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Colón, el espíritu colectivo de un campeón que va de la mano con la evolución del fútbol
El equipo santafesino mostró que si el libreto es claro y la postura no se modifica se puede reemplazar jugadores manteniendo la estructura de las ideas y sin perder el estilo; Eduardo Domínguez, en un rol clave
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Colón campeón, y es saludable que así sea. Son varios los motivos que convierten su título en una buena noticia. En primer lugar, porque llegó a la consagración por méritos propios, basado en su juego y su atrevimiento. Después, porque es un ejemplo muy válido para romper con una serie de axiomas y preconceptos instalados, porque resalta una manera de trabajar, y porque reivindica a un jugador, el Pulga Rodríguez, que lleva en sus genes la esencia del futbolista argentino.
Personalmente, siempre desconfío del técnico que adapta su plan de juego a lo que haga el adversario, incluso aunque sea circunstancial. Prefiero al entrenador que, más allá de consideraciones puntuales, intenta grabarle su sello a los equipos y sostenerlo en el tiempo. El equipo santafesino demostró que si el libreto es claro y la postura no se modifica se puede reemplazar jugadores –Colón debió hacerlo por lesiones, suspensiones o contagios de Covid-19–, manteniendo la estructura de las ideas y sin perder el estilo.
Pero además, ese libreto se adapta a los tiempos que corren en la evolución del juego. En la búsqueda de alternativas para lograr lo más complejo, fabricar los espacios que el rival quiere anular, el fútbol actual privilegia las relaciones que se dan en la cancha entre los jugadores por encima de los aspectos individuales, y en ese aspecto, el medio campo alcanza un estatus fundamental. En defensa o en ataque se puede lograr eficacia apoyándose en la especialidad de cada jugador. Pero las acciones sustanciales del juego, la elaboración y la recuperación, se definen en la mitad de la cancha. Es ahí donde el técnico decide cómo quiere jugar, y es ahí donde Colón tuvo los ingredientes para alcanzar el éxito.
En ese punto geográfico del campo son necesarios futbolistas inteligentes, capaces de pensar y tener criterio para que el fútbol transite con naturalidad. Como Federico Lértora, que sabe correr la cancha ahorrando kilómetros. O Rodrigo Aliendro, uno de los secretos del equipo porque cumple perfectamente con las dos funciones vitales y juega bien casi con disimulo. En la recuperación es aguerrido, toma como referencia al volante central para desplazarse y posicionarse por detrás de la línea de la pelota, y siempre lo hace de manera correcta. En la elaboración toca y llega, y tiene buenos recursos para asociarse.
A ellos se suma Cristian Bernardi, que a su movimiento constante le agrega habilidad para descubrir los recovecos vacíos que van generando sus compañeros a partir de las rotaciones y los desplazamientos; y Alexis Castro, uno de esos casos en los que un jugador encuentra su hogar. No siempre sucede, porque tiene que darse una serie de requisitos: la complicidad con los compañeros, la tranquilidad, el liderazgo y el estilo que impone el entrenador, el clima general alrededor del equipo. Pero cuando ocurre y uno se siente de verdad confortable -algo que evidentemente pasa con Castro en Colón-, el jugador explota y saca lo mejor de sí mismo.
Por supuesto, Eduardo Domínguez es el artífice de la obra, porque el trabajo artesanal de la construcción de un equipo siempre empieza por el pensamiento del entrenador. El fútbol de Colón demuestra, una vez más, que no es cierto que solo se puede aspirar a dominar los partidos e imponer un estilo propio si se cuenta con materia prima de primerísima calidad. La clave está en no estancarse, en ser activo en lugar de perezoso, en imaginar cómo se puede superar al rival a través de la pelota con los recursos que se tienen a mano, pero también alejándose de las ideas mezquinas.
Hay técnicos, también dentro de nuestro fútbol, que todavía conservan una mirada más esquemática del juego. Que se encomiendan a sus jugadores en la creencia de contar con un potencial individual de mayor categoría; que se aferran a un dibujo táctico o incluso que alteran las capacidades o funciones originales de algún futbolista, casi siempre por cautela defensiva. El fútbol de Colón los deja de algún modo en evidencia.
El talento del futbolista siempre va a estar presente, nadie llega a Primera División de casualidad, y ningún técnico le pide a un jugador que haga malabarismos ni virtuosismos que no están a su alcance. Pero entre sus obligaciones está la de perfeccionar a sus dirigidos y ofrecerles un armazón para que formen parte de la organización colectiva que le interesa proponer. Domínguez ha sabido hacerlo, y algunas actitudes suyas después de la semifinal y la final permiten suponer que tiene el carácter necesario para dar el salto a un equipo grande. En medio de los flashes supo correrse a un costado y cederle todo el protagonismo a sus jugadores. No es algo menor. En clubes con más presión se necesitan liderazgos más amigables y comprensivos. En ese gesto, el técnico de Colón mostró que entiende cómo se mueve este mundo. También lo hace al poner al equipo a jugar alrededor del Pulga Rodríguez.
A medida que un jugador va creciendo se va volviendo un poco más sabio pero también más dependiente de sus compañeros para poder expresar la sabiduría. Si su técnico, en lugar de exigirle que ponga en el campo el talento que conserva, le exige obligaciones y rigideces, su final de carrera será ingrato. El delantero tucumano encontró en Colón un equipo que lo cobija y un entrenador que le da plenos poderes para expresarse. El Pulga lo hace, disfruta en la cancha, y enseña que lo más valioso del fútbol no está en el pizarrón ni puede premeditarse. Por eso celebro que a esta altura de su trayectoria haya conseguido por fin la recompensa a tanto fútbol.
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