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Cosas del puesto
Son cosas del puesto. Y no está ni bien ni mal, aunque tal vez sea injusto. Y sin embargo, conceptos como "justicia" rara vez calzan bien con el fútbol.
Se juega de once, se gana de once, se pierde de once. Pero entre los once hay puestos y puestos. Privilegios y obligaciones. Disculpas y desventajas. Por eso será que no cualquiera juega en cualquier sitio.
Seguro que toda la delegación de España vive sus últimos días en Brasil agobiada por el desencanto. Seguro que dentro de unos días, cuando crucen los cielos del Atlántico, cada cual irá mascullando íntimamente qué hizo mal, qué debió haber hecho y no hizo, qué pudo haber hecho mejor o de otro modo. Pero Iker Casillas tendrá un tormento especialísimo. Una y otra vez repasará cada uno de los siete goles que dejaron a España en el camino y que lo tuvieron a él defendiendo los tres palos.
Son cosas del puesto. No valdrá como argumento, en el hilván de sus remordimientos, que casi siempre en el fútbol hay varios responsables en los goles que se sufren o que se disfrutan. Que casi nunca la suerte o la desgracia van atados a la sombra de uno solo.
Casillas volverá a preguntarse si a los 44 minutos del primer tiempo contra Holanda, cuando es claro que Van Persie deja en ridículo a su marcador, no habría sido lo correcto retroceder dos pasos. O mejor dicho, seguir retrocediendo, en lugar de agazaparse cuando el holandés se lanzó en palomita. Dos pasos más atrás y es una pelota, no digamos sencilla, pero menos complicada. Alta y esquinada, es cierto, pero tampoco inatajable.
¿Y en el segundo, el de Robben? Nadie puede reprocharle haberse quedado cerca de la línea de cal. A Robben lo marcan dos compañeros. La ortodoxia señala esperar y cerrar el primer palo, abajo. "Ése es su palo, arquero". Nadie puede reprochárselo, salvo él mismo, en el silencio de una noche en vela.
Habrá un montón de argumentos colectivos. Que el final de un ciclo, que el agotamiento de una temporada extenuante, que es muy difícil modificar la estructura de un equipo ganador. Pero nadie le puede quitar a Casillas, sospecho, la mala espina del tercer gol, el que convierte De Vrij, cuando lo cuerpean en el área y lo sientan de traste, y alza las manos y le reclama al juez, pero ya sin fuerzas, como sin ganas, como sabiendo que España se ha metido en un túnel oscuro y sin regreso. Un túnel que alberga otro, más tenebroso todavía, para que lo recorra él solo.
Un túnel con pocas cosas para ver y muchas para recordar. Como ese cuarto gol que sí, ese cuarto gol que lo mire por donde lo mire es de él, todo, todito suyo, ese rebote largo después del pase sencillo de Sergio Ramos.
Mientras Van Persie festeja y Casillas vuelve sobre sus pasos, mordiéndose los labios, una mano que va hasta la frente simplemente porque no sabe qué otra cosa hacer, tal vez empiece a preguntarse qué dirán en España. Qué dirán de él. O de ellos. En qué persona gramatical se conjugarán los errores. Si habrá espacio para la memoria y la gratitud o sólo existirá sitio para la afrenta.
Tal vez en eso está pensando mientras Robben se hace un picnic, el último de la tarde, con los restos de la defensa española. Casillas podrá consolarse con que otra vez sigue la ortodoxia del guardavalla. Porque le tapa bien el primer palo. Lo obliga a enganchar. Poco menos que a gatas le sigue retaceando el perfil zurdo una vez, dos veces. Pero como los defensores españoles van hacia la línea de gol, en lugar de apurar al delantero, le facilitan la tarea. Más temprano que tarde Robben se desembaraza de Casillas y elige dónde embocar el quinto. Pero la imagen del televisor, la que persiste, es Casillas vencido. No la de sus compañeros que deciden seguir retrocediendo, y deciden mal. Y fin. Asunto concluido.
A cifrar las menguadas esperanzas en el partido con Chile. Y de nuevo la pregunta íntima, para seguir desvelándose. ¿Qué verá la gente cuando observe el primer gol de Chile? ¿Qué recordará cuando recuerde? ¿Alguien advertirá que son dos los jugadores chilenos contra un único defensor de España? ¿Alguien se tomará el trabajo de notar que Casillas achica bien la primera posibilidad de disparo, que es lo único que puede hacer un arquero, en ese partido o en cualquier otro? Porque eso es lo que hacen los arqueros. Una cuenta mental velocísima que procesa todas las opciones de peligro y elige la más probable, la más inminente, en la esperanza de que el atacante haga el mismo cálculo. Casillas no se mantiene de pie porque espera que Vargas remate al bulto. No cuenta, no puede contar, no debe contar, con que Vargas elija esperar, tocar apenas con el lado externo del botín derecho y después sí, con un arquero vencido por la inercia del envión, terminar de vencerlo.
Parece haber, en el fútbol, una extraña ley de responsabilidades inversas. A mayor distancia, entre nuestro puesto y el arco propio, menor responsabilidad en todo lo malo que pueda ocurrirnos. Y a la inversa, claro. Y los arqueros están en la cima afilada de esa relación inversa. Todos los jugadores cometen infinitos errores a lo largo de un partido. Pero si esos errores se cometen lejos de nuestro arco, nadie se acordará demasiado de ellos. No importa si son groseros. No importa si significaron "casi" un gol. Porque una cosa es casi y otra cosa es gol. Y los errores en ataques son casi, y los errores de los arqueros son gol.
Sobre todo si la vida parece decidida a ensañarse con nosotros, debe pensar un Casillas que, falto de confianza, rechaza con los puños un tiro libre que, a los 43, bien podría haber embolsado. ¿Por qué decide rechazar así y, con eso, dejarle servido el remate a Aránguiz para que liquide el pleito?
Preguntas que no tienen respuesta. Como tampoco tiene respuesta por qué se recordará mucho más esa falla de Casillas que la de Busquets a los 7 del segundo tiempo, cuando se pierda el gol del descuento debajo del arco. Son cosas que suceden porque así es el fútbol, o porque así es la humanidad. O porque así son el fútbol y la humanidad.
Es verdad que nadie obliga a los arqueros a ser arqueros. Momento. ¿Es verdad? ¿Es uno el que elige el puesto o el puesto el que lo elige a uno? ¿Es el jugador, en algún pliegue lejano de su infancia, el que alzó una vez la mano y dijo "atajo yo"? ¿O es el maldito puesto de arquero, con toda su carga de ingratitud y de responsabilidad, de alegrías breves y de insomnios turbios, el que elige a los que son capaces de aguantarlo?
Todo eso, tal vez, pensará Casillas mientras el avión surque los cielos del Atlántico. Tal vez le dé vueltas, y más vueltas, a esos siete goles de esos dos partidos. Tal vez lo piense mientras sus compañeros duermen. Tal vez esa idea lo agobie, mientras se mira fijamente las manos. Cosas del puesto.
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