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Cuando el fútbol iguala, desde la Champions League hasta la Villa 31
PSG vs. Manchester City, “The Oil Derby” (El Clásico del Petróleo), acaparaba ayer la atención de la Champions. Pero una guerra más silenciosa por el negocio futuro de la pelota se libraba también en el Bernabéu. En un rincón, Real Madrid, “El Club del Siglo”. Trece veces campeón de Europa. El poder permanente. Florentino Pérez, su presidente, comanda ACS, líder constructora mundial. Más de 42.000 millones de dólares de facturado. Doscientos mil empleados en el mundo. Rey de los despachos, Florentino logró un fallo inédito de Manuel Ruiz de Lara, un juez madrileño crítico de la “politización” de la justicia, pero halagador de Vox (partido de ultraderecha). Es el juez, ayer recusado por la UEFA, que obligó a anular las sanciones contra los 12 clubes rebeldes y poderosos que quisieron formar su propia Superliga europea. Un club cerrado, sin lugar para equipos como Sheriff, representante, acaso grotesco, del “nuevo rico” que también busca su tajada en la torta del fútbol. Es el equipo que, en su debut europeo, ayer le ganó 2-1 a Florentino en el Bernabéu.
Si PSG (Qatar) vs Manchester City (Abu Dabi) son Clubes-Estado, Sheriff, ironizan muchos, es un club sin Estado. La prensa ya nos recordó que pertenece a Tiraspol, capital de Transnistria, un territorio que se separó de Moldavia tras la disolución de la URSS y que no tiene reconocimiento internacional. Ganador eterno en la Liga de Moldavia, Sheriff es la cara visible de un conglomerado fundado en 1993 por dos ex agentes de la KGB favorecidos con el gas ruso y el comercio (o contrabando) de armas y que hoy posee bancos, hospitales, TV, diarios, constructoras, telefonía, petróleo, supermercados, construcción, transporte y voto mayoritario en el Congreso. Para simplificar, a Transnistria la apodan “República de Sheriff”. El equipo tiene jugadores de catorce nacionalidades. Es un vestuario al que hace algunos años le mostraron una granada para convencerlo de que debía revertir un resultado y que hoy suele escuchar a Rodrigo cantando “La Mano de Dios”. Si el plantel de Real Madrid cotiza a 783 millones de euros, el de Sheriff vale 12 millones, 65 veces menos.
Mil millones de euros cada uno valen en cambio los planteles de PSG y el City, también “nuevos ricos” pero más poderosos de una Champions cada vez más fascinante. Y anual. Acaso por eso, para ganarle poder a la UEFA, la FIFA de Gianni Infantino insiste con jugar cada dos años su Copa Mundial de selecciones, una idea original de la Federación de Arabia Saudí. Infantino exhibe el apoyo de viejas glorias hoy empleados de la FIFA. Y muestra encuestas entre jóvenes de un Tercer Mundo marginado de la gran torta. La UEFA (aliada con la Conmebol) amenaza con boicotear esos futuros Mundiales. Es la UEFA que creó también nuevos torneos (Liga de Naciones y Conference League) y cuya Champions sufre a su vez amenaza de boicot de Real Madrid y sus socios, clubes ingleses que a su vez niegan jugadores y sabotean la maratónica eliminatoria de una Conmebol que además celebra Copas América cada dos años. Todos inflan la torta. Ofrecen el juguete a las nuevas plataformas. Saben que la pelota sigue siendo la gran zanahoria en la industria del entretenimiento.
En la era del patrocinio y las transmisiones, la boletería en los partidos, al menos para muchos clubes de élite, representa sólo el 20 por ciento de sus ingresos. El propio Manchester City suele recibir burlas por los vacíos que suelen verse en el Etihad (“Emptihad”). También París era unas décadas atrás una de las pocas grandes capitales descripta como “un desierto de fútbol” por el sociólogo inglés David Goldblatt. Ambos clubes fueron reconvertidos con el petrodólar. Las monarquías autocráticas del Golfo Pérsico lavan más imagen que dinero. Operaciones de Relaciones Públicas disfrazadas de fútbol. Por eso buscan mejor relación con la autoridad. PSG (con Qatar sede del Mundial) ni siquiera se alineó con la Superliga de Florentino Pérez. Cuentan que Manchester City fue el primer club de la Premier que alertó a la UEFA sobre el proyecto separatista. Ayer bajó el precio internacional del petróleo. Las familias reales estaban distraídas mirando cómo Messi-Mbappé-Neymar le ganaban 2-0 al Dream Team de Pep.
Hasta la Embajada francesa en Buenos Aires se sumó ayer a la fiesta. “Bienvenue en France Leo” recibió la mansión a sus invitados. La embajadora, Claudia Scherer-Effosse, habló de “deporte emancipador”, igualador de derechos, y de “diplomacia feminista”. Y mencionó especialmente a Mónica Santino, allí presente, pionera en el fútbol femenino en la Argentina. En 2019, “La Nuestra”, su equipo, recibió en su cancha de la Villa 31 al equipo de la embajadora. Scherer-Effosse y sus compañeras llegaron puntuales a la Terminal de Retiro, habitual punto de encuentro de los rivales de “La Nuestra”. El equipo de la Villa 31, con muchos más años de rodaje, ganó por goleada. Fue lo de menos. “Los saberes del territorio son tan importantes como la propia Sorbona”, me dice Santino, que recuerda aquella jornada como uno de esos fugaces momentos igualadores que ofrece el fútbol. Un día se lo ofrece a las pibas de la Villa 31. Y otro día, salvando las distancias, se lo regala al Sheriff de Transnistria, nuevo héroe del Bernabéu.
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