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Una bota en el tobillo y una virgen en la mochila: los secretos mejor guardados del arquero que eliminó a River de la Copa
Librado Azcona fue el héroe de Independiente del Valle de Ecuador, que dio en el Monumental el gran golpe de los octavos de final de la Libertadores
Hubo una vez que Librado Azcona atajó mejor. Lo recuerda bien José Baum, dirigente de Independiente del Valle, ancho en su campera verde: "Fue el día que jugamos la final de la B, en 2009. Él era el arquero de Liga de Loja y el cabrón esa tarde nos sacó todo, casi no nos deja ascender. Por eso lo contratamos." Baum lo cuenta con la certeza de que la gesta de aquella tarde del 7 de octubre quedó empequeñecida por la hazaña de esta noche del 4 de mayo de 2016, la más gloriosa del pequeño club ecuatoriano. "No esperábamos esto, es la verdad", asume Franklin Tello, el presidente, parado contra la misma baranda que Baum, en la antesala de un vestuario del que bulle música.
Uno y otro no terminan de entender lo que esta institución joven (en 2007 recién se profesionalizó), diferente (es una sociedad anónima "manejada por un grupo de empresarios amigos", dirá Baum) y de nombre raro (en 2014 dejó de ser Club Social y Deportivo Independiente José Terán para empezar a llamarse Club de Alto Rendimiento Especializado Independiente del Valle) acaba de conseguir: tumbar a River, el gigante, el campeón vigente de la Copa Libertadores, y en el estadio Monumental. Impostan un tono profesional para decir que más tarde habrá festejo pero medido, "porque esto sigue". Pero no se lo creen demasiado. Ni ellos dos ni el puñado de los otros dirigentes que entran y salen del vestuario visitante ni el grupito de 6 mujeres que los acompañan: mujeres e hijas que no bien divisan que el entrenador del equipo está dando entrevistas interrumpen al grito de "¡Re-pe-tto, Re-pe-tto!". No les sobra inventiva, pero sí felicidad.
Que se hayan alineado los planetas para dar semejante golpe sobre la mesa continental los pone tan contentos como haberlo logrado contra 60 mil personas, una experiencia también desconocida para sus cuerpos. Un abismo de distancia con las 2 mil que habitualmente van a ver al equipo de local en el estadio Municipal de Rumiñahui en Sangolquí, la localidad de la periferia de Quito donde se asiente Independiente. Si la cancha se llenara el domingo para felicitar a los héroes del Monumental, cuando jueguen contra Universidad Católica por el torneo local, tampoco serán tantos: en Rumiñahui apenas caben 7.233 espectadores.
Al primero que ovacionarían en ese homenaje, sin dudas, sería a Azcona. El capitán del equipo es también un histórico: desde que llegó al club en 2010 jugó tantos partidos que, se ríen los dirigentes, nadie puede saber qué tal son sus suplentes. Lo que tal vez no sepan los que acompañaron al plantel a Buenos Aires es que el arquero casi se pierde el partido. Se lo cuenta así, sin misterios, el mismo Azcona a canchallena.com, una vez que las luces de la TV se apagan y él, sereno y sin apuros, se queda charlando. "Es que tengo un esguince en el tobillo derecho desde hace dos meses. Y anoche, en el entrenamiento que hicimos acá para reconocer el estadio, pisé mal y me doblé. Casi no juego", repite, y también se ríe. "Pero no, ni loco me perdía este partido, no podía dejar a mis compañeros", retoma el hilo. El secreto para cuidar el tobillo maltrecho es una bota que utiliza solo en los partidos. Sin ella, las señales de la lesión quedan a la vista.
El plantel de Independiente del Valle es un conjunto de hombres de fe. Tanto como los dirigentes; Michael Deller, el vicepresidente, se junta con sus colegas que vinieron desde Sangolquí y les agradece la presencia y los felicita. "Esto también es en parte de ustedes", les dice. "Hoy Dios estaba con nosotros... Y Azcona también", remata.
Azcona parece tranquilo. "Lo es", corrobora un integrante del cuerpo técnico que comanda el uruguayo Pablo Repetto. "No habla tanto adentro de la cancha como lo hace afuera. Y los compañeros lo siguen." Tanto lo siguen que le otorgaron el rol de dirigir las arengas, un rito preciado entre los futbolistas. El arquero, más que exaltar los ánimos con frases de guerra o venas inflamadas, elige rezar. "Soy devoto del Divino Niño Jesús y de la virgen de Caacupé", cuenta, mientras un rosario se puede ver colgado de su cuello. Y enseguida saca de su mochila una réplica de esa virgen, que lo acompañó al Monumental.
La fe católica lo acompaña desde la cuna: Azcona se llama Librado por santa Librada, una virgen española del siglo VI. Y nació hace 32 años en Caacupé, justamente, la ciudad paraguaya que lleva el nombre de la virgen patrona del país.
A alguna de las dos, o quizás al santo de los arqueros, se encomendó las pocas veces que sus manos no llegaron a tapar la batería de disparos que River libró contra él. Y le dieron una mano: los palos rebotaron esas pelotas imposibles. "D'Alessandro me dijo 'dejá entrar alguna'. Yo lo abracé y le contesté que estaba teniendo suerte", revela un diálogo que se dio en pleno partido.
La estadística es abrumadora: River remató 37 veces. Doce de esos tiros fueron al arco: uno terminó en el gol de Lucas Alario y los otros 11 fueron repelidos por Azcona. De todas sus atajadas, elige como la mejor un cabezazo que le sacó a Iván Alonso "con las uñas".
Las atajadas de Azcona, el héroe de Independiente del Valle en el Monumental
Habla pausado y en tono bajo, incluso cuando los cronistas le exigen que defina si este fue el mejor partido de su vida. "Internacional, sí", distingue. ¿Será que a él también le gustó más aquella vez que se plantó solo contra el equipo que ahora defiende? Como sea, se guarda la aclaración aunque no las lógicas dedicatorias: a María Graciela, su esposa, y a Daiana, su hija de 4 años que nació en Ecuador.
Ya no queda nadie en el vestuario que hasta hace cinco minutos fue una fiesta de bachatas. Azcona guarda la virgen y la bota en la mochila y se va caminando despacio. Ahí nomás lo esperan los cuartos de final de la Copa Libertadores. Y solo un poco más allá, la Copa América, que por algo hace dos años que se nacionalizó ecuatoriano.
El cierre de la noche parece guionado. Con una carpeta azul en la mano, el Pato Fillol pasa caminando por este mismo lugar, sin que nadie lo reconozca. Azcona no lo sabe, pero uno de los mejores arqueros argentinos de todos los tiempos acaba de dictar sentencia por radio: "Nunca había visto a un arquero visitante atajar así en el Monumental".
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