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Desleales: los futbolistas rompen códigos y modales con tal de ganar
Ante la asfixia competitiva, aparece ese espíritu ventajero que le da espesor al engaño; opinan Latorre, Menotti, Bassedas, Martino, Herbella y Ángel Sánchez, entre otros; reflejo de una sociedad que saluda la trampa
Explota el vozarrón cavernoso de Alfio Basile: "A los que no perdono es a los buchones? ¿Te creés que soy bobo? Hay jugadores que hablan con los periodistas, que cuentan..." El histórico entrenador deja a la intemperie esas filtraciones desestabilizadoras, uno de los códigos pisoteados. El sálvese quien pueda enturbió al fútbol argentino y ofrece mil derivaciones. "Si pegándole al rival se iba a jugar para otro lado y me simplificaba el problema, porque le tenía miedo a las patadas...y, sí, yo a algunos les he pegado?.", confiesa Juan Manuel Herbella, ayer un duro zaguero, hoy un hombre que disfruta e impulsa el debate de ideas. Las urgencias asfixian y las deslealtades aparecen. "Dentro del juego, el futbolista saca al argentino que lleva adentro, que vive de la viveza, de la ventaja. Esto se trata de ganar, entonces engrupir al árbitro te da más chances de hacer un gol y en ese momento no te importa tu colega, sólo te importa que tu picardía sea creíble", asume con cierta resignación Christian Bassedas, el entrenador de Vélez. La polémica está abierta.
Nadie quiere jugar en desventaja, y como todo el mundo da por supuesto que el rival, si lo dejan, está dispuesto a hacer trampas, se termina cayendo en corrupciones que empiezan siendo pequeñas (simulaciones, infracciones, faltas tácticas, pedidos de tarjetas) pero que, si quedan impunes, el tiempo va agrandando hasta resultar escandalosas (incentivaciones, sospecha de arreglo de partidos, doping). Muchos futbolistas canalizan tantos desvíos. "Cuando jugás en la calle la picardía es necesaria, pero de la picardía al engaño hay un pasito. Y cuando pasás al fútbol profesional tenés interiorizado esto de sacar ventaja de cualquier cosa, entonces engañar al árbitro es una opción. El futbolista se mueve en un marco, que no sólo permite y avala la deslealtad, sino que también la practica. El jugador es funcional a un sistema social y deportivo, y crece en ese contexto", explica Diego Latorre con lucidez.
Una de las consecuencias de la presión por ganar es que pone a prueba el sentido de moral de los jugadores. Entonces aparece lo peor: se acepta ese espíritu ventajero que le da espesor al engaño. "Queridos jugadores, quisiera recordarles especialmente que, con su modo de comportarse, tanto en el campo como fuera de él, en la vida, son un referente. Aunque no se den cuenta, para tantas personas que los miran con admiración, son un modelo, para bien o para mal. Sean, por tanto, conscientes de esto y den ejemplo de lealtad, respeto y altruismo", rogó el papa Francisco ante los integrantes del seleccionado de Sabella, en agosto de 2013, en la Sala Clementina del Vaticano. Corderos desobedientes... Demasiados futbolistas no comprenden su dimensión. Y tampoco les importa.
Muchos futbolistas se muelen a patadas, se salivan y se punzan con bajezas morales. Fingen, simulan. A veces no le devuelven la pelota al rival, o lo hacen allá lejos, sobre la línea de fondo para asfixiar la salida. Nada de fair play. "Creo que el crecimiento de las deslealtades ha ido de la mano del crecimiento del negocio futbolístico -cuenta el ex árbitro Ángel Sánchez-. Entonces, vale ganar a cualquier precio. Hoy, en comparación con una década atrás, la plata que hay en juego es muy superior. Y los medios también han potenciado esa desesperación por ganar; son muchos más medios y fogonean mucho más todo lo que rodea al fútbol. También bajó mucho la edad de los jugadores, y eso impacta en su madurez y el nivel educativo y cultural. Todo junto ha potenciado esa sensación de ganar como sea, incluso fuera de la ley".
"Nada humilla más que perder por gil, que el rival te gane por más pillo", aceptaba Roberto Perfumo con una sensibilidad especial para interpretar los códigos futboleros. Desde su recuerdo se puede entender cuando tantos jugadores se escudan detrás de otra máxima vergonzante: "El fútbol es para los vivos", disparan. Como si allí encontraran impunidad. La sinceridad distingue a Herbella: "Como defensor central no quería tener a un compañero al que no le sacaran ni una amarilla en todo el campeonato. Y me pasó con Diego Crosa? Para mí, conceptualmente hay jugadas que en algún momento te piden que las cortes con infracción, es parte del juego. Dentro del ambiente del futbol alguien puro, puro, puro, puro? no existe. Y no sólo los jugadores: no creo que exista un entrenador puro ni un dirigente puro. Como en cualquier ambiente donde haya una lucha por poder, por dinero".
Muchos futbolistas eligen desplegar un arsenal de interferencias sobre la tarea de los colegas y de los árbitros para cubrirse en excusas. Derivar culpas en otros. El que no llora no mama... Pero no se trata de paracaidistas. "Si bien el reglamento invita a la defensa de la nobleza del juego, en la Argentina el contexto es muy potente y uno, lentamente, quieras o no, trata de engañar, de sacar ventajas, ya que acá es saludado el técnico y el jugador que vive de la viveza, y no aquel que insiste con defender el juego. Ese tipo sólo puede sostener sus ideales con resultados permanentes, de lo contrario será señalado como un ingenuo. En cambio, el otro es más aceptado porque todos somos así, todos queremos ser así", desarrolla Diego Latorre.
Muchos se acuerdan de Agremiados cuando huelen un beneficio. Varios filtran información cuando ya no soportan a un compañero en el vestuario. Otros son más atentos con la prensa que les asegura algún voucher. Bassedas extiende la idea de Latorre: "Somos la sociedad en la que crecemos, y eso no va a cambiar. En la Premier League se enojan, te señalan y te condenan. Ellos son permisivos hasta con el juego brusco, en la medida que no adviertan deslealtad, pero lo que acá se festeja allá es inaceptable", cuenta el ex volante de Newcastle entre 2000 y 2002.
"Ser ventajero es el peor de los pecados", advierte Gerardo Martino, con un desagrado que no esconde. "Es horrible ver eso, es horrible -dice César Luis Menotti sobre las deslealtades entre los futbolistas-. Me hace muy mal. La peor complicidad con la trampa y el engaño es la tarjeta amarilla. Te agarro de la camiseta y me ponés una amarilla y si te meto una plancha en la cabeza, también me ponés una amarilla. Entonces me condicionás, es el recurso del griterío. Las agarradas de camisetas las resolvería muy fácil a través del árbitro: que avisen en la primera, y a la segunda empiecen a expulsar jugadores", sugiere el entrenador campeón mundial en 1978.
Las deslealtades se instalaron como una herramienta que habilita a la victoria. Casi nadie las condena. Difícilmente se encuentre a un técnico que las castigue. Si hasta los compañeros del agredido/ofendido se burlan y siembran la venganza: "¡Cómo te hizo entrar, boludo!". Herbella amplía el debate y exige sinceridad: "¿Fabián Santa Cruz repitió lo que aquella vez le hizo a Riquelme [buscó irritarlo tocándole zonas íntimas]? No. ¿Cuántos lo hicieron posteriormente ? Pocos. ¿El entorno lo reprobó? Sí. Entonces hubo una educación a partir de ese caso. Ahora? ¿todo el entorno condena tirar una pelota a la cancha para interrumpir el avance del rival? No. Acá no hay un valor único de la moral. A los chicos alcanzapelotas les enseñan a esconder las pelotas. Hay toda una escuela que no lo rechaza, es más, lo festeja. Ponete en el lugar de ese jugador al que le hacen un gol por no derribar al rival? ¡La gente se le viene encima!".
La simulación de faltas, el matonismo para pedir una tarjeta, la supuesta sagacidad para adelantarse en una barrera y los pedidos de incentivación, en realidad revelan que existe terror a ser considerado un ingenuo. Herbella reclama un compromiso general. "Si no hay una condena unánime, no hay cambio de conducta. Y acá el que se enoja, pierde. Si vos no tenés la fortaleza para soportarlo? Jugar contra Guillermo Barros Schelotto era complicadísimo porque te hablaba a vos, al juez, a todos... ¿y alguien lo criticaba? No, se lo reconocían como un beneficio para su equipo. Y no lo veo mal, pero hay límites, hay una escala que es muy finita, y el que la maneja es el técnico. Si el entrenador lo considera un valor, vos te acostumbrás a hacerlo, y si el entrenador lo rechaza, vos y el equipo se acostumbran a no hacerlo. Por eso hay jugadores que con un DT son unos asesinos y con otros son unas carmelitas descalzas. ¿Y por qué? Porque este técnico, si te echan por pegar una patada alevosa no te pone más, y este otro, si perdés en el último minuto por no derribar al rival, te recrimina? ?¡cómo no lo bajaste!...', y seguramente no te pone más".
Pero los futbolistas no son extraterrestres, provienen de una desarticulada sociedad. Una máxima muy extendida asegura que los jugadores son lo más sano del fútbol argentino? Los malos diagnósticos son el corazón de la enfermedad.
La complicidad de Valdano en la mano de Dios
"La Mano de Dios es un símbolo de los eufemismos que empleamos para disfrazar conductas difíciles de defender desde un plano ético. Para un argentino, la regla violada no era más que un castigo que Inglaterra merecía, y por lo tanto, quedaba ampliamente justificada. Pero, ¿qué habría pasado si Diego hubiera sacado al árbitro del error? Podemos imaginar todo tipo de consecuencias. Que la Argentina más ultra no se lo habría perdonado nunca. Incluso, que Maradona sería menos ídolo de lo que es hoy. O, quizá, un acto de tal entidad hubiera contribuido a hacer un país mejor porque la fuerza simbólica de episodios tan potentes puede llegar a modificar una sociedad. Lo digo tantos años después y considerándome cómplice de aquel célebre acontecimiento porque si no fui el primero, seguramente fue el segundo en llegar a abrazar a Maradona tras el gol". Lo escribe Jorge Valdano en su libro "Los 11 poder del líder". Una invitación para pensar.
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