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Copa América. Lionel Messi, el hilo conductor cuando hubo que trabajar duro por la clasificación y en el recreo con goleada a Bolivia
Por su voluntad para jugar siempre, es el único del plantel que completó los cuatro partidos; tan decisivo en los desarrollos ásperos como líder de la formación alternativa; llega en muy buena forma para enfrentar a Ecuador por los cuartos de final
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Si se tiene en cuenta que lo que viene de la Copa América es la etapa decisiva, con una hipotética final ante Brasil, el de anoche fue un partido fuera de catálogo para la Argentina. Un recreo en medio de exámenes anteriores que aprobó con lo justo. Ni volverá a tener una formación inicial como la que goleó a Bolivia ni se volverá a cruzar con un rival tan permeable. Los que son titulares en la consideración de Lionel Scaloni ya habían hecho el trabajo arduo de la clasificación contra oponentes de más envergadura. Esta alineación de recambio, diseñada para que algunos descansaran y otros no se expusieran al riesgo de una segunda tarjeta amarilla, aportó lo que faltaba: una victoria amplia, desahogada, por una diferencia infrecuente desde hace bastante tiempo.
Scaloni estaba en su salsa. Agitar las formaciones, poner y sacar fichas, ya sea por motivos fundados o porque en estos primeros compases de su carrera quiere dejar la marca de entrenador intervencionista. Con excepción de los arqueros Marchesín y Musso, ya le dio minutos todos los jugadores del plantel durante la Copa América. Sus atribuciones tienen un límite: Lionel Messi, que sin ser director técnico es el dueño del equipo. El capitán no consulta a su físico, sino que solo atiende a sus ganas y voluntad. En Brasil descansó Neymar en la última fecha y anoche Luis Suárez fue al banco en Uruguay. Messi no negocia ni regala minutos.
El resumen de Argentina 4 - Bolivia 1
Ese patrón de conducta lo empuja a Messi a querer estar siempre, en los partidos importantes y en los que no tienen mucho más valor que el de completar el calendario, como el de anoche. Por mero acto de presencia, jugar contra Bolivia le significaba quedarse en exclusividad con el récord de partidos en el seleccionado argentino: su cuenta llegó a 148, uno más que Javier Mascherano.
La ocasión también era propicia para que Messi dejara detalles de su clase sin igual. La asistencia en el primer gol fue uno de esos fogonazos de genio que nunca dejan de sorprender. Sus últimos goles con la camiseta nacional tenían una dependencia de la pelota detenida: acumulaba siete festejos, incluido el penal por un leve toque de Bejarano a Papu Gómez, entre tiros libres y penales.
Con el resultado a favor y sin más presión para la Argentina que la de redondear una producción para gustarse y convencer a descreídos, Messi encontró el escenario para que su gol fuera una consecuencia del juego asociado. En esos casos, su rúbrica es inimitable. El Kun Agüero había estado impreciso en un par de definiciones y no siempre se metía a tiempo en las jugadas, pero lo vio a su amigo trazar una diagonal a espaldas de unos zagueros que achicaban y hacia allí fue su asistencia, al encuentro del toque de Messi por encima de Lampe. Desde el encuentro frente a Nigeria, por la etapa de grupos del Mundial 2018, que no convertía de jugada. Una pequeña deuda entre sus múltiples acreencias.
La Argentina ratificó sus antecedentes de equipo que entra fresco y decidido a tomar las riendas del partido. El atrevimiento y la ambición guían normalmente sus primeros pasos, se planta para imponer condiciones. También es una manera de demostrarle autoridad al rival de turno. Esa tendencia se hacía más previsible ante Bolivia, el seleccionado del continente más débil, el único de los diez participantes que pasó por Brasil sin rescatar un punto. Por historia y contextura, Bolivia tampoco es la clase de oponente que trata de encubrir sus limitaciones desde el rigor físico o el juego desleal. Desde la inferioridad asumida es respetuoso del fútbol.
Exigido a fondo por Uruguay en la fecha anterior, el arquero Lampe tuvo que activarse desde los dos minutos, cuando hizo una doble tapada ante Agüero y Correa, tras un desborde de Papu Gómez. La amenaza se concretó en gol tres minutos más tarde, tras una maniobra que comenzó Palacios, continuó en Correa y se transformó en fantasía con la asistencia que empaló Messi para el Papu, que definió de aire con un zurdazo. La formación alternativa avisaba que podía sincronizar y entenderse con naturalidad.
Dominó con comodidad, a gusto, ante una Bolivia tierna, con poco hueso. Todo dependía de la capacidad de la Argentina para mover la pelota con vivacidad y asociarse en campo rival.
En la suplencia de Franco Armani, quizá nunca se sepa con exactitud cuánto se debió al Covid-19 que se contagió y cuánto a las ganas de Scaloni de confiarle el arco a Dibu Martínez, pero quedaba claro que la de Bolivia no era la exigencia que lo devolvería a la titularidad en un futuro. Recién a los 38 minutos tuvo que estirarse para desviar un remate de Chura.
Como el encuentro tenía una sola dirección, sorprendió el descuento de Bolivia, luego de un desborde por el sector de Acuña y el furioso remate de frente de Saavedra. Enseguida, Agüero fue reemplazado y salió con cara de que lo hecho no le alcanzaba para discutirle la titularidad a su reemplazante Lautaro Martínez, que en la segunda pelota que tocó cortó la sequía personal de cinco partidos sin anotar.
Avanzada la goleada, Scaloni incluyó a un par jugadores, Paredes y Lo Celso, que se presume que serán titulares frente a Ecuador. Más allá de alguna caída de tensión, la Argentina nunca sobró el partido, lo disputó con seriedad. Procuró ser contundente sin distraerse en ornamentaciones innecesarias. Pudo haber goleado por una diferencia mayor de haber ajustado un poco más el remate final.
En el estadio Arena Pantanal, la Argentina hizo pie, tuvo claro el rumbo. Una floja Bolivia permitió la continuidad en el juego y el rendimiento estable que faltaron en partidos anteriores. A veces con el trazo torcido, el seleccionado hizo los deberes en su grupo. Lo de Bolivia fue un recreo aprovechado para llegar despejado a exámenes más exigentes.
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