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De Di Stéfano a Cristiano, una historia Real
Real Madrid ya era glorioso cuando Cristiano Ronaldo llegó desde Manchester United ansioso de más… gloria. Difícilmente en Inglaterra hubiese construido una carrera tan brillante, potenciada por la rivalidad con Lionel Messi. El combustible que necesitaba su ego y también la batalla entre Madrid y Barcelona, dentro y fuera de la cancha.
Cristiano tenía 24 años. Asomaba como crack, aunque algunos lo ponían todavía a la altura de Wayne Rooney en los Diablos Rojos. Se va de Madrid con una imagen por las nubes y la convicción propia de que es el mejor de todos. El único capaz de abandonar una zona de confort y de encarar un nuevo desafío, con otro grande como Juventus, a una edad en la que muchos están pensando en jugar en Qatar o en la MLS.
Real hizo más grande a Cristiano y Cristiano hizo más grande al Real. Fue mutuo. En el Bernabéu se respira gloria. Y Champions League . El Madrid siempre estuvo al tope a partir de aquellas cinco conquistas consecutivas entre 1956 y 1960, con el sello de Alfredo Di Stéfano y Ferenc Puskas. Pero en los siguientes 44 años, hasta 2014, la cosecha fue más discreta: cuatro, con lapsos prolongados, como el de 1966 hasta 1998, sin celebraciones en el continente. Demasiado. Aun así, siempre miró de arriba a los demás con sus 9 Orejonas, contra 7 de Milan. Los miró de arriba como Cristiano a los rivales. Esencias que nunca se ocultaron.
Se va Cristiano a Turín. Deja a Real Madrid con 13 Champions, lejos del resto de los grandes de Europa. Milan no se movió de las 7 y con 5 aparecen Barcelona, Liverpool y Bayern Munich. Se va ahora con 5 Balones de Oro. Con goles de toda clase. Un delantero completísimo. Atlético. De gran remate. Cabeceador. También soberbio y narcisista. Inventó un estilo. Como si fuera el Muhammad Ali del fútbol. Algunas de sus frases lo retratan: "Yo sé que al que le gusta el fútbol, le gusto". O aquella que describe su paso por la Champions, en la cual lleva 5 títulos: "¿Quién ha vuelto a marcar más goles esta temporada? A lo mejor la Champions debe cambiar de nombre y llamarse CR7 Champions". O la que marca su pensamiento sobre la amistad en los grupos de trabajo: "Las comiditas, los besitos y los abrazos no sirven para nada. En el Manchester United gané la Champions y no hablaba con Ferdinand, Giggs o Scholes. No tengo que ir a cenar con Benzema o que Bale venga a mi casa".
Mirarse en los tableros electrónicos o mostrar sus bíceps en los festejos de los goles forman parte de ese estilo patentado sin pudores. En eso es más Ali que ninguno. Contrasta en todo con el otro crack de la época, Messi. Desde su manera de comportarse en la cancha hasta en la forma de expresarse, siendo su mejor representante de marketing. Si lo buscó o no para pararse en la vereda de enfrente del rosarino lo sabe solamente él. Lo que es cierto es que venció a la indiferencia general desde que pisó una cancha y generó uno de los grandes duelos de la historia, un antagonismo que ya empezamos a extrañar.
Quizá Cristiano era consciente de que no tenía el talento de otros. No se conformó: lo construyó, lo perfeccionó. Llevó a su país a ganar la Eurocopa cuando pocos apostaban por esa posibilidad. Siempre está esa creencia de que no se puede ganar algo importante en soledad, o con acompañantes más discretos. Diego Maradona ya demostró porqué fue y sigue siendo el más grande de todos los tiempos, llevando a Napoli a un punto increíble y poniendo de rodillas a los más poderosos. Cristiano lo hizo con su selección.
Es inmenso y su nombre quedará grabado para siempre con el de las leyendas del Real. Hablarán de la Saeta Rubia los más memoriosos. Hablarán de CR7 los más contemporáneos. Eso solo ya marca lo que Cristiano Ronaldo deja en la historia incomensurable del Madrid.
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