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Cuando el fútbol es terapéutico: la historia de Pablo Álvarez, el jugador de Racing que se abraza a la pelota para superar la muerte de su esposa
Un mano a mano íntimo, a seis meses de un episodio que lo marcó para siempre; el rol de sus hijos en su recuperación, el respeto de los hinchas y sus confesiones: retrato de un hombre que, a pesar de todo, mira hacia adelante
La pelota puede ser un juguete para los nenes. Puede ser una herramienta de trabajo para los futbolistas. Puede ser un imán diario para millones de ojos futboleros. Entre sus innumerables funciones, la pelota puede ser también un remedio. En septiembre del año pasado, Pablo Álvarez perdió a su mujer Anabel, la madre de sus hijos, Alina (8) y Felipe (5), después de una larga pelea contra un cáncer. Seis días después, Álvarez ya se estaba entrenando con el plantel de Racing. Esa fue la mejor manera que encontró para atravesar el momento. “El fútbol me dio y me sigue dando. Muero por esta profesión. Los sentimientos no se pueden explicar, se tienen que sentir. Lo que me ha pasado es una situación muy triste. Pero son cosas que la vida te pone como obstáculo y hay que saber sobrellevarlos. Tengo dos hijos y vivo para ellos. No existe nada ni nadie más que ellos. Así que vamos tratando de rehacer nuestra vida”, explica el defensor de 32 años.
-¿Cómo se sigue después de un golpe tan duro?
-Yo me siento un privilegiado por poder hacer lo que amo. Amo esto. Es un cable a tierra llegar acá: el aire libre, entrenarme, los compañeros, la pelota. Estoy muy agradecido al fútbol. No tengo muchas más palabras porque no me gusta hablar de mi vida privada. Desde que pasó lo que me pasó trato justamente de eso: de seguir.
-¿Qué lugar ocupa el fútbol en ese seguir?
-Es mi vida. Es todo. Todo lo que he logrado lo hice a través del fútbol. Si no hubiese encontrado todo lo que me da el fútbol no sé qué habría sido de mí. La pelota me alejó de muchos vicios de chico, me llevó a hacer muchos sacrificios y eso, ahora que veo mi carrera hacia atrás, me hace sentir orgulloso. Ahora también me sirve para seguir.
-Se dice que el fútbol y la vida son un estado de ánimo. Evidentemente vos tenés un empuje propio para ese estado de ánimo. ¿Eso también se entrena o se mejora?
-Sí. Eso es la cabeza. Hay que ser fuerte. No se cómo se construye, creo que es algo con lo que se nace. A medida que la vida te va golpeando, te va dejando moretones y cicatrices que te van poniendo más duro.Eso es muy personal. Depende cómo lo sientas. Yo me siento así porque desde chico todo me costó un huevo. Y después agradezco haber tenido desde pibe entrenadores que alimentaron esa filosofía. Le han puesto su condimento y resultó productivo para mi carrera. Bianchi, Simeone, Mihailovic, Montella y Coudet son entrenadores que me han dejado cosas importantes no sólo en lo futbolístico.
Para el ex jugador de Boca, Central y Estudiantes el fútbol es la vida desde siempre. Desde que nació. Porque el fútbol es, al cabo, su familia. Su abuelo José fue jugador del Celta de Vigo antes de instalarse en San Martín, al norte del conurbano bonaerense. Su papá, Jose Luis, debutó como wing derecho en Boca, en el año ‘78, durante una huelga de profesionales. Su hermano Nicolás juega como lateral en Olimpo de Bahía Blanca. “En casa siempre se jugó y se habló de fútbol. Mi viejo no estaba preparado de la cabeza para jugar en la primera de Boca. Después de entrenarse volvía al barrio y jugaba con sus amigos. Yo, en cambio, desde infantiles, cuando estaba en Argentinos, pensé en hacer esto. Con edad de séptima me fui a Boca y mamé una cultura y una filosofía Boca que desde chico te inculcan: ganar y ser protagonista. Mi personalidad creo que se la debo a eso que me dieron”, analiza Álvarez.
-En alguna entrevista contaste que te gusta Callejeros. Hay una frase de la banda que dice: “Hay hombres que se atreven y hombres que se quejan”. ¿Te define?
-Sí. Tal cual. Es una gran verdad. Vos podés preguntarte por qué me pasa esto o darle para adelante. Frases como esas hay miles. Si te querés agarrar, hay un montón de frases. Yo soy de morir con la mía. Prefiero morir de pie que vivir arrodillado. Pero yo tengo muy claro que es lo que quiero y el fútbol me hace feliz. Estar acá, en una cancha, mirar a la gente durante un partido, a mis compañeros en una práctica, son cosas que disfruto.
-Hablás de la gente. A los hinchas de Rosario Central les escribiste una carta en la que les agradecías el apoyo que te brindaron una noche de Libertadores, cuando la estabas pasando mal.
-Yo estuve un período de licencia en Central porque tuve que venir a Buenos Aires por los problemas personales que estaba pasando (ndr: se refiere a la enfermedad de su esposa). Volví después de estar dos o tres semanas sin entrenarme. Un par de días después jugábamos por la Copa Libertadores. El DT (Coudet) tenía tanta confianza en mí que me citó. Yo no me lo esperaba, pero hay veces que no hace falta entrenarte 200 millones de horas para estar bien. Al fútbol, creo, se juega con el corazón. Podés estar entrenado en cinco turnos pero sino jugás con el corazón, o con pasión, no sirve de nada. El fútbol te da momentos muy especiales. Esa noche, en Central, yo fui al banco. Faltando cinco minutos, Coudet me puso. Cuando entré a la cancha la gente me emocionó. Cuando terminó el partido, incluso, me cantaron algo. Yo voy a estar muy agradecido a esa gente. Me enamoré de ese club.
-Esa escena habla de que sos un tipo querido. Se notó mucho respeto del ambiente del fútbol el año pasado.
-Tuve la suerte de que en todos los clubes en los que me ha tocado estar pude dejar una huella. Eso habla bien de uno. Mientras pueda ayudar, yo soy un agradecido. El fútbol se solidarizó muchísimo. No tengo más que palabras de agradecimiento en general. Muchos hasta me han sorprendido. A lo largo de la carrera uno forja un carisma.Y el apoyo que sentí en ese momento quiere decir que las cosas las he hecho bien.
-Hubo otra noche de Libertadores importante: a los 19 años pateaste un penal que cambió tu carrera.
-Ese penal me ha marcado. Si yo lo hubiese errado la historia habría sido otra. Me tocó, a los 18 años, patear un penal de semifinal de Libertadores contra River, en el Monumental, sin hinchas de Boca, con apenas dos partidos en Primera. Y fue algo que me impulsó. Le estoy muy agradecido a Bianchi. Algo habrá visto.
-¿Nunca le preguntaste por qué te eligió?
-Noooo. Jamás. Era un señor de muy pocas palabras. Yo tenía muy pocos partidos, no podía preguntar nada. Lo que él me decía que hiciera yo lo hacía.
El penal a River en el Monumental, en 2004
Pablo Álvarez parece disfrutar del diálogo pero igual mira el reloj a cada rato. Está apurado por volver a su casa después de la práctica. No le preocupa su tiempo sino el de sus hijos, que saldrán de la escuela a las 17 y tienen que llegar a las actividades extracurriculares antes de que él entre a las clases del curso de técnico, que arrancan a las 19.30. “Por ahora puedo con todo. Gracias a que el mundo que me rodea me ayuda con eso. No estoy solo. Eso –pide el lateral– quiero que esté en la nota. Hay gente muy pendiente. Y sobre todo hay una persona que me cambió la vida fuera del fútbol e incluso en el fútbol. Hay una persona al lado mío que me acompaña y que me levanta cuando lo necesito. Sin esta persona yo me podría haberme levantado”.
Diez días después de haber regresado a entrenar con el plantel tras el fallecimiento de su esposa, a Álvarez le tocó ir al banco en Rafaela. Era el fin de semana del día de la madre. Los jugadores, como homenaje, jugaron con el nombre sus mamás en la espalda. El lateral eligió ponerse el nombre de Anabel. “Fue el partido que se lesionó Leandro (Grimi) en el primer tiempo y me tocó entrar. Por eso digo que estoy tan agradecido al fútbol. Más allá de que fue algo feo como la lesión de un compañero, pude hacerle ese homenaje a ella”.
-Se ve que tenés algunas cosas muy claras, que estás muy convencido de tus pensamientos. ¿Eso es un trabajo propio o hay una ayuda externa?
-Más allá del fútbol yo tuve mucha ayuda profesional que me hizo abrir mucho más la cabeza de lo que creía que la podía abrir. Yo sé muy bien lo que quiero, si tengo un camino marcado voy a ir en busca de eso.
Tenés muchos tatuajes. ¿De qué son?
-Hay de todo. Éste (se señala la pantorrilla izquierda) es una pelota con la leyenda ‘eternamente agradecido’. Es un claro ejemplo de lo que siento. Hay otros que son porque soy creyente. Y éste (sigue con el recorrido por sus piernas) es el Che Guevara. Ir a Cuba es un viaje pendiente. Es una promesa que he hecho. He leído mucho sobre él cuando jugué en el exterior porque trataba de mantener la cabeza ocupada para no extrañar tanto. Me metí en la vida de este personaje. No quiere decir que estoy de acuerdo con todo lo que ha hecho pero sí en muchísimas cosas y sobre todo en sus ideales.
“No hagas como yo”, recuerda que tituló el diario Olé en 2003, que lo juntó con su padre antes de su debut en Boca. Catorce años después, tras haber pasado por siete clubes y tres ligas distintas, admite haber seguido ese consejo del padre. Y reconoce que se le cae la baba cuando Felipe patea sus primeras pelotas en la escuelita, o cuando se sienta a ver los partidos con él. “Igual va a hacer lo que él quiera”, aclara, para sacarle el peso a la descendencia.
Sus hijos parece ser lo único que le permite sacar el foco del fútbol. Por eso anda apurado por irse del Cilindro, ese lugar donde se siente tan cómodo: para llegar rápido al hogar. El Puente Pueyrredón está cortado esa mañana. No bien termina la entrevista, le grita a Sergio Vittor, un conocedor de la zona sur, que le indique cómo subir directo a la Autopista La Plata. Y por allí, con otro escollo superado, se va Álvarez rumbo a su casa.
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