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Con Grondona, esto no pasaba
Sergio Marchi tiene ante la cámara la única cara que le conocemos: la de la indignación. Un pueblo de micrófonos lo rodea. Atrás suyo, el frente de un edificio. De fondo se oye la suciedad de la calle, y él dice: “El convenio no se ha cumplido y los futbolistas no han cobrado, así que el fútbol no empezará”. Y amplía: “Lo que se ha hecho en los últimos diez años con el fútbol argentino ha sido una administración desastrosa, una irresponsabilidad total”. Y agrega: “Ha llegado la hora de cambiar”. Ha llegado la hora de cambiar, sentencia Marchi en julio de 2001, mientras la AFA prometió cancelar una deuda de 32 millones de dólares que tienen los clubes y todavía no cumplió. El Apertura que congrega al Boca de Bianchi, al River de Ramón Díaz, al Racing de Merlo y al San Lorenzo de Pellegrini no empezará cuando se debe. El fútbol, con Julio Grondona , tampoco empieza. El fútbol, ese adicto a la argentinidad.
Los dirigentes, entrenadores y comunicadores que entienden que esto con Grondona no pasaba acaso se olvidan de dos cosas: que con él pasaron cosas peores y que el presente siempre ha sido atroz. A Messi lo suspenden por cuatro fechas en las Eliminatorias, la AFA apela y todavía no se sabe qué sucederá. Esto –sin Grondona– ahora. Hace 23 años, a Maradona lo suspenden de un Mundial por un doping y –con Grondona– no hay informe, no hay dique, no hay apelación. “Grondona lo entregó”, le aseguró Fernando Signorini, preparador físico del poeta, a El Equipo, la web de la escuela DeporTEA. Grondona, o sea: el ahijado político del entonces presidente de la FIFA, el brasileño Joao Havelange.
“Con él, el Boca-River del gas pimienta se hubiera terminado: ése era el peso específico que tenía Grondona”, lo añoró Daniel Angelici, mano a mano con Fox Sports. Bueno: eso es verdad, ahí tiene razón; acaso fuera el mismo peso específico con el que en mayo de 2002 se cayó el alambrado de una popular como una ola monstruosa, con decenas de hinchas arriba y miles de hinchas abajo, a minutos de que terminara la revancha de la final del Reducido de la B Nacional. Héctor Baldassi era el árbitro. Al lado suyo, el veedor de la AFA charlaba por celular. Baldassi le dijo: “Esto se tiene que suspender”. El veedor le puso el celular adelante de su cara: “No hay problema. Es Grondona. Tomá, hablá. Decíselo vos”. El partido siguió –como el Boca-River hubiera seguido– y el 1-1 galardonó a Arsenal con el ascenso a Primera División. El rival, Gimnasia y Esgrima de Concepción del Uruguay, se mandó después un gag fabuloso: envió una protesta a la AFA.
“Hay cosas que son parte del reglamento y tenemos que acostumbrarnos a respetarlo”, completó Angelici en la entrevista. Y en eso también tenía razón.
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