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Copa Libertadores. ¿De qué juega Tevez? La figura de Boca que engaña hasta a sus propios compañeros
¿Puede una solución convertirse en un inesperado problema? ¿La figura de un equipo, a veces, marea y confunde hasta a sus propios compañeros? Si es tan bueno y decisivo –que lo es, qué duda cabe-, parece un juego de mentiras que su clase mortifique a sus socios, que los aparten de su eje. Carlos Tevez todo lo puede. A los 36 años, vive una nueva, hermosa primavera, que excede el clima y la estación.
Podría ser un crudo invierno y Apache estaría allí, reluciente, como en sus mejores épocas. El ciclo final de Guillermo Barros Schelotto y, luego de algunas frases edulcoradas, en buena parte del período de Gustavo Alfaro, le dejaron la sangre en el ojo. Es cierto que se fue y volvió de un destino inhóspito para su clase y ventajoso para su bolsillo. Pero la travesía por China ocurrió hace un siglo. Tevez recuperó la sonrisa, con Miguel Russo como entrenador y un final de orquesta en el torneo doméstico pasado, una vuelta olímpica que atravesó al rival de toda la vida. Recuperó el autoestima, no solo es el capitán: es el dueño del equipo.
A veces, los cracks, los fuera de serie, cuando recuperan el fuego sagrado –y la clase, el apetito y la gambeta-, se convierten en imprescindibles. Es imposible imaginar, hoy, un equipo titular xeneize sin la prepotencia de su figura, que hasta empequeñece a los ocasionales rivales.Ocurre seguido, sucedió anoche, con el enérgico Libertad. Un pase genial de Tevez descubrió en soledad a Soldano, que patea con la fragilidad de un inocente. Los números 9 deben ser peligrosos, agresivos. El arco debe convivir en sus cabezas. Más tarde, luego de una combinación con Salvio, define con clase Apache. De pronto, aparece en soledad, por la derecha, como si se tratase de un número 7 contracultural, pero el envío fue contenido por Martín Silva, un arquero sobrio.
Tevez es un libre pensador. Se quita diez años y se pone de espaldas, controla el cuerpo con el oficio de la experiencia y el desparpajo de aquellos buenos viejos tiempos. Parecido a Román: toma el balón, espera la ingenuidad del volante adversario, pisa el freno y se da media vuelta, de frente al arco, aunque a 30, 40 metros de distancia. Tevez es feliz. Se le nota cuando juega, cuando sonríe, cuando exige la pelota.
Se entiende de maravillas con Salvio, el mejor de nuestro medio, con ráfagas imposibles de sostener cuando su inspiración viaja por el sector derecho. Los encuentros –deberían ser más sostenidos-, levantan imaginariamente a los plateístas de un estadio vacío, desolado. Es una pequeña sociedad creada por el ojo clínico de Russo. Se confunde con Soldano, habitualmente a contra pierna entre el sudor de los costados y el olfato del área. Se entromete con Campuzano, el número 5 que se hizo grande, profesional. Allí, tal vez, reside el problema, en donde está la solución. Tevez juega de número 9, falso 9. Se siente cómodo con los latigazos, asistencias para Soldano, Salvio o quien ande por allí, de sorpresa. Se acurruca –sobre todo, cuando los minutos transcurren y el desgaste físico lo convierte en un terrenal-, en el círculo central, lejos de todo. O cuando el conjunto xeneize extravía la pelota y debe buscarla, retroceder hasta el olvido.
Hasta de número 7 se presenta, a campo abierto. Es el dueño de los córners y de algunos tiros libres. De a ratos, enamora, como cuando era un joven con sueños de grandeza y quería conquistar no solo América. El mundo entero. Nada mal le fue en su vida deportiva. Es un fuera de serie que quiere acabar la faena como su estirpe exige: su historial merecía algo más que las migajas que ofreció con el Mellizo y con Lechuga, más allá de que la responsabilidad fue compartida. Suele ser figura. Y suele apagar –marear, confundir- no solo a los rivales. También a los compañeros.
El debate es antiguo. ¿De qué juega Tevez? ¿Su libertad es sinónimo de confianza o de una pequeña dosis de irresponsabilidad? En realidad, Apache es todo eso. Y todo, en líneas generales, lo hace bien. Muy bien. El ingreso de Cardona le devolvió, en la parte final del espectáculo, su necesidad de protagonismo. Se instaló en el centro del campo, suerte de enlace, con el colombiano sobre la izquierda y con Salvio, siempre por eo otro perfil. Pisaba el círculo central, pisaba el área. Un movimiento vertical, de volante de primer pase ofensivo, pasando por enganche y finalizando como otro número 9, al lado del ingresado Bou.
Tata Martino se defendía y se enojaba cuando lo consultaban por Apache en tiempos de selección. "Ahora vemos que en Boca está la discusión del puesto de Tevez. El lugar de él es detrás del 9, como lo hacía en la Juventus. Pero la Selección no juega como la Juventus. Entonces acá, si viene, lo tengo que poner de 9", contaba el DT. "Sería un quilombo bárbaro si digo que me gusta jugar de segunda punta porque estaría contradiciendo al Tata, pero mentiría si no dijese que me siento muchísimo más cómodo jugando ahí. Hace mucho que no juego de 9, aunque en esa posición pasé los mejores momentos de mi carrera, con Bielsa en la selección y Bianchi en Boca", reflexionaba Carlitos.
En la Ribera, en los últimos años, Tevez reinventó el debate. En realidad, es un hermoso problema, sin solución. Tevez juega de Tevez. Una respuesta que maravilla. Y marea.
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