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D'Alessandro, el símbolo, disfrutó un final de fiesta inolvidable
En una vuelta con luces y sombras, jugó, sufrió, gozó y celebró como un fanático
CÓRDOBA.- Ahí está el Cabezón, como un hincha más. Canta, a la distancia -él, en el campo; los fanáticos, en las tribunas-, con locura, con pasión. Hacía un buen rato había dejado el campo de juego, reemplazado por un imprescindible Alonso. Contra Boca, salió y el equipo se derrumbó. Contra Central, salió y el equipo se recompuso. Cosas del destino. Andrés D'Alessandro jugó, sufrió, disfrutó, gozó la finalísima, el título, como si fuese la última vez. ¿Habrá sido, verdaderamente, su última vez?
El segundo ciclo del Cabezón en Núñez lleva 30 partidos de los 45 que jugó River en el año. D'Alessandro anotó cinco goles, completó los noventa minutos en siete ocasiones y consiguió dos títulos; el otro, la Recopa Sudamericana en agosto. Más allá de que el millonario todavía tiene que afrontar el próximo domingo, frente a Olimpo en Bahía Blanca, el último encuentro del año, la salida del club por parte del enganche de 35 años parece un hecho: así lo remarcó él ante Boca, cuando se retiró del terreno, en una emotiva despedida con el Monumental de pie.
Como si fuese una voltereta del destino, el posible último partido de Andrés en el club de Núñez se dio en el mismo escenario que lo recibió con una inmensa ilusión diez meses atrás. El 15 de febrero, por la segunda fecha del Torneo Transición, el conjunto de Marcelo Gallardo visitó a Belgrano y el enganche volvió a ponerse la camiseta millonaria tras 12 años. Durante aquella calurosa noche cordobesa, dejó de ser un adulto por un rato y pasó a ser un chico, el mismo que el 28 de mayo de 2000 se calzó la banda roja y debutó en primera, frente a Unión en el Torneo Clausura. Disfrutó, pidió la pelota, se sintió cómodo y mostró destellos de su calidad, con pases, pisadas y tacos que le merecieron una ovación cuando regresó al Monumental ante Godoy Cruz.
Pero entonces comenzaron los altibajos. Tras ingresar en aquel segundo tiempo contra el Tomba, se lesionó y se perdió el primer superclásico del año. Luego tuvo una brillante actuación frente a The Strongest por la Copa Libertadores y marcó su primer gol desde la vuelta. Se hizo cargo del equipo en la Bombonera pero River no pasó del 0-0, e hizo lo mismo en el torneo continental, aunque no alcanzó con su destacada tarea contra Independiente del Valle en octavos de final. River quedó eliminado y el enganche sufrió el golpe más duro: su retorno tenía como principal objetivo ganar la Copa.
Volvió a lesionarse -sumó tres de esos percances-, en un duelo con San Lorenzo, por problemas musculares, y llegó la pretemporada de invierno. Luego, logró la Recopa, su primer título internacional en el club, saldando una cuenta pendiente. En el cierre del semestre, su gran partido ante Boca en el Monumental, pese a la derrota, le permitió dejar una imagen que los hinchas recordarán. Aunque lo de anoche, sin dudas, superó todo lo demás.
Desde que firmó su préstamo por un año en febrero, D'Alessandro eligió hablar lo menos posible de una futura continuidad. Siempre dejó en claro que disfrutaba el presente y no pensaba en el mañana. La elección en Inter, de Brasil, y el destino del club dueño de su pase eran vitales para la decisión del 10 -que optó por usar la camiseta número 22 para no sacársela a Gonzalo Martínez-. El descenso del conjunto de Porto Alegre fue un baldazo de agua fría para uno de los máximos ídolos del club brasileño. Con el triunfo del opositor Marcelo Medeiros en la elección y la necesidad de recuperar la categoría, su futuro parece estar nuevamente en Brasil.
En caso de partir, se irá con sentimientos encontrados. Por un lado, el Cabezón se quedará con la espina de no poder volver a disputar la Libertadores en River, su gran anhelo. Por el otro, se llevará el cariño inmenso de los hinchas. No bien puso un pie en el Hotel Sheraton de Córdoba, cuando restaban 24 horas para la final por la Copa Argentina, recibió su primera ovación. Más de 500 simpatizantes se desenfrenaron cuando vieron que se acercaba a firmar camisetas, repartir pulseras y sacarse fotos. Rodeado por el afecto que jamás perdió y, ahora, con dos medallas más en su pecho.
Un potrero
Un escenario impropio para una final de copa.
El campo de juego del estadio Mario Kempes mostró su peor cara. Con muchos sectores sin césped y otras porciones de la cancha llenas de matas de pasto tuvieron que lidiar los jugadores de River y Rosario Central. Según las autoridades, se les avisó tarde que la final se iba a disputar en Córdoba y ya estaban planificadas otras actividades que no se podían suspender: la fiesta de 32 años de Cadena 3 y la Copa Serenito. Sin respiro, la cancha fue un picadero.21,6x35
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