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De los estadios casi llenos a cómo se vive el Mundial femenino en las calles y los bares
Las jugadoras están presentes en cada rincón, en cada esquina, en cada torre luminosa que anuncia a quiénes seguir y los partidos que se disputarán en los próximos días
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Antes de las seis de la tarde, baja el sol en el invierno de Nueva Zelanda. Las calles del centro -y ni hablar las de las periferias residenciales- se vacían por completo por el frío y por esas lloviznas intermitentes que acompañan el Mundial desde que arrancó. Los neozelandeses no se esconden en sus casas, la tarde es el momento donde muchos de ellos van a un bar a tomar esos vasos de litro de cerveza, uno tras otro. La particularidad: este mes, desde el 20 de julio al 20 de agosto, lo hacen rodeados de banderas que anuncian y señalan que el Mundial de fútbol femenino se está jugando en su país.
Las pantallas gigantes no sólo están en el Fan Fest -un espacio que vende todo el merchandising mundialista y, además, cuenta con una canchita de fútbol para que los chicos y los no tan chicos jueguen un rato a la pelota-. En cada bar, se puede ver el Mundial. Son ellas las que paran el tiempo entre trago y trago cada vez que existe peligro en algunos de los arcos o alguna de las selecciones marca un gol. Ahí, en ese momento, los aplausos locales festejan aquello que se está viviendo en su país: el fútbol femenino con identidad propia.
Si hace cuatro años, el Mundial de Francia 2019 fue el de las reivindicaciones para todas las selecciones, en Australia y Nueva Zelanda ya no hay lugar para aquel que no quiera que el fútbol femenino siga creciendo. A diferencia de lo que ocurrió hace cuatro años en París, en Auckland -donde está haciendo base la selección Argentina- las jugadoras están presentes en cada rincón, en cada esquina, en cada torre luminosa que anuncia a quiénes seguir y los partidos que se disputarán en los próximos días en la ciudad.
Los estadios -repletos en su mayoría- confirman aquello que se suponía en la previa: este Mundial es clave para el crecimiento de la disciplina. “El Mundial femenino va a inspirar al Mundo. Estoy completamente segura de que será un antes y un después en nuestras carreras y en el fútbol femenino a nivel mundial. La cantidad de gente en los estadios…está cambiando. Hace cinco años ni siquiera lo soñábamos y hoy lo estamos viviendo y disfrutando. Ver tanta gente, estadios llenos, nos llena de orgullo”, declaró Aldana Cometti en la previa frente a Italia.
En el partido inaugural entre Nueva Zelanda y Noruega, al estadio Eden Park de Auckland se acercaron más de 42 mil hinchas. La mayoría, con poco conocimiento del fútbol femenino en un país donde el rugby es el deporte nacional. Sin embargo, se acercaron “para apoyar a las mujeres, a cualquier mujer”, dijeron algunas voces del estadio.
Hannah Morris, neozelandesa y aficionada del rugby dijo después de la victoria histórica de su seleccionado 1 a 0 frente a Noruega: “Nunca fui una persona a la que le apasionara el fútbol, pero después de hoy... Definitivamente regresaría para otro partido. Especialmente si es para alentar a un equipo femenino, eso juega un papel importante”.
Dos días más tarde, Estados Unidos y Vietnam jugaron en Auckland. De vuelta, cancha llena. Vietnamitas que viven en Nueva Zelanda llenaron de banderas rojas el estadio y festejaron al igual que sus jugadoras cada tapada y cada volada de su arquera, Trần Thị Kim Thanh. Del otro lado, los estadounidenses que viajaron para ver pentacampeonas a sus jugadoras lucían histriónicos como siempre.
En las tribunas, dos estadounidenses de California, viajaron al Mundial para alentar a su selección. Ellas, también futbolistas. “Jugamos en la Universidad, no de manera profesional. Es la primera vez que viajamos para vivir un Mundial. Queremos salir campeonas, pero por sobre todas las cosas queremos ver la mayor cantidad de partidos”.
En las tribunas, los niños son multitud. Y si en Sudáfrica 2019 las vuvuzelas eran las que decoraban el ambiente en las canchas de fútbol, en Nueva Zelanda 2023 son las poi -una pelota unida a un hilo- que se usan para bailar la danza maorí que lleva su mismo nombre. En Eden Park, no se agitan banderas, pero los más chicos sí festejan revoleando las poi por los aires.
Los carteles que visten la ciudad y anuncian el Mundial de fútbol femenino están en inglés y en maorí. La frase “Beyond Greatness (más allá de la grandeza)” inunda el centro de la ciudad más grande de Nueva Zelanda. Mientras, las jugadoras de las diferentes selecciones, pasean por las calles de Auckland en sus momentos libres. Al ser un centro pequeño, es fácil encontrarlas, reconocerlas. La gente las frena y les piden fotos. Las jugadoras también disfrutan esos momentos de distensión: por ejemplo, el día anterior al partido, las argentinas recorrían la ciudad con mate en mano y las italianas miraban la gente pasar mientras en un local con vista a la calle se pintaban las uñas.
En Australia y Nueva Zelanda, definitivamente arranca un nuevo capítulo para el fútbol femenino. A las jugadoras ya se las reconoce por su nombre, por su lucha y por su estilo de juego. En los estadios, empiezan a intercambiarse preguntas acerca de las futbolistas: quién es aquella que lleva la 8, quién creés que puede ser la revelación del torneo. Los aficionados no llegan sabiendo todo, llegan con la ilusión de ver a jugadoras que de otra manera no podrían ver nunca porque ¿quién sabe, por ejemplo, por donde se mira el torneo haitiano o jamaiquino? Y, sin embargo, el juego de Haití frente a Inglaterra fue muy atractivo de ver y la identidad de Jamaica, testaruda, sólo es posible vislumbrarla en este torneo.
Y ese encanto que esconde el fútbol femenino en este Mundial radica ahí: el de descubrir con el correr de los días aquello que hasta ayer desconocías.
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