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Cuando la pandemia suspendió la pelota
Brasil debía organizar en 1918 la tercera versión del Campeonato Sudamericano (hoy, Copa América). Pero estalló la mal llamada “gripe española”. “Fue una tragedia, amigos. Un cadáver sobre otro. ¿Quién no murió en la ‘española’?”, escribió el formidable cronista Nelson Rodrigues. Los informes cuentan hasta 50 millones de muertes en el mundo, unas treinta mil en Brasil. “Río es un vasto hospital”, tituló en la portada Gazeta de Noticias el 15 de octubre de 1918. Fueron suspendidos campeonatos estaduales en casi todo el país. En San Pablo, los poderosos Paulistano y Palestra Italia (hoy, Palmeiras) montaron hospitales de campaña. En Río de Janeiro, la pandemia mató a Archibald French, jugador del campeón Fluminense. Hubo negacionistas y soluciones mágicas. Y fanáticos enojados porque peligraba el Sudamericano. El periódico Vida Sportiva, de Río, imaginó un diálogo diciendo que Argentina y Uruguay no querían ir a esa ciudad con la excusa de la pandemia. “¡Qué reclamo escandaloso!”, decía la crónica. El torneo, finalmente, fue suspendido. Era 1918.
El Sudamericano pasó a llamarse Copa América en 1975, en una década de grandes cracks, pero también de mucho caos, como se reflejaba especialmente en partidos salvajes de Copa Libertadores. La hegemonía de Argentina, Brasil y Uruguay en la Libertadores fue quebrada recién en 1979 por Olimpia, el club paraguayo que una década después jugó otras dos finales polémicas, derrotado en 1989 por el Atlético Nacional de Medellín del narco Pablo Escobar y ganador en 1990 ante Barcelona, de Ecuador. En 2002, cuando logró el tercer título, su presidente eterno, Osvaldo Domínguez Dibb, peleó en el palco para besar el trofeo. La Conmebol lo multó con 50.000 dólares. Sufrió luego, por otra causa, una suspensión de cuatro años de la FIFA. Domínguez Dibb ya había cerrado una fallida campaña política con una “hurra” a Alfredo Stroessner (su hermano Humberto estaba casado con la hija del dictador). Contó muchas de sus anécdotas el año pasado al presentar su libro biográfico y recordó su frase de cabecera: “La gloria no tiene precio”. Al “Tigre” lo acompañaba ese día su hijo, Alejandro Domínguez. Es el actual presidente de la Conmebol.
Este martes en Asunción, en el sorteo de los octavos de final, no hubo siquiera una mención a Gustavo Insúa, chofer de River, fallecido por Covid que se contagió de jugadores “millonarios” a los que la Conmebol obligó a jugar en Colombia pese a las balas que acallaban protestas sociales que rompían cualquier protocolo antipandemia. Ahora, a partir del 13 de junio, y tras los partidos de eliminatorias, será el turno de la Copa América. Es el torneo, escribió ayer el portal Cartamaior, que la Conmebol “canceló primero en Colombia por colapso político y luego en Argentina por colapso sanitario” y que llevó entonces a Brasil, “donde hay colapso político y sanitario”.
En marzo pasado, cuando Brasil sumaba tres mil muertes diarias por la pandemia, reputados columnistas de los diarios más importantes y blogueros anónimos competían en sus epítetos contra Jair Bolsonaro. En Folha de São Paulo, el principal diario de Brasil, el escritor Ruy Castro citó más de cien. “Cretino, mentiroso, misógino, desequilibrado, racista, nazi, psicópata, buitre, canalla, cruel, inhumano, ególatra, perverso”, etcétera, etcétera. Autor de formidables biografías, como la de Garrincha, Ruy Castro dijo sin embargo que no podría hacer la de Bolsonaro. “Porque vomito apenas lo veo por televisión”. Ruy Castro, como otros, fue denunciado por el gobierno, que reacciona especialmente ante el epíteto de “genocida”. Por escribirlo en el capó de su automóvil, un docente fue arrestado por la Policía Militar el último fin de semana en Goiás, en las protestas masivas contra el presidente en distintas capitales de Brasil. El reclamo crece porque Bolsonaro acogió el reclamo desesperado de Domínguez para albergar la Copa América (“vergüenza”, “bofetada”, “aberración”). Ayer, en la nueva sesión de la CPI parlamentaria que juzga al presidente por su rol en la pandemia, el diputado Renan Calheiros pidió a Neymar que hablara para frenar este “campeonato de la muerte”. Pero Neymar, le recordaron muchos, suele estar más distraído en las redes comentando el Gran Hermano de la cadena Globo.
Periodistas del grupo Globo se suman ahora a la protesta. Globo era dueña eterna de las trasmisiones de los torneos, pero en la era Bolsonaro esos derechos pasaron a manos de SBT, cadena amiga del popular magnate Silvio Santos (se sumó Disney-Brasil). Bolsonaro se preguntó ayer por qué tanta indignación si en Brasil, que tiene estadios modernos tras el Mundial 2014, son jugados sin protestas campeonatos locales, Sudamericana y Libertadores. La burbuja sanitaria del deporte VIP, es cierto, suele ofrecer garantías. Lo que se protesta es el poder simbólico, la excepcionalidad del fútbol, la burla en medio de casi medio millón de muertos y el anuncio de una tercera ola que estallaría en pleno torneo. No estamos en 1918. Y tampoco en los tiempos corruptos del FIFAgate. La Conmebol actual luce más trasparente, pero acaso más obscena. Su última Copa América, en 2019, fue justamente en Brasil. Bolsonaro levantó el trofeo en el Maracanã rodeado de jugadores que le cantaban su apodo predilecto (“Mito”). El capitán Dani Alves decía confiado: “Ojalá podamos volver a festejar más títulos con él”. La ocasión está servida.
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