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De la reina de Buckingham al rey de Fiorito
Más que por respeto, la Premier League, dijo el Daily Mail, paró el último fin de semana temerosa de que algunas hinchadas se burlaran de la reina fallecida. Se miraba ante todo a hinchas de Liverpool, históricamente reacios a ciertas tradiciones británicas. El club publicó una foto de Isabel II entregándole la FA Cup de 1965 al capitán Ron Yeats. Antes del partido, Buckingham había avisado a Yeats que solo debía responder con un “sí señora” o “no señora” cuando la reina le hablara. “Debes estar exhausto”, le dijo Isabel tras la batalla, 120 minutos bajo la lluvia. Zaguero duro, de 1,87m, escocés de Aberdeen, Yeats, sin protocolo, le respondió corto: “Estoy absolutamente hecho polvo”. Sonrió el DT socialista Bill Shankly y los hinchas cantaron “She wore Red today”, celebrando el saco de la reina, rojo como la camiseta de Liverpool. Ayer, el equipo de Jürgen Klopp venció al Ajax por la Champions. Hubo finalmente alivio porque los abucheos fueron aislados. Por las dudas, el minuto de silencio duró apenas veinticinco segundos.
Ya se habían escuchado burlas de los hinchas de Shamrock Rovers (“Lizzy’s in a box”, Isabel ya está en un cajón). El equipo irlandés juega hoy otra vez en Gent por copa europea. Y también se espera tensión mañana en el partido del escocés Celtic, de raíces irlandesas y fuerte tradición antibritánica. La suspensión de la Premier enojó a miles de hinchas, que sí querían homenajear a la reina, y protestaron en las redes porque se jugó en cambio cricket, rugby y golf, entre otros deportes. Las hinchadas de fútbol, se sabe, suelen ser más ingobernables. En 1314 también lo eran los jugadores. El rey Eduardo II prohibió ese año el fútbol (los partidos en las calles de Londres eran violentos y anárquicos) “bajo pena de encarcelamiento” porque, en guerra con Escocia, era mejor evitar “alborotos” y “tumultos” en la ciudad. Cuentan que Isabel, la reina austera en su palacio de 1500 millones de euros, prefería los caballos y el cricket.
Estos días, el luto no permite disidencias. Al ex jugador Trevor Sinclair (ex Mundial 2002, más de 600 partidos en diversos clubes) le hicieron borrar y pedir disculpas por un tuit (se preguntó “por qué debían llorar los negros si el crimen del racismo creció” durante el reinado de Isabel II). Acusado él de “racista”, Sinclair también fue suspendido por la radio de Rupert Murdoch. Un manifestante antimonárquico le gritó “viejo enfermo” al príncipe Andrew, el duque de York que en febrero pasado acordó un pago millonario para zafar de las acusaciones de pedofilia. Otra joven mostró su cartel: “A la mierda el imperialismo, abolir la monarquía”. Ambos fueron arrestados en Edimburgo. “¿Quién lo eligió?”, protestó uno más, también detenido, refiriéndose a Carlos III, el nuevo rey, cuya fundación, según la prensa, está bajo investigación policial por donaciones de Arabia Saudita, entre otros, y, supuestamente, aceptar dineros a cambio de títulos honoríficos.
“Llorar a la reina, no a su imperio”, escribió en The New York Times la profesora de Harvard Maya Jasanoff. La expresión deportiva más clara de los viejos tiempos sigue siendo los “Juegos de la Mancomunidad” (Commonwealth Games), inicialmente “Juegos del Imperio Británico”, creados en la época victoriana para fomentar “cualidades varoniles” y mostrar un rostro compasivo del pasado brutal. Su edición reciente, cuarenta días atrás en Birmingham, reabrió debates sobre el uso del deporte para lavar atrocidades en las ex colonias. Desafortunadas giras reales, deportaciones crueles, el paso del tiempo, reclamos indemnizatorios por la trata de esclavos, ostentación de oro robado y anuncios republicanos dan aire de reliquia a los Juegos, por mucho que su página oficial hable hoy de “igualdad” y recuerde la “injusticia histórica” del imperio.
En Kenia, donde el gobierno declaró cuatro días de luto, suele citarse la anécdota de Joe Kadenge, leyenda del fútbol fallecida en 2019 que, una tarde, después de eludir hasta al arquero, volvió sobre sus pasos para gambetear otra vez a los rivales. Los keniatas, dicen los libros, tomaron el fútbol como un juego, no como un resultado, como supuestamente enseñaba el colonizador británico. El albergue de Isabel en una vieja gira real fue incendiado en 1954 por los Mau Mau, un movimiento independentista sofocado con campos de concentración, torturas y violaciones. Muchos registros de la represión en las ex colonias fueron destruidos. “Podrían avergonzar al gobierno de Su Majestad”. La “vergüenza”, estos días, explotó sin embargo por el tuit de Uju Anya, profesora nigeriana en Estados Unidos, que deseó un dolor “insoportable” a Isabel. Anya estuvo lejos de “la prueba de lealtad y buen inmigrante”. De “agradecer por haber sido colonizados”, según ironizó Afua Hirsch, en The Guardian.
Como sucedió en buena parte del mundo, también nuestro deporte creció bajo fuerte influencia británica. La expulsión de Antonio Rattín, capitán “rebelde” en el Mundial de 1966, tiene mucho de leyenda. Pero veinte años después, y Guerra de Malvinas en el medio, apareció en cambio Diego Maradona. “Mano de Dios” incluída, Diego escribió la historia de México ‘86 con letra propia. Es nuestro Rey de Fiorito.
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