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La Copa Libertadores "de América": cuando la pelota se hace libro entre partidos, paisajes, San Martín y Bolívar
"De América", de Alejandro Droznes, es un libro de viajes por la Copa Libertadores y la Copa Sudamericana: el autor se trasladó a diez ciudades (de Guayaquil a San Pablo, de Caracas a Potosí, de Asunción a Madrid) y encontró en cada lugar, además del hecho futbolístico que fue a buscar, una dimensión histórica que ilumina tanto el pasado como el presente del continente. En palabras del periodista y escritor Andrés Burgo: "Si el fútbol es un viaje, este libro nos lleva (como no lo ha hecho ningún otro) por toda América del Sur en búsqueda del máximo torneo del continente, la Copa Libertadores. No es sólo una crónica de fútbol: lo es de nuestros pueblos y nuestra historia".
Bien de este tiempo, el libro no tiene fin: hay una continuidad del trabajo en las redes sociales, en las que se complementa el texto con material audivisual. Se puede seguir en Instagram, en @deamerica, y Twitter, en @deamerica_. Próximamente estará disponible en Amazon.
Presentamos, como adelanto, un extracto del capítulo «Yacuiba».
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Decidí partir rumbo a una ciudad boliviana llamada Yacuiba, en la frontera con Argentina, cuando supe que un espectral equipo de ese lugar, el Petrolero del Chaco, se había clasificado a la Copa Sudamericana. La Sudamericana es un certamen internacional similar a la Libertadores, aunque de menor tradición e importancia, y el Petrolero del Chaco iba a jugar un partido casi anónimo, condenado al limbo de Fox Sports 2 si no al inframundo de Fox Sports 3, contra un ignorado equipo ecuatoriano llamado Universidad Católica de Quito.
No entendía qué hacían esos dos equipos totalmente desconocidos en un torneo internacional y por ende en mi televisor.
En las fases iniciales de los certámenes internacionales pululan equipos sorprendentes que provienen de lugares inesperados, pero este caso era particularmente excepcional: si equipos como el Petrolero del Chaco estaban jugando la Copa Sudamericana es porque el torneo había experimentado una ampliación radical.
Unos años antes de la aparición del conjunto de Yacuiba, treinta y cuatro equipos jugaban la Sudamericana. Pero cuando el Petrolero del Chaco la jugó, fueron cincuenta y cuatro. Alejandro Domínguez, Presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, dijo refiriéndose a las reformas: "el nivel de esta competición está garantizado por la presencia de clubes de renombre, de gran historial y de alto nivel popular". Sin embargo, estos equipos de renombre y gran historial que empezaron a abrevar en mi televisor eran extremadamente desconocidos. Más aún, eran clubes recién nacidos que salían, por obra y gracia del cambio de formato, a la luz de América: Fuerza Amarilla de Ecuador (fundado en 1999), Comerciantes Unidos de Perú (2002), Atlético Venezuela (2009) o Estudiantes de Caracas (2014). Equipos que ya estaban más que satisfechos jugando en la primera división de sus propios países y que, inesperadamente, salieron del confinamiento de las ligas locales y se echaron a rodar por la inmensidad del continente.
A esta estirpe pertenecía el Petrolero del Chaco, fundado en el año 2000 y sobre el que Wikipedia aclaraba: "No confundir con Oriente Petrolero". En el escudo del club que había escrutado en Buenos Aires, antes de salir a la ruta, se advertía una pelota de fútbol, una torre de extracción petrolífera, una cadena montañosa, un sol naciente o poniente, un sombrero de ala ancha y un bombo: atributos característicos de la Bolivia chaqueña. Ése era el escudo de un equipo que jamás había jugado una competencia internacional y que, en realidad, tampoco se había clasificado directamente a aquella, pero que entró gracias a una carambola: los equipos mexicanos no pudieron participar de la Copa Libertadores por cuestiones de calendario y sus tres cupos para aquel torneo quedaron disponibles. Como consecuencia, uno de los equipos bolivianos que estaba clasificado para la Sudamericana "ascendió" a la Libertadores y el Petrolero del Chaco, que había hecho una campaña modesta en el torneo local (había quedado octavo en una liga de doce equipos), apareció donde nadie lo esperaba, convirtiendo a Yacuiba, cuya población no llega a los cien mil habitantes, en orgullosa sede de la Copa Sudamericana.
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Bolivia nació a la faz de la tierra de una manera distinta a la de los otros países sudamericanos. Lo hizo tardíamente, en 1825, y para independizarse no sólo de España sino también, y especialmente, de sus vecinos. Era difícil que los peruanos, por ejemplo, no reclamaran sus derechos sobre un territorio que se conocía como "Alto Perú", y de ahí la guerra peruano-boliviana de 1841. Pero no era ése el único problema: en la época de la independencia, los porteños consideraron que, como el Alto Perú había estado en la órbita del Virreinato del Río de la Plata dirigido desde Buenos Aires, aquel territorio debía integrarse a las Provincias Unidas del Río de la Plata, lo que más tarde sería la Argentina. La idea tenía cierto asidero porque en ese entonces las dos naciones no estaban claramente divididas: el primer presidente de las Provincias Unidas, Cornelio Saavedra, había nacido cerca de Potosí, y al famoso Congreso de Tucumán acudieron representantes de ciudades que hoy son bolivianas. Además, Buenos Aires había enviado varias expediciones auxiliadoras al Alto Perú para echar a los españoles de ese territorio.
Por estas cuestiones es que en la Declaración de la Independencia de Bolivia se lee que se erige un Estado independiente "de todas naciones, tanto del viejo como del nuevo mundo".
Alejandro Droznes nació en 1980. Es Licenciado en Letras. "De América: el continente en la Copa Libertadores" es su primer libro.
Ahora bien: una vez instituido el nuevo país, ¿cómo establecer sus fronteras? La respuesta está en las guerras que los bolivianos han padecido con todos sus vecinos excepto Argentina: la Guerra del Pacífico contra Chile, la Guerra del Acre contra Brasil, la Guerra del Chaco con Paraguay, además de la ya mencionada guerra con los peruanos.
Con Argentina no hubo contienda militar porque existió un "tratado definitivo para solucionar amistosamente" la cuestión de los límites. Se firmó en 1889 y es un texto alucinatorio como todos los de su índole porque funcionarios de saco y corbata se pusieron a legislar la propiedad de una lejanía hecha de quebradas, serranías, ríos y desembocaduras: "…donde principia la serranía de Zapalegui; de este punto seguirá la línea hasta encontrar la serranía de Esmoraca, siguiendo por las más altas cimas…".
Cuando no había serranías ni cimas ni otros límites naturales, los gobiernos de Argentina y Bolivia se pusieron de acuerdo en establecer el paralelo veintidós como línea fronteriza y firmaron el tratado. El problema fue que durante la demarcación los peritos de ambos países descubrieron que Yacuiba se hallaba al sur, y no al norte, del paralelo veintidós. Es decir que había quedado del lado argentino.
El gobierno de Bolivia realizó una petición y ahí empezaron los problemas: ambos países, íntimamente penetrados de su incuestionable derecho, consideraron que Yacuiba les pertenecía. Los bolivianos, porque era una ciudad que siempre había sido boliviana. Los argentinos, porque estaba al sur de la frontera que acababan de acordar. Finalmente la Argentina cedió esa porción de territorio a cambio de otra parcela en otro lado y la cuestión se solucionó. El área obtenida por Bolivia en esa corrección cubre apenas veintidós kilómetros cuadrados con forma de triángulo, y Yacuiba está en ese triángulo. Basta con mirar un mapa de la zona para notar que la frontera viene horizontal, prolija, siguiendo el paralelo, y de repente baja un poquito, apenas para que quepa Yacuiba, y vuelve a subir. Es una cuña muy visible que interrumpe kilómetros y kilómetros de frontera recta. Sin esa anomalía, Yacuiba estaría en territorio argentino.
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Una vez que tomé la decisión de ir hasta Yacuiba, lo primero que hice fue comprarme un pasaje de avión a San Salvador de Jujuy. No era tan caro como un vuelo internacional, y creí que ese gesto me liberaría de la aspereza propia del viaje terrestre para depositarme livianamente en el plácido mundo de las copas internacionales tal como éstas se presentan al anochecer en mi televisor: un mundo hecho de hoteles confortables, de prolijos auspiciantes, de peinados y tatuajes, de millones de dólares.
No fue así, naturalmente. El hechizo del avión se esfumó apenas salí del aeropuerto en San Salvador de Jujuy y tuve que buscar algún lugar para pasar la noche. Las opciones de alojamiento no eran muy atractivas, así que me resigné a dormir lo imprescindible y al despuntar el día siguiente ya me encontraba avanzando por la Ruta Nacional 34. Ajena a los prestigios calcáreos de la Quebrada de Humahuaca, que no está lejos, la 34 se extiende sobre un paisaje del todo común, sobre una llanura que está en Salta pero podría estar en cualquier otra provincia. Avanzaba rumbo a Bolivia y veía, mientras el país se iba escurriendo, que cada vez había menos autos y menos todo, excepto Gendamería, que cada vez había más.
Como era domingo, la marcha por tierra fue lenta. Los servicios directos entre San Salvador de Jujuy y Salvador Mazza, que es donde está el puesto fronterizo que separa a Argentina de Bolivia y de Yacuiba, eran escasos o inexistentes. Esa imprevista circunstancia me obligó a enlazar, en micros locales, primero San Salvador con San Pedro, después San Pedro con Pichanal, más tarde Pichanal con Tartagal y, finalmente, Tartagal con Salvador Mazza.
Cuando crucé la frontera e hice pie en Yacuiba, a eso de las seis de la tarde, todavía faltaban cuarenta y ocho horas para el partido más periférico de la Copa Sudamericana.
Había llegado, finalmente, al confín del fixture.
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Dispuse mis pertenencias en una habitación yacuibeña, no mucho mejor que la de San Salvador de Jujuy, y salí a caminar a pesar del cansancio. Acababa de constatar que es más fácil ver los partidos por televisión que trasladarse hasta el lugar de los hechos, pero decidí dar un par de vueltas estimulado por el cambio de país.
Rápidamente noté que en Bolivia "milanesa" se escribe "milaneza", que las calles son caóticas pero en las plazas no hay ni un papel tirado en el piso, que no hay supermercados pero sí mercados, que es imposible desayunar según acostumbro porque el hábito es comer empanadas por la mañana, que "acá nomás" se dice "acácito" y que a todos los bolivianos les encanta aparecer en la televisión.
Esta última es una suposición basada en el hecho de que me veían argentino, con una cámara de fotos (que apenas sabía encender) y me preguntaban invariablemente y al infinito: "¿usted es de la televisión?". Es entendible: la inmensa mayoría de los periodistas que se encargan de relatar y comentar los partidos de la Copa Libertadores y la Copa Sudamericana son argentinos.
Entre todos esos cambios, que no eran previsibles pero sí esperables, hubo uno que verdaderamente me tomó por sorpresa: iba caminando por ahí cuando me encontré súbitamente con la estatua de Bolívar que preside la plaza principal de Yacuiba.
Yo estaba preparado para cambiar de país, obviamente, pero no tan preparado para cambiar de Libertador. Al menos no tan rápido. Porque encontrar una estatua de Bolívar en una plaza que no queda a más de ocho cuadras de la frontera con Argentina implica abandonar demasiado pronto la impronta sanmartiniana que uno lleva encima.
¿Qué hacía Bolívar ahí, tan al sur del continente, tan lejos de Caracas, lindando con Salta y Jujuy?
Está claro que más al norte, en la zona tórrida de América, el Libertador es Bolívar. Pero uno esperaría que en un país limítrofe con Argentina, y más aún a pocos metros de la frontera, el pasado heroico sea compartido. Sobre todo si uno es argentino y cree que ha liberado buena parte del continente.
Ahí empezó verdaderamente el viaje, porque la égida de Bolívar le dio a Yacuiba los visos de lo exótico, ubicándome en una América diferente en la que se dice "chévere" y hay ron y abundancia de palmeras, aunque en ese paraje había chicha de maíz, no había palmeras y en vez del risueño "chévere" caribeño se oía el castellano de Bolivia, en el que las vocales apenas se pronuncian.
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