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Barcelona en vilo. Enojo y flojos resultados: ¿qué hará Messi en junio?
BILBAO.– "Éramos los que más copas teníamos... Hasta Messi". El dato estadístico sale de boca de un directivo, pero podría haberlo mencionado cualquiera aquí. Es que esta ciudad, que respira a través de los pulmones de su Athletic Club, tiene dos obsesiones simultáneas a esta altura del año: la bendita Copa del Rey, que ganó 23 veces... Y Messi. Todos estos días en los bares de tapas y cerveza tirada tan típicos del pintoresco centro antiguo, oficinistas de traje y también jóvenes de remera siguieron con atención lo que en la TV se contaba desde Barcelona: la resolución de un nuevo tironeo entre el argentino y la dirigencia, encarnada ahora en su ex compañero Eric Abidal, secretario técnico del club. ¿Y por qué tanto interés en una riña de gallos ajena? Ese hombre le había encajado 24 goles en su carrera. Pero hoy, en el estadio San Mamés, Athletic profundizó la crisis de Barcelona con la victoria por 1-0 y por qué no la del mismísimo Messi, que no encuentra respuestas dirigenciales ni deportivas, las que precisa como el agua.
La dura derrota de hoy lo encontró errático, como en esos días en los que pocas cosas le salen y queda mirando al cielo. No hubo caso. La frustración lo poseyó sobre el final, cuando el arquero Simón le sacó el gol con los pies. Ni que hablar con el gol de Williams en el tiempo adicionado. La pregunta se disparó en la mente de Barcelona y ocupó más espacio que la misma eliminación: ¿qué hará Messi en junio? Ahí es cuando puede aplicar la cláusula de salida en su contrato. Esa parece la gran cuestión.
¿Cuánto de toda esa expectativa, palpable en entradas agotadas, habita en la cabeza de Messi en estas horas? Acostumbrado a vivir en la mira, puede que ni cosquillas sienta de esa revolución que tiñe de rojo y blanco a la ciudad cada día, más en uno de estos. Tal vez se active bajo los focos, pero el 10 está en otra: enfrascado en una disputa doméstica de consecuencias todavía imprevisibles. El miércoles, después de que la noche anterior haya cruzado a Abidal públicamente ("muchos jugadores no estaban satisfechos ni trabajaban mucho con Valverde", había dicho el francés, lo que motivó que Messi le exigiera que diera nombres porque se los estaba "ensuciando a todos"), Messi no tecleó nada en su cuenta de Instagram, el arma que había elegido para disparar. Y hoy se subirá al avión para viajar junto a 19 compañeros. Los excesos de palabras derivaron en una reunión entre el presidente Josep Bartomeu y Abidal, en la que al final el secretario técnico logró conservar el trabajo. Nadie sabe hasta cuándo. "¿Crisis? ¿Qué crisis tienes cuando juegas con Messi, Griezmann, Rakitic, Busquets, Piqué...?", ironizó de su lado Gaizka Garitano, el entrenador del Athletic.
Pero esa calma montada en un día por el presidente no es tal. Lo que hay, más allá de una crisis de forma a la que Messi y Abidal contribuyeron sensiblemente, es una crisis de fondo. Alcanza con decodificar el mensaje del capitán para entender la dimensión de lo que ocurre. "Los responsables del área de la dirección deportiva también deben asumir sus responsabilidades y sobre todo hacerse cargo de las decisiones que toman", escribió la noche del incendio en la red social. Se refería al despido de Ernesto Valverde, claro, pero también al armado de un plantel carente de las fortalezas que hacen falta en el tramo decisivo de la temporada. En términos futbolísticos, nunca en su historia como jugador de Barcelona Messi estuvo rodeado como ahora. Su gen competitivo lo empuja a pelear por los títulos, pero a Quique Setién, por ejemplo, le costó completar la nómina de 20 debido a las lesiones y al muy mal armado del plantel que heredó.
Las recientes (y prolongadas) bajas de Luis Suárez y Ousmane Dembelé agrandaron problemas que ni la buena voluntad del nuevo entrenador pueden solucionar. "Hemos hablado un minuto sobre este tema, tenemos la obligación de centrarnos en el partido", le restó importancia Setién al cruce Messi-Abidal. Como recién llegado que es, sabe que no puede patalear por los agujeros que el plantel exhibe, porque lo preceden. En el fondo, el DT sabe lo mismo que Messi: así como están las cosas, es difícil imaginar a Barcelona feliz en mayo, cuando se deciden los campeonatos.
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Pero un un club tan grande las crisis no se maceran, estallan. La que el capitán ayudó a avivar ahora también tiene que ver con lo mucho que le molesta que usualmente se lo vincule a situaciones conflictivas. La salida de Valverde fue la última, pero antes se cuentan las de ex compañeros (Villa e Ibrahimovic en su momento, por ejemplo) y directivos. Como el ignoto Javier Faus, un vicepresidente al que un día de 2013 se le ocurrió decir "no sé por qué tenemos que mejorarle el contrato cada seis meses". Messi respondió sin gambetear: "El señor Faus no sabe nada de fútbol", dijo aquella vez, mientras el hombre iba entornando solo la puerta de salida del club.
En todo caso, aquello no era un problema grave. Con sus más y sus menos, Barcelona ha ido en estos años perfilando sus políticas deportivas alrededor de Messi, con lo beneficioso que ese enfoque resultó y también con sus riesgos. Todo para no afrontar uno mayor: que un día el que abriera la puerta para irse fuera finalmente él. Nada atemoriza más al club que eso en este trance, con el equipo desbalanceado y un futuro inmediato incierto en las tres competencias que afronta. Está ahí, a fin de cuentas, el asunto central. Porque está claro que Barcelona no está preparado para el día después de Messi. Lo que falta saber es qué lo motiva a Messi ahora mismo. La carta tiene dos caras: de un lado, intentar darle vuelta al asunto y tirar del carro de la necesaria reconstrucción; del otro, ejecutar una cláusula que se guardó para sí: esa que lo habilita a irse a mitad de año, si lo quisiera.
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