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Cómo Boca usó la derrota de River para ganar el partido
Entre las innumerables diferencias que existen y se acrecientan entre el fútbol europeo y el sudamericano, una en particular se pone de manifiesto a esta altura, cuando promedian las semifinales de la Libertadores. Mientras en Europa, a medida que avanza el certamen y los equipos más destacados siguen en carrera, se vuelve más atractivo el fútbol que se despliega, aquí ocurre todo lo contrario. Seis meses atrás, las semifinales de la Champions –las series Bayern Munich-Real Madrid y Liverpool-Roma, en partidos de ida y vuelta- produjeron momentos de alta emoción y 20 goles. Los dos partidos de ida de las semifinales de esta Copa Libertadores produjeron apenas tres tantos y, aunque el segundo gol de Darío Benedetto mereció el aplauso, la diferencia es notable para los que aprecian el fútbol desde una perspectiva independiente. Se rumoreó que anoche, como en la víspera en el Monumental, había al menos seis enviados de clubes europeos. No se entendió muy bien qué venían a buscar.
En el ámbito de la Conmebol, con equipos que no le hacen asco al combate, se torna demasiado evidente la existencia de dos pulsiones simultáneas: la necesidad de ganar y el miedo a perder. Boca lo experimentó claramente anoche: la Bombonera le reclamaba el triunfo pero el recuerdo de lo que había sucedido la noche anterior con River le sugería recaudos, cautela. No quedar expuesto a un cachetazo en el hogar.
Boca arrancó jugando anoche como sin urgencias. Estaba claro que la derrota de River le había dejado una lección. A diferencia de su eterno rival, el conjunto de Barros Schelotto dispuso situaciones claras de gol a lo largo de todo el partido, aún mucho antes que Benedetto sacudiera la modorra del resultado.
Pero durante todo el primer tiempo jugó como vestido con ropa de visitante, como para ponerse a cubierto de cualquiera de esas pocas transiciones con las que el equipo de Scolari pretendió usufructuar a sus tres delanteros. En el balance, Palmeiras fue mucho menos partisano que Gremio y dejó jugar más. Sin embargo, sometido a esa tensión latente, el conjunto auriazul no aceleró.
Durante el primer periodo, más que verticales, lo que Boca montaba eran ataques aerotransportados. La pelota nunca caía en ese terreno fértil entre la última línea y el arquero rival, que Ábila sabe explotar a base de físico. ¿De qué sirve disponer de tres delanteros sin un playmaker definido? Para alivio de los Mellizos, Benedetto consiguió suplir esa deficiencia.
Podrá decirse ahora que la de Boca fue una victoria estratégica, como si sus conductores hubieran planeado de antemano alejar los temores de su propio arco durante los primeros 80 minutos para rematar el partido en los últimos diez. Es discutible. Lo que sí es cierto es que el conjunto de la Ribera actuó con un resultado puesto. El 0-1 de River pesó tanto en la noche de la Bombonera como la propia, disimulada, ambición boquense.
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