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Colo-Colo vs. Boca: cientos de infiltrados, sangre, trompadas, patadas y la odisea xeneize para dejar Chile, en aquella batalla de 1991
Hace 32 años, en la definición de una serie semifinal muy pareja, floreció lo peor de las artimañas de la Copa Libertadores: fotógrafos que no lo eran, provocaciones, agresiones y un plantel que se defendió como pudo
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“Esta es la máxima cobardía... Ustedes tienen que erradicar estas cosas, la agresión de ese señor del cuerpo técnico que luego huyó no tiene nombre. Eso es una vergüenza para el fútbol chileno; no el partido, que lo ganaron bien”. Oscar Washington Tabárez está desencajado. Su pómulo derecho sangra como consecuencia de un golpe que recibió de una cámara fotográfica. Pero ni eso le hace perder la cordura a la hora de hablar. De ofrecer un primer testimonio en medio de un clima caliente. Es 22 de mayo de 1991 y el triunfo de Colo-Colo sobre Boca por 3 a 1, que clasifica al conjunto trasandino a la final de la Copa Libertadores, será bautizado para siempre como “La batalla de Macul”, por la comuna chilena en donde está emplazado el estadio Monumental.
El Maestro uruguayo, DT de Boca desde comienzos de ese año, infería en su crítica que Colo-Colo era un gran equipo y no necesitaba de todo ese escándalo para ganar la serie. Es que después del 1 a 0 de la ida en la Bombonera (gol de Alfredo Graciani), el clima se enrareció de tal manera que daba la sensación de que en esa noche fría no había otro resultado posible que la clasificación del local a la final.
El plantel de Boca ya había sido recibido de la peor manera apenas pisó tierra chilena. La enemistad entre un país y otro tenía dos puntos claros y recientes. Pero ninguno tenía que ver con el deporte. El primero, la discusión política vinculada con la soberanía del canal Beagle y sus adyacencias, que recién tuvo un acuerdo pacífico en 1984, luego de la intervención del Papa Juan Pablo II. El otro, el apoyo de Chile a Inglaterra durante la guerra en las Islas Malvinas.
“Argentinos, maricones. Perdieron las Malvinas por cagones”, fue uno de los cánticos que se escucharon en el Aeropuerto. En medio de un clima muy denso, el equipo xeneize salió a jugar ante un estadio repleto. Cerca de 65.000 espectadores exultantes conformaron un escenario muy hostil.
En ese contexto, Boca salió a buscar la clasificación a la gran final. A defender el 1 a 0 de la ida y tratar de ampliar esa diferencia. Aquel es recordado como uno de los mejores equipos de la historia del club de la Ribera. El campeón sin corona. “Un equipo de hombres”, según graficó Enrique Hrabina.
De un lado, la letal dupla conformada por Diego Latorre y Gabriel Batistuta. Del otro, la jerarquía de Jaime Pizarro, Gabriel Mendoza, Patricio Yañez y el argentino Marcelo Barticciotto.
El primer tiempo fue muy intenso, y allí Boca pudo aguantar los embates del local para irse al descanso 0 a 0, gracias al gran trabajo del propio Navarro Montoya, y la entrega de futbolistas como Víctor Hugo Marchesini, Carlos Moya, Blas Giunta y Walter Pico.
Pero todo era anormal. No estaban las condiciones de seguridad mínimas para el conjunto visitante. De hecho, muchos particulares ubicados detrás del arco que defendía el Mono insultaba a los jugadores, los escupía e incluso tomaba de la camiseta a aquel que se encargase de realizar el saque de meta.
“Vos perdiste en las Malvinas, ahora vas a perder acá también, huevón”, le dijo alguien a Navarro Montoya cuando fue a buscar una pelota detrás de su arco.
En tanto, en el banco de suplentes, todo era insoportable: a Tabárez lo rodeaban fotógrafos que le disparaban el flash a los ojos, esperando su reacción. Uno de los que acompañó a Boca a ese viaje contó 14 reporteros gráficos solo en esa zona.
En la segunda mitad todo se complicó para el Xeneize. Aunque Colo-Colo recién pudo abrir el marcador a los 19 (Rubén Martínez) y ampliarlo dos minutos más tarde (Barticciotto). Lejos de achicarse, Boca siguió en partido. Al punto que logró descontar gracias a un cabezazo de Latorre.
La presión local tuvo premio, porque a los 37 minutos Rubén Martínez anotó el 3 a 1, hubo una nueva invasión de campo por parte de gente ajena al partido y todo se desmadró. Antonio Apud fue a buscar la pelota, porque alguien la había tomado del arco y la había escondido, y en lugar de entregársela le hacía burlas. De inmediato, alguien del cuerpo técnico chileno lo empujó al foso. El mediocampista tucumano cayó y comenzó a recibir golpes de dos civiles. Se defendió, aparecieron algunos compañeros y comenzó la hecatombe.
Hubo patadas, trompadas y corridas de los jugadores a los falsos reporteros gráficos y viceversa. Con la diferencia de que estos últimos se defendieron usando sus cámaras como boleadoras. Así fue que lastimaron a Tabárez en su pómulo derecho. El Maestro agarró la cámara y la destrozó.
Las postales fueron lamentables. En un costado, Navarro Montoya se peleaba con policías, que le arrimaron un perro que le mordió el glúteo izquierdo. En otro, Batistuta y Giunta corrían a otros fotógrafos. Marchesini se peleaba con gente que nada tenía que hacer en el campo. Hrabina, que estaba en el banco de suplentes, también se defendió a las patadas. Eran poco más de 20 que representaban a Boca contra cientos, además de los miles que, enardecidos, miraban todo detrás de un endeble alambrado.
Increíblemente, después de esa batalla que duró poco más de 11 minutos, el partido continuó. Pero el resultado no se modificó y Colo-Colo avanzó a la final, donde posteriormente se convirtió en el primer club chileno campeón de América.
Lo más insólito fue la explicación que dio uno de los veedores, el peruano Josué Grande (el otro fue el uruguayo Eugenio Figueredo): “El gran problema fue la gente que había adentro del campo de juego. No creo que en Chile haya tantos medios de información. Así no se puede volver a jugar un partido”. Cuando le preguntaron por qué no tomó alguna medida antes, respondió: “Pedí que sacaran a la gente, pero no me hicieron caso...”
“Fue un escándalo. Hubo situaciones que en la actualidad no se permiten. Hoy, ese partido no comenzaba”, le resumió Carlos Navarro Montoya a LA NACIÓN hace unos años. Y agregaba, entonces: “Pegados a la línea de cal había cerca de 70 fotógrafos con su correspondiente acreditación, cuando en Chile por esa época con suerte había tres medios gráficos, y cerca de 300 personas que nada tenían que hacer allí”.
El Mono no lo dice, pero es evidente que fueron varios los hinchas infiltrados, que solo accedieron al campo de juego para amedrentar al equipo visitante. Incluso, en cada centro activaban el flash de sus cámaras con el único objetivo de enceguecer al arquero. De hecho, entre los acreditados en el campo de juego había dos quinceañeras que estudiaban fotografía…
El recordado Alfredo Graciani recordaba en diálogo con la revista El Gráfico: “Cualquiera que tuviera una máquina con la que nosotros sacamos a nuestra familia, entraba. Te doy otro detalle: en Argentina los que alcanzan la pelota son pibes, acá tenían entre treinta y cuarenta años...”.
La máxima responsabilidad de lo ocurrido fue repartida entre Josué Grande, el veedor, que reconoció que el partido así no se podía jugar y no hizo nada por evitarlo. Y lo mismo le cabe al árbitro brasileño Renato Marsiglia, porque no hizo nada ante cada invasión de campo después de cada gol local. Pero lo concreto fue que Colo-Colo ganó 3 a 1 y avanzó a la final, mientras que Boca debió resignarse y sentirse estafado.
Minutos después de la medianoche, Boca pudo retirarse del estadio. Sin embargo, el micro que los transportó recién pudo dejarlos en el hotel poco antes de las 3, como consecuencia de los festejos de los hinchas en las calles chilenas. Los vidrios del ómnibus fueron apedreados y, por precaución, debieron ir a una comisaría.
Pero todavía la cosa no había terminado. Porque Boca quería irse de Chile lo antes posible, pero el jueves 23 por la mañana, el juez Sergio Brunert citó a declarar a Oscar Tabárez y a Blas Giunta para las 14, debido a las denuncias presentadas por dos medios locales: el diario “La Época” y por el Canal 9 “Megavisión”. El plantel se plantó y tomó la decisión de que se iban “todos o ninguno”, por lo que debieron esperar que DT y caudillo declaren.
Una vez más, parecía que todo terminaba y Boca volvía a Buenos Aires. Pero no. Porque el juez estableció que los incriminados debían pagar una fianza de casi 150 dólares y, lo más grave: una orden de arraigo que obligaba al Maestro y a Blas a quedarse en Chile por dos meses.
Al día siguiente debían declarar tres futbolistas más: Batistuta, Navarro Montoya y Hrabina. Pero el mayor temor era que se complicara la situación legal de los involucrados en la batalla y que aparezcan nuevas denuncias.
Entonces, hubo idas y vueltas a nivel dirigencial que tuvieron buena recepción en el ministro del Interior chileno Enrique Krauss, y finalmente Boca despegó de Chile el viernes después del mediodía.
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