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Dalila Ippólito, la sonrisa de un potrero de Villa Lugano que ahora gambetea en la Juventus
Dalila Ippólito tiene la sonrisa del potrero. Si se hiciera un estudio, grupos de investigadoras podrían encontrar la asociación directa que existe entre la gambeta de la canchita de la esquina, la picardía de la infancia y la felicidad de hacer todo el día eso que amás: la química que lleva a algunos futbolistas a mostrar todos los dientes cuando el fútbol -hecho juego o hecho palabra- está cerca de su cuerpo.
La piba que ya usó la camiseta número 10 en la selección argentina tiene apenas 18 años y se ríe, genuina, ahora con aparatos, como en las fotos que la muestran jugando en Jóvenes Deportistas, el club de Villa Lugano, su barrio, ahí donde aprendió a patear sin saber que afuera el mundo no recibía a las mujeres en las canchas con las puertas abiertas. A Dalila no le importó, se iba a dar cuenta de eso de grande. Mientras tanto, entonces, sonreía.
[R] OFFICIAL | @DaliIppolito signs for Juventus Women! [R][R]Welcome, Dalila! [R][R][R][R] https://t.co/N0KLzYJMbN[R][R][R] https://t.co/ILRwBB83Japic.twitter.com/1TnvMEwGEm&— Juventus FC Women (@JuventusFCWomen) August 19, 2020
Lo hace ahora, detrás de un barbijo que le tapa la boca. Dalila aterrizó en Turín unas semanas atrás, donde primero hizo la cuarentena y hoy firmó el contrato con Juventus, el mejor equipo italiano del momento. Ese es su sueño desde hace un tiempo: jugar en un grande del fútbol europeo y vivir del deporte que ama. "¡Bienvenida, Dalila!", escribió la cuenta oficial del equipo femenino del club para recibir a la primera jugadora argentina en sumarse a sus filas. En la espalda llevará la camiseta número 5.
Día 1?? como Bianconera [R]La palabra de [R][R] @DaliIppolito después de unirse a @JuventusFCWomen [R] Entrevista completa en @JuventusTV [R] https://t.co/YnzBwJX0DEpic.twitter.com/RKwwAeHXwn&— JuventusFC (#Stron9er [R][R][R][R][R][R][R][R][R]) (@juventusfces) August 19, 2020
En Lugano I y II ya fantaseaba. En el departamento familiar, en la Torre 117, Ippólito compartía habitación con sus cinco hermanos y hermanas. Ravana, como le dicen a su papá, la rompía en los partidos del barrio. Dalila se había mudado, pero cada vez que volvía a visitar a su familia, los vecinos le decían que los genes de crack vienen de ahí. Ella se reía.
"Mi papá era más goleador que yo, de esos delanteros que te vacunan siempre. A mí me gusta más estar siempre con la pelota, poder asistir a las delanteras, crear juego. Yo me siento enganche, siempre me sentí así", dice.
El barrio me enseñó a jugar. A gambetear, a atreverme. Los partidos de ahí eran correr, chocar, bancarte las patadas
Su primer recuerdo de fútbol es bajar del departamento a la canchita para jugar con los varones. Ahí estaban su primo Juan Manuel y su hermano Franco, que le hacían lugar en los partidos. Dalila los observaba: les copiaba algunas cosas, pero otras las sacaba de partidos de la tele. Y otras, dice, vinieron con ella, tienen su firma.
—El barrio me enseñó a jugar. A gambetear, a atreverme. Los partidos de ahí eran correr, chocar, bancarte las patadas. Ninguno te tenía piedad. Esos roces me ayudaron.
Así juega Dalila
El Jóvenes Deportistas fue su primer club. Tenía siete años cuando llegó. Jugó con varones hasta que a los 13 se fue a River: en ese tiempo, antes de empezar a viajar a Núñez, siempre fue la mejor de su categoría, la 2002.
Nahuel Álvarez, el vicepresidente de ese club, cuenta que una vez fueron a Racing a probar a los nenes. Cuando allá vieron a Dalila les dijeron que con ella, no: "La nena no juega". Alvarez discutió, insistió y logró meterla en la cancha. Ippolito la rompió y en Racing cambiaron la mirada: querían que se quedara. "Les dijimos que ni a palos", recuerda hoy el dirigente. En estos días, el club del barrio decidió homenajear a la crack: durante la cuarentena, le pusieron Dalila Ippólito al estadio de futsal, la primera cancha del país con el nombre de una futbolista.
En el vivo de Instagram entre Álvarez y Dalila en el que oficializaron el reconocimiento, la jugadora sólo dejó su sonrisa de lado cuando lloró. No pudo contener las lágrimas cuando pusieron un audio de su mamá, Wendy, que recordó que hace apenas unos años tenían que juntar las monedas para cargar la SUBE y que la 10 pudiera viajar a entrenarse en River.
—Mis viejos son laburantes. Mi viejo poda árboles para el Gobierno de la Ciudad y mi vieja hace tareas de limpieza. Está en una agencia, le dicen a qué casa tiene que ir y va. Ahora trabaja en el barrio. Cuando arranqué en River no estábamos bien económicamente. Ellos intentaron darnos lo mejor. Y eso no se olvida. Hay veces que te acordás y te duele; y otras que mirás para atrás y decís: ‘Qué orgullo’. Por todo lo que pasaste, ¿no?
Si Lugano le aportó el potrero, River, dice, le abrió la cabeza: comprender el fútbol 11, saber dónde encontrar los espacios, cuándo ponerle play a la explosión, por dónde atacar y por dónde no. Hablar de fútbol con Ippólito es viajar al juego como espacio de creación: "Yo sé que no hay muchos equipos que jueguen con enganche, pero a mí me gusta tanto la posición. Es lindo, como volver al fútbol de antes", dice.
Cuando estaba en Jóvenes Deportistas la gente del barrio se juntaba para ir a verla. El entrenador le pedía que tirara chilenas, tacos. Que gambeteara. El año pasado, en el Mundial de Francia y cuando las papas quemaban, Carlos Borrello la llamó para que saltara al Parque de los Príncipes. Antes la había citado: Ippólito, que cursaba cuarto año en el Comercial 35 de su barrio, fue la sorpresa de la lista. Dejó el colegio y se fue a París.
Argentina perdía 3 a 0 contra Escocia. Ya había hecho historia al conseguir su primer empate contra Japón -0 a 0- y venía de jugar de igual a igual contra Inglaterra (derrota por 1 a 0), pero se jugaba la chance de avanzar a octavos de final por primera vez en la historia. Aquel día, el pedido del DT la trasladó al potrero.
Ingresó, encaró, la pisó y asistió a Milagros Menéndez en el descuento, en una remontada histórica que terminó en un 3-3. o alcanzó para pasar de rueda, pero qué felicidad aquella noche... "Antes del Mundial tenía dos mil seguidores en las redes y después de esa noche pasé a tener 30 mil", dice y mide su popularidad. Confirma que jugó como en Lugano y que siempre -siempre, dice y sonríe- mira a Messi y trata de copiarlo.
"El Mundial me aportó conocimiento del exterior, pero también prestarle atención y darle importancia al físico. Y a la estructura europea. Hablando con las chicas de la selección que juegan afuera te dicen que allá es otro mundo, que estamos a años luz. Y eso que allá está en crecimiento, eh. Pero el femenino está más avanzado que acá", cuenta. Europa la espera.
—Ahora que muchas futbolistas empiezan a ser transferidas al exterior, ¿creés que hay un estilo argentino? ¿Buscan eso allá?
—Hay un estilo, es la sangre. La jugadora y el jugador hacen diferencia por lo que juegan. Es un estilo diferente a los de otros países. Es aparte. Por los movimientos, los gestos, incluso hasta por el enojo. Nosotros llevamos y vivimos el fútbol a sangre pura. Eso nos hace ser, y que se den cuenta de que somos argentinos.
Italia, el norte de Dalila
Después de un paso de seis meses por la UAI Urquiza, la chica que juega y se ríe -o se ríe porque juega- repartió su cuarentena entre la PlayStation y los entrenamientos en la casa que compartía con Ludmila Martínez, jugadora de Platense. Además estudió italiano.
Hace pocos días se enteró que Lugano fue también el barrio donde empezaron a jugar Elba Selva, la autora de los cuatro goles del triunfo de Argentina contra Inglaterra por 4 a 1 en el Mundial de México 1971, y Yanina Gaitán, que hizo el primer gol de una selección nacional en una Copa del Mundo, cuando en 2003 marcó ante Alemania.
También es la tierra de Yupanqui, un gran equipo del fútbol femenino de fines de los ‘80 y principios de los ‘90, que tenía como una de las figuras era Amalia Flores, la primera argentina transferida al fútbol europeo. Aquella vez, la Negra, como le decían -y como a veces le dicen a Dalila- partió a jugar al Caivano. Pero no se adaptó y regresó a los cuatro meses.
A Amalia Flores su papá no la dejaba jugar a la pelota. Si la encontraba haciéndolo, le pegaba con el cinturón. No le importaba: de chica rompía las muñecas que le regalaban y usaba las cabezas de pelota.
Ippólito es parte de la nueva generación de fútbolistas: se formó con varones que no la discriminaron, aprendió que jugar era también pelear por conquistar derechos. "La mirada sobre las mujeres que juegan cambió mucho socialmente, pero hay que seguir. La lucha está siempre", dice ella.
Ahora se fue al norte de Italia. No lo puede creer: "Cuando jugaba en el barrio y soñaba, no pensaba llegar a tanto".
Un ping pong con Dalila
- Fecha de nacimiento: "24 de marzo de 2002".
- Comida favorita: "Asado, milanesas con puré y tarta de puerros".
- Comida favorita en la casa familiar: "Asado en los quinchos del barrio, en el verano".
- Serie favorita: "No soy de mirar muchas series, pero me gustó mucho Apache, la de Tevez".
- Música favorita: "Escucho de todo: cumbia, rock, reggaeton, lo que venga".
- ¿Un equipo de fútbol para ver? "En el masculino, Barcelona o Real Madrid. En el femenino, Barcelona me gusta mucho".
- Un equipo para jugar en la Play: "Barcelona".
- ¿Quién te da los mejores consejos? "En la vida, Ludmila Martínez. En el fútbol, compartí cancha con Mariana Larroquete, que me aconsejaba mucho y me daba tips".
- ¿Una compañera para hacer dupla en la cancha? "Justina Morcillo, siempre fue lindo jugar con ella".
- Un sueño: "Ganar algún día el Balón de Oro".
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