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Ni en los penales: a Boca se le cayeron todos los parches
Arsenal se consagró campeón de la Supercopa Argentina con los tres tiros que atajó Campestrini: fue 4-3, tras el 0-0 en los 90 minutos; luego de la levantada inicial, otra muy pobre imagen xeneize.
CATAMARCA.- Encaja. La definición encaja. No por los penales, sino porque ahora le sacan lustre a la Supercopa en la vitrina de Arsenal. Tuvo sus méritos el vencedor, es cierto. Pero mucho tuvo que ver la fantasmagórica presencia de Boca. De trampolín, la final pasó a un muro de dudas. Que no se dude: Boca mereció perder en el tiempo reglamentario por la hibridez de aquel que está presente, pero con la cabeza en cualquier lado. Fueron las manos de Campestrini, que atajó los tiros de Caruzzo, Paredes y Colazzo. Pero también fueron los brazos caídos de Boca. Más allá de reacciones espasmódicas, no pareció Boca.
Si Boca buscaba respuestas en todo su contexto, se habrá llevado una canasta repleta de dudas y bronca. De poco le sirvió una medalla de plata que duró segundos en su pecho. Otra vez, y ahora según los recovecos del torneo Inicial, empezará el sumario para saber cuánto hilo le queda al proyecto. Y que quede claro: no se trata del mero resultado. Se habla de una idea, de una imagen, de un corazón.
Llegó un momento en el que los dos tuvieron que abstraerse de los problemas. No valieron la situación del entrenador ni los conflictos del plantel. Mucho menos la celosa mirada de los dirigentes. Tampoco detenerse en cuestiones psicológicas para entender la debacle de un campeón. Ni que mencionar los virulentos reclamos de Alfaro, cara a cara con árbitros y rivales. Cuentan, incluso, entre amagos de prematuras despedidas. La reacción quedó en las mentes de Boca y de Arsenal.
En el juego del quién es quién casi nadie acertó. Potente, aguerrido o cabizbajo. Preciso, inexpresivo o indulgente. Hicieron lo que pudieron. Habrá que aclarar, primero, que quedaron condicionados por un viento fortísimo que, en la primera parte, favoreció a Arsenal. Ayudó a que los pelotazos cayeran con menor esfuerzo en el área de Boca. También a que los xeneizes precisaran uno o dos tiempos más para lanzarse con pases hacia adelante. El equipo dirigido por Falcioni encontró un atenuante, pero jamás un justificativo.
Fue otro partido en el que Boca no encontró su DNI. No el de los últimos partidos. No tuvo los rasgos de aquel que remontó una desventaja de dos goles con River, en el Monumental (2-2). Tampoco mantuvo la firma del que goleó a San Lorenzo por 3-1. Boca volvió a la mala versión de antes: errático, dubitativo y sin conexión. Tanto que en esa etapa no pateó al arco y se conformó con que no le convirtieran. Los jóvenes que lo habían ilusionado parecían sin fuerza y los experimentados que resistieron se movieron en puntas de pie. Ni se los notó.
La diferencia que no fue
Arsenal tuvo más éxito en la lucha con su otro yo. Le sacó provecho a la bronca por la goleada que le propinó Vélez (5-1). Asumió el partido tal como era: único y sin desquite. Y actuó en consecuencia. Se ve que bajó los decibeles de aquel orgulloso campeón en el Clausura 2012, pero, al menos, encaró la final con otros aires. No marcó diferencias porque la suerte no estuvo de su lado. Carbonero tuvo las mejores situaciones. En la primera, el remate seco terminó en el travesaño. En la segunda, un cabezazo por encima de Ustari, la pelota rebotó en el ángulo izquierdo. Eso sin contar un tiro "bombeado" de Aguirre que el arquero rechazó con esfuerzo. A estas alturas se entenderá cómo el desarrollo estuvo a la par de un pasado más lejano que reciente.
En los nombres mencionados estará la llave del dominio del equipo de Sarandí. Entre Carbonero, Aguirre y Marcone se adueñaron del medio campo. Boca estuvo tan flojo que, de a ratos, apenas se limitó a bloquearlos sin importarle nada más. Las ambiciones xeneizes se limitaron a los pelotazos para Acosta y Silva. Llamativo si se tiene en cuenta que había empezado una especie de reconstrucción a partir de los chicos Paredes y Pol Fernández, de buena técnica y prolijos por el piso. Pero nada. Vieron como la pelota les pasaba por encima.
La final se consumió con la angustia de los penales. A ellos se resignaron ambos cuando ya no tuvieron ganas de riesgos. Y Campestrini pareció un gigante entre las pequeñas piernas de Boca.
"No hicimos dos pases seguidos"
"No hicimos nada para ganar el partido. No hicimos dos pases seguidos, y así es muy difícil jugar al fútbol", fue la dura autocrítica de Rolando Schiavi. La felicidad se la llevó Arsenal, que disfrutó de su cuarta consagración, tras la Sudamerica 2007, la Suruga Bank 2008 y el Clausura 2012. Y ya sueña con un duelo ante Real Madrid...
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