle continuidad a las jugadas. Aspectos que Lionel Scaloni deberá trabajar en los ensayos para ir sumando variantes a las ya existentes.
Esta es, por otra parte, la etapa que se abre de ahora en más. Los cuatro partidos que restan de las eliminatorias pueden darle al entrenador una cuota de información para lograr que el plantel sea más abarcativo a largo plazo. Es el momento ideal para descubrir ese jugador capaz de integrarse mejor en determinados momentos o quizás sirva para que alguien pueda ganarse un puesto.
Es cierto que las selecciones sudamericanas, salvo Brasil, no son hoy por hoy un buen parámetro, pero es lo que nos toca y debemos estar satisfechos. Percibo cierta ansiedad por testearnos ya mismo contra las potencias europeas y no estoy de acuerdo con esa postura. Argentina recién ahora está solidificando su idea y asentándose como equipo después de haber pasado episodios muy difíciles. Es saludable que si hay golpes no sean tan duros y creo que los partidos por venir valen para seguir fortaleciéndose y prepararse mejor para lo que viene.
Después sí, ojalá lleguen esos choques contra conjuntos europeos para saber qué hay que ajustar como equipo y corregirlo. Pero a su tiempo. Por otra parte, nos soy tan pesimista en cuanto a la competencia contra los grandes de Europa, porque si bien pueden tener mejores jugadores y más tiempo de cocción, los jugadores argentinos, así como los brasileños, son porfiados, tienen coraje y tienen alma, virtudes que en competiciones cortas sirven para ganar aun sin tener un funcionamiento demasiado sofisticado.
Se acaba un excelente 2021 para la selección. Comienza un proceso de retoques y de observación. De aprendizaje, como el que debe realizar Nicolás Otamendi para no cometer errores como el codazo ante Brasil que en un Mundial puede pagarse con la eliminación -basta con recordar la expulsión de Ariel Ortega en Francia 98-. Falta un año para Qatar y soy moderadamente optimista. Hay conciencia de equipo y una energía positiva, los jugadores disfrutan y existe margen de mejora. ¿Por qué no creer que se puede seguir creciendo?
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