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Copa Argentina. Independiente todavía no tiene claro a qué juega, pero al menos volvió a ganar
El equipo de Avellaneda se impuso con lo justo a Atlético Tucumán y sigue en carrera; lejos de una identidad definida, con demasiados contratiempos y pocos refuerzos, los triunfos son imprescindibles
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Independiente sigue siendo una moneda al aire. Es una incógnita su identidad. Sin embargo, gana: los triunfos fortifican el alma. Primero, bajó a Estudiantes, por el torneo local. Ahora, superó a Atlético Tucumán por 1 a 0 y avanzó a los octavos de final de la Copa Argentina.
¿Cuál es la verdadera personalidad de Independiente? Un equipo apático, adormecido, atrapado en las garras del ímpetu de Argentinos. Un conjunto combativo, valiente, que impone su estampa frente a Estudiantes, uno de los mejores del campeonato. Dos versiones, el mismo Independiente. No se trata de ser más audaz, ni siquiera de darle prioridad a la solidez. De hecho, el gigante de Avellaneda precisa de ambas teorías, la de atacar y defender con el mismo rigor. El problema es que no encuentra una identidad clara, definida, entre los murmullos dirigenciales internos, una conducción futbolera seria, aunque insegura y un plantel con dosis apenas de la antigua grandeza.
El arribo de Iván Marcone, sumado a la resonante victoria sobre el León, abrieron un paraguas protector. A un lado quedaron las desventuras económicas, políticas y deportivas. Pero todo transcurre demasiado rápido. Independiente no puede darse el lujo de permitirse pausas, recreos temporarios. Debe imponerse sobre todos los terrenos, sobre el resbaladizo y sobre el firme, compacto. Hace tiempo que dejó pasar el tren de la grandeza mayúscula, esa que supo ostentar, casi, casi, al límite de Boca y River. Ya no provoca un miedo mayúsculo en sus rivales. Ni con la camiseta roja, la de toda la vida o esta, la oscura (paladar negro, como rúbrica), la exhibida en Jujuy, Independiente es un equipo del montón. No conmueve ni por su rica historia, ni por su sube y baja del presente.
Justamente, Marcone se refería días atrás al gusto popular histórico: “Independiente tiene que recuperar el paladar negro y el estilo de juego que tuvo toda su vida. Es el fútbol que a mí me gusta jugar. Sabemos que cuesta y lleva tiempo, pero hay que recuperar la identidad del pasado”. Eduardo Domínguez no representa esa estirpe y los jugadores que integran el plantel, mucho menos. En todo caso, lo que debe Independiente es aferrarse a una idea (buena o mala, pero suya) y, a partir de allí, construir el futuro.
En el mientras tanto, está más pendiente por los refuerzos (no llega Aliendro, se puede ir Poblete, ¿Cauteruccio, Chucky Ferreyra?), que por su propio camino. La identidad, por ahora, es una moneda al aire. “Nosotros nos tenemos que preocupar, priorizar, focalizar y mejorar todo este tema. Porque si seguimos de la misma manera, estamos parados en el mismo lugar y quiere decir que no estamos avanzando y nosotros debemos avanzar”, decía el entrenador. Tal vez, tenga razón: para pelear a lo grande, Independiente debe reforzarse. El problema es que la pelota sigue corriendo, no ofrece respiros. De la Copa Argentina a la Liga Profesional, sin pausas.
En varios tramos del espectáculo, Atlético Tucumán, conducido por Lucas Pusineri, uno de los tantos entrenadores que sufrieron el contexto rojo, dominó a voluntad. Casi sin proponérselo, casi sin la pelota. Independiente era la representación del desorden, con Leandro Fernández como símbolo: tan voluntarioso como irresoluto.
La expulsión de Thaller animó tímidamente a Independiente, que con un intérprete más y los ingresos de Cazares y Marcone tuvo mayor presencia, pero sin profundidad ni puntería. Independiente es una formación tibia, propia de la medianía del fútbol argentino.
Es tan volátil Independiente, que cuando debió dar el zarpazo, lo salvó Sosa, su arquero, con un par de intervenciones con estilo. Lo bueno es que se rompió el espectáculo en los últimos 20 minutos: cualquier cosa podía pasar. Hasta que luego de una serie de rebotes, Cazares acertó al arco. Y ganó... ahí nomás. No le sobra nada.
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