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De Racing a Corinthians, todo lo que cambió Boca en tres días: jugó con grandeza pero no ganó en la Copa Libertadores
Con una versión audaz como pocas en el semestre, superó en todos los aspectos al líder del Brasileirão, pero no se impuso; los penales ante la Academia habían premiado a un equipo avaro
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Corinthians fue Boca... en el clásico con Racing. Replegado, retrasado, le dio espacios y la pelota al rival y se aferró a un punto inmerecido, injusto. Así es el fútbol, maravilloso y cruel. Boca jugó con grandeza, como pocas veces en este semestre. Boca jugó como debe jugar Boca: como un grande. Por eso, el punto tiene sabor a poco. En la Bombonera, el equipo xeneize terminó 1 a 1 con el líder del Brasileirão, por el grupo E de la Copa Libertadores.
La versión audaz azul y oro exhibió una primera mitad de buenas intenciones, con un conjunto adelantado unos 10 metros en sus tres líneas, que impuso presencia, vértigo sostenido. Pero Cortinthians, en crecimiento, rápido olfateó un espacio vacío a la salida de un tiro de esquina y abrió el marcador con un zurdazo cruzado y suave de Du Queiroz.
Con el balón, el campo y la valentía nueva, Boca tuvo lo más valioso con que puede contar un equipo en aprietos: paciencia sin límites. Hizo correr la pelota, con un cerebral Pol Fernández, de aquí para allá. Un disparo de Darío Benedetto al cielo y un remate cruzado de Eduardo Salvio, hasta la definición con precisión del número 9, más amigo del gol que de las sociedades. El empate se presentó entre la ansiedad creciente, un estímulo para un equipo que se sostiene con buenas sensaciones, más allá de la clase futbolera. Boca suele estar de pie, con la cabeza levantada.
Compacto de Boca 1 vs. Corinthians 1
El tramo final lo encontró aun más protagonista, toda una declaración de principios. Un pase de Pipa halló a Salvio mano a mano con el arquero, pero Cássio resolvió con suficiencia, en un contexto favorable al conjunto argentino, ofensivo y aguerrido. Con la pelota, con la cabeza. Hasta la fórmula de la izquierda era todo un éxito: de Frank Fabra a Exequiel Zeballos, experiencia y juventud, amagos y proyección.
Asfixiado, aturdido, el conjunto paulista parecía un partenaire nacido en otro país. Dominado y perdido, no parecía brasileño. Boca decidió presionar más alto; tomarse dos, tres, cuatro segundos para la recuperación. No lo hizo apurado: fue el plan. Hasta que las discusiones, las polémicas, las guapezas mal entendidas, inundaron la escena. Cortinthians pretendió hacer tiempo excesivamente –un mal que excede equipos y nacionalidades– y todo acabó con una serie de tumultos y las expulsiones al colombiano Víctor Cantillo y el entrenador portugués Vítor Pereira, más una serie de tarjetas amarillas.
Con un jugador más, Boca tuvo espacios y tiempo para buscar algo más que un punto escuálido. Y, sin embargo...
¿Cuántos equipos juegan verdaderamente bien en el fútbol argentino? Boca nos interpela a todos. No suele ser protagonista excluyente; se inclina por la templanza, por la solidez. Se cubre con la fortaleza de los zagueros o suele salvarlo el arquero. Todo eso es cierto, hasta la certeza de que, si no necesita la victoria –como sí la precisaba ante Corinthians, con tres atacantes y un enganche–, la mitad de la cancha, el círculo central, es su zona de confort.
Camaleónica imagen: Óscar Romero, de enlace; Zeballos y Salvio, como punteros antiguos; Benedetto, en el centro del ataque. Hasta podían sumarse Pol Fernández y Alan Varela en el mediocampo, más creativos que combativos. ¿Se puede pasar de la versión conservadora contra Racing –con la esperanza de los penales– a una formación audaz, arrolladora en el mensaje, en un puñado de días de diferencia? Se puede, claro. Pero resulta un peligro: la identidad es una moneda al aire.
Lógicamente, con los intérpretes que tiene –en el mismo escalón que River; lejos de todos los demás-, la crítica tiene fundamentos. ¿A quién otro, si no es a Boca, se puede pedirle un colmillo más afilado en cuanto a audacia? Jugar bien no es sólo atacar con continuidad; en tantos otros factores, Boca da en la tecla. Es un equipo que tiene personalidad. ¿Cuántos pueden decir lo mismo? Se planta en la adversidad: no es sencillo derribarlo.
Dice Román Riquelme, el vicepresidente: “Para nosotros es muy importante llegar a la final del torneo local. Yo no soy un loco: cuando el equipo no juega bien lo reconozco, pero cuando Boca juega bien no noto la misma euforia que cuando dicen que juega mal... Todavía falta para ser un gran equipo”.
Dice Sebastián Battaglia, el entrenador: “Necesitamos tener más intensidad en el medio y manejar un poco más la pelota. Venimos en levantada en cuanto al juego; contra Racing quizás dimos un pasito atrás”.
Más allá de algunos matices, puertas adentro, Boca sabe que su versión no es estelar. No es una constante: el andar irregular es lo que asombra. No tiene a algunos buenos intérpretes en la Copa Libertadores, como el suspendido Sebastián Villa (envuelto en un serio caso judicial), pero no se trata sólo de ello: con cambios de nombres y de estilo (unos metros más atrás, unos metros más adelante), Boca avanza y retrocede sin solución de continuidad. En la chatura general, le alcanza. Es finalista en el torneo local y mantiene alta la cabeza en la Copa Libertadores.
Esta vez, con su versión audaz. Y siempre optimista.
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