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Confesiones de Javier Saviola, el gitano del fútbol: a quién ve como su hermano, el DT que admira y el que lo hizo sufrir
La entrevista se llena de nombres propios. Jugó con Xavi, Iniesta, Ronaldinho, Rivaldo, Kluivert, Luis Enrique, Overmars, Puyol, Deco, Frank de Boer, Edgard Davis, Giuly, Eto’o, Casillas, Patrice Evra, Maicon, Thuram, Cannavaro, Víctor Valdes, Robinho, Guti, Raúl, Dani Alves, Robben, Van Nistelrooy, Sneijder, Sergio Ramos, Marcelo, Isco, Lugano… "Cada uno tiene su manera de entender la vida, pero algo los une: son muy competitivos. De otra manera ninguno hubiese alcanzado la dimensión que tuvo. Y son muy profesionales", reflexiona Javier Saviola. ¿Tan profesionales como para que esos vestuarios sean sanos, pese al cruce de egos? "En un gran porcentaje, sí. También te podés encontrar con jugadores que no se identifican con el grupo, que son más solitarios o más egoístas. En esas ocasiones interviene el capitán, o directamente el club. Yo siempre traté de entender a todos, pero optaba por irme para el lado que valía la pena. Yo vi gente que no se portó bien y el grupo la fue dejando de lado". Imposible no preguntarle por...
–¿Iniesta?
–Iniesta en un chico espectacular. Un pan de Dios. Empezamos casi juntos, yo con 19 años y él que tenía un par de años menos. Estábamos muy cerca, nos buscábamos generacionalmente por nuestras personalidades parecidas: calladitos, discretos, siempre preferimos el silencio.
–Como Germán Burgos, ¿no?
–Claaaro. Un tipo imprescindible en un equipo. Positivo. Cuando las cosas iban mal, él trataba de que todos estuviesen bien. El me puso ‘Conejito’… y casi me corta la carrera antes de empezar. Entrenábamos tercera contra la primera, y yo no lo conocía. Me habían dicho, ‘cuando enfrentés al 'Mono' pegale, aunque no tengas ángulo, pero no lo quieras gambetear’. Y no escuché; a los 16 años gambeteaba todo lo que me ponían adelante. Se la tiré larga, y él desde donde se había quedado saltó con las dos piernas, uhhhh, me quedé tirado convencido de que me había fracturado. Ni había debutado en primera todavía. ‘Hasta acá llegué, me rompió todo’, pensé. Zafé, y lo adoro a Germán.
–¿Ronaldinho?
–A Ronaldinho lo agarré en su mejor momento. Verlo era como ir al circo con 4 años, era como estar en Disney en primera fila. Daba un show constantemente. Lo mirabas y te preguntabas: ‘¿Pero esto que está haciendo es real?’ Tendría que habernos cobrado entrada hasta a nosotros, sus compañeros. A veces, volvíamos al vestuario y le decía: ‘Ronie, no es que no corrí, es que nunca me imaginé que de espalda me ibas a dar un pase para dejarme solo con el arquero’. Lo vi hacer cosas inexplicables.
–¿Nunca te cohibiste? Cómo estar a la altura…
–Partía de la sinceridad: no podías estar a su altura. Entonces, el desafío era acompañarlo lo mejor posible. Y con Messi ocurrió lo mismo: él va a un ritmo que no podés seguir. Messi es anormal porque hace 10 años que es el mejor. Ganar un Balón de Oro es tan, pero tan, tan difícil, y él lleva cinco y podrían ser más también. Messi compite contra sí mismo y creo que se motiva mirándose al espejo. Se debe decir, ‘hoy te gano’. Y cada día es mejor.
–¿La rivalidad con Cristiano le vino bien?
–A los dos les hizo muy bien, los obligó a superarse, a cuidarse del otro. Pero Leo es de otro planeta.
–Como jugador, ¿Luis Enrique ya era técnico?
–Sí, jugaba y dirigía. Hay tipos, como el ‘Cholo’ Simeone, Redondo o Xavi, que en la cancha ya ordenaban. Luis Enrique era así, y me han contado que Guardiola era igual.
–¿Van Gaal?
–Uhhh, muuy difícil, muy... con Román lo padecíamos. El quería que defendiéramos, y nosotros… imaginate. Y se enojaba mucho. Como técnico sabía muchísimo, de la escuela de Bielsa. Pero lo traicionaba el trato, los modos. Hay jugadores que pueden convivir con eso, y otros jugadores que se te cierran y olvidate. Y él chocaba mucho con eso.
–Te dirigió Deschamps, el DT campeón del mundo...
–Compartimos un lugar futbolísticamente extraño: Monaco. Vivís como un príncipe, pero falta contexto futbolístico: vas caminando al entrenamiento y jugás con 7 u 8 mil espectadores. Cero presión, y yo venía del Barça. Pero Deschamps fue muy inteligente, no me sorprende que haya llegado a ser campeón del mundo también como entrenador.
–¿Quién era Messi cuando llegaste a Barcelona ?
–Al llegar en 2001, el técnico Rexach me dijo que debía ir a ver a un chico argentino de La Masía. Tenía 12/13 años, zurdo, y decían que era distinto al resto. Uffff, era cierto, pero no hubiera imaginado que se iba a convertir en uno de los mejores de la historia. Nos saludamos y comenzamos una buena relación. Él se lesionó y entonces y yo le regalé una camiseta. Es muy agradecido Leo; cuando nos vemos, siento su aprecio. Quizás porque me acerqué y brindé cuando él era un nene desconocido. Cuando volví al club, en la segunda etapa, ya era Messi. Y todavía iba a crecer más. Hoy nos escribimos de vez en cuando, hay una linda amistad. Somos parecidos, introvertidos y no nos molestamos.
–¿Qué aprendiste al hacer el curso de entrenador? ¿Hay algo que no sepa el exfutbolista?
–Yo aprendí muchísimo. Y no solo en lo futbolístico, porque teníamos 12 materias. Tenía que estudiar y rendir exámenes, volví a la escuela. Fue un curso impresionante, con mil enseñanzas que nunca me hubiese imaginado. En el mundo del fútbol, muchos te dicen: ‘Vos ya sos técnico por el solo hecho de haber jugado’. Y no, al contrario. Con eso no alcanza. Hay que saber llevar a un grupo, a 11 tipos que van a jugar y otros 11 que se van a enojar. Tuve materias como tecnología y fútbol, donde me enseñaron a editar videos; materias como ética deportiva; como psicología; tres ramas diferentes relacionadas con la medicina, desde traumatología hasta nutrición… Nunca me lo hubiese imaginado. Pero lo más importante fue que me ayudaron a entender por qué esas materias eran importantes. Me ayudó tanto que hasta lo aplico en la vida cotidiana. Me descubro volcando con mis hijos, por ejemplo, cosas que aprendí en el curso que hice en Madrid.
–¿Qué lugar le das a la gestión de grupo?
–El máximo. El técnico que no es cercano, intuitivo, que no encuentra los modos de llegarle al jugador…, está en problemas. Antes quizá si se podía, hoy no. En la época de Ramón Díaz, por ejemplo, solo estaba el técnico, el ayudante y el preparador físico. Nadie más. Pateaba Ramón en zapatillas y nosotros veíamos como la clavaba en el ángulo que quería, era impresionante. Y con la comida lo mismo: comíamos asados antes de los partidos o íbamos al cine y comíamos comida chatarra todo el tiempo. El fútbol cambió, evolucionó; hoy es imprescindible tener un psicólogo deportivo. Al menos, esa es mi forma de pensar; hay gente que se sigue cerrando. Yo lo viví en mi última etapa deportiva en River, por ejemplo, con Sandra [se refiere a Sandra Rossi, especialista en neurociencia]. Ella te mantenía mentalizado con los juegos, con el iPad, con las luces que evalúan tu concentración, tu reacción… Hoy conducir significa interactuar con muchas áreas.
–¿Qué entrenador será Saviola?
–De todos se aprende. De los entrenadores también se aprende cómo no querés ser. Hasta del que menos te hizo jugar, también aprendés. Desde Bielsa y Pekerman hasta Jorge Jesús, en Benfica. Con Bielsa aprendí segundo tras segundo, daba cátedra. Y yo disfrutaba de su filosofía y de su pasión. Él está en lo más alto, no hubo ninguno como él. Pekerman también fue importante en mi vida, le guardo un gran aprecio, él supo acompañarme en un momento difícil de mi vida: cuando mi papá estaba enfermo. José hizo de técnico y padre, me contuvo mucho. Se lo agradeceré de por vida. Yo seré un técnico pendiente del protagonismo de mi equipo y no del rival para adecuar mi planteo.
–Y Bielsa no te llevó a la Copa de 2002 y Pekerman te quitó la titularidad durante el Mundial 2006, cuando estabas haciendo un gran torneo…
–No tiene nada que ver. Un entrenador te puede valorar más o menos, te puede poner en el último minuto y vos lo mandás a cagar, pero hay cosas más valiosas. Están los hombres delante de los entrenadores. A los dos solo puedo agradecerles. Vos te das cuenta quién hace las cosas de mala fe y quién simplemente elige y toma decisiones.
–¿Cómo te gustaría comenzar tu carrera de técnico?
–Me gustaría empezar como segundo entrenador e ir adquiriendo conocimientos de un técnico con experiencia. Arrancar de a poco. Y el trabajo con las divisiones inferiores también me gusta mucho, yo empecé a los 5 años en el baby fútbol de Parque Chas, con Gabriel Rodríguez, mi gran maestro. Por mi forma de ser, me descubro más cercano al trabajo con los chicos que con un grande, pero si me tengo que meter con ellos, también lo haré sin problemas.
–¿Y dónde? ¿Argentina puede ser una opción?
–Sí, también. Me acostumbré, por la vida que tuve, a andar de un lado para el otro. Desde los 19 años anduve por diez u once ciudades en los últimos 20 años. Incluso, me costaría quedarme a vivir en un lugar. Soy medio gitano… todavía no encontré mi lugar en el mundo. Pero me encanta, me encanta conocer todo el tiempo algo nuevo. Es cierto que ahora, con los chicos, lo pienso un poquito más porque no los puedo andar moviendo todo el tiempo con los colegios. Pero ellos y mi mujer se están criando como yo, no nos cuesta adaptarnos a una ciudad, a su gente, a sus hábitos.
–¿También te acostumbrarías a nuestros piquetes?
–…Está claro que me acostumbré a la vida europea. A que mis hijos estén seguros, a que vayan al colegio y tengan clases. Hablo con mis amigos en la Argentina y me cuentan que siempre hay alguna trabita: que las huelgas, los piquetes... Cuando venís, notás a la gente un poco nerviosa por todo lo que está pasando. Cuando en 2015 volví a River me costó un poquito, pero si tuviese que venirme no tendría problema. Si el proyecto laboral me entusiasma, lo pensaré. No importa si me llaman de China o de la Argentina.
–¿Y por qué vivís en Andorra?
–Llevamos tres años. Después de terminar mi contrato con River, quedé como en el aire. Lo primero que pensé fue en radicarme en un lugar tranquilo, y como mi abogado estaba allá... fuimos. Es cierto que me busqué el lugar más tranquilo del planeta. Y le tomamos cariño. Para la familia es excelente, es el segundo país más seguro del mundo, su bienestar es total. Tendrías que ver como la policía trata a la gente en las calles, son pura educación. El idioma es el catalán, pero está lleno de argentinos por el turismo con los centros de esquí. El país recibe 9 millones de turistas al año. Es un punto neurálgico, está cerca de todo en Europa, Barcelona solo nos queda a 180 kilómetros. Es ideal.
–¿Quién vio al mejor Saviola?
–Y…, quizá muchos te digan que el mejor fue el de Parque Chas. Profesionalmente, creo que el de 99, en River, cuando salimos campeones y fui goleador… Peleamos con Palermo hasta la última fecha para ver quién era el goleador. Imaginate: yo tenía 17 años y disputar con Martín me incentivaba más. Después, cuando salimos campeones con el Sub 20 fue muy especial también, por ese grupo de jugadores y porque estaba viviendo un momento durísimo con la enfermedad de mi papá. Me motivaba diciéndome que debía regalarle felicidad a mi viejo en los últimos momentos de su vida. Y los tres primeros años en Barcelona también fueron fantásticos, especialmente el primero, aunque justo me tocó atravesar el peor instante de mi vida porque murió mi papá. Creo que mi inmadurez me permitió superar ese momento. Sí: no terminar de darme cuenta que estaba nada menos que en el Barça. Estábamos solos con mi mamá, y ella estaba peor que yo… Un día me dije: ‘Estás en el pico de tu carrera, en el club soñado.., tengo que rendir, no puedo quebrarme’. Yo usaba los entrenamientos y los partidos como un escape; después, llegaba a casa y se me venía el mundo encima. Gracias que lo tuve a Xavi…, un hermano. Fue increíble todo lo que él hizo por mí.
–¿Y la selección qué fue en tu vida?
–Una distinción. Especialmente un momento: los Juegos Olímpicos de Atenas. Una experiencia increíble porque Bielsa quiso que viviéramos en la Villa y siempre le estaré agradecido. Comíamos al lado de Rafa Nadal o junto con el seleccionado de voleibol de Suecia. Los futbolistas nos creemos en otra dimensión, y además, no nos dejan hacer nada: te mandan el auto, te consiguen la casa, te buscan colegio… te resuelven todo. Y uno lo acepta. En Atenas íbamos con nuestras bandejitas a comer, nos subíamos al colectivo… Fue único. Ahí me sentí un deportista de verdad.
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