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Colgaba banderas y después jugaba el partido: Federico Slezack, el futbolista que cumple el sueño del hincha y ayuda a comedores
Agosto de 2011: mientras todos sus compañeros reconocen la cancha y analizan si conviene utilizar tapones bajos o altos, Federico Slezack cuelga banderas en el alambrado; cuando finaliza su tarea, chequea que las cinco hayan quedado prolijas; luego, suspira y sonríe conforme.
Septiembre de 2013: la tarea del Nº 2 de Villa San Carlos no es para nada sencilla porque enfrente está Independiente, el club más poderoso de la B Nacional; debe custodiar de cerca a Facundo Parra y, de reojo, observar los movimientos de Daniel Montenegro y Matías Pisano.
Mayo de 2020: Slezack pasa por un par de comercios con la misión de juntar alimentos; cuando tiene todo lo necesario, se dirige al estadio; ahí lo espera un grupo de hinchas, prestos para cocinar; en cuanto la comida está lista, Federico oficia de deliveryman y sale rumbo al primer comedor.
Tres escenas, apenas, que bastan para retratar a Federico Slezack: el hincha-jugador que en momentos de cuarentena ayuda a quienes más lo necesitan.
A este fanático y defensor de Villa San Carlos, equipo de la B metropolitana, se puede describirlo de diferentes maneras. "Es el que cumplió el sueño de pasar del tablón a la cancha", dice para LA NACION Ezequiel Del Bueno, periodista de Revista Ascenso desde hace 18 años. "Es uno de los máximos ídolos de nuestra historia", asevera Diego Dimitroff, hincha del club de Berisso y una de las personas que más saben de la institución. "Es el que me llena de orgullo porque defiende la camiseta con el alma", afirma su amigo Santiago París. "Es un central muy completo y uno de los que marcan el camino dentro del plantel", detalla su compañero Gonzalo Raverta. Distintas semblanzas que se unen en un concepto: "Fede es buena gente". En eso coinciden los cuatro.
Tiene 35 años. Comenzó a jugar en la Villa a los cuatro, pasó por sus divisiones infantiles y juveniles, y en la primera no vistió otra camiseta. Las estadísticas avalan su carrera: 341 partidos, nueve goles y cuatro ascensos. Es hincha de San Carlos desde que nació. Un número alcanza para mostrar su sentimiento: tiene 16 banderas. Algunas son clásicas, como las que dicen "Pobre quien no sude de tu calor" y "Celeste como el cielo pero más grande".
Jugó 341 partidos en Villa San Carlos. Participó en las cuatro categorías del ascenso y consiguió 9 goles, entre ellos, el primero del club en la B Nacional.
–¿Te sentís más hincha o jugador?
–¡Hincha! Algunos dicen que soy el jugador-hincha, y para mí es al revés: el hincha-jugador. Amo a Villa San Carlos y esto es así desde antes de ser futbolista. Soy un simpatizante más desde lo sentimental, pero que tiene la suerte de jugar en la primera del club.
–¿Cómo era el ritual de colgar banderas siendo futbolista?
–Yo era el único que llegaba con dos bolsos: uno para la ropa y otro para las banderas. Un rato después, mientras mis compañeros reconocían el campo de juego, las colgaba desde la cancha. Era algo que disfrutaba.
–¿Por qué dejaste de hacerlo?
–Por un reto del Negro Rubén Agüero: "Vos sos jugador de fútbol y tenés que estar metido al 100 por ciento en el partido; dejá que a eso lo hagan los muchachos". Ahí terminé de entender cómo es esto de ser jugador profesional.
Obtuvo cuatro ascensos a lo largo de su trayectoria. Subió una vez a la C (2002), dos veces a la B metropolitana (2009 y 2019) y una vez a la B Nacional (2013).
–En la primera defendiste una sola camiseta. ¿Tuviste alguna chance de ir a otro club?
–Sí, una vez. Un técnico que había tenido me llamó para ir a San Telmo. Si bien en esa etapa yo estaba medio relegado en la Villa y sabía que si aceptaba iba a jugar más, agradecí y dije que no. Ni lo pensé porque era un equipo de la misma categoría y no habría podido enfrentarme con mi club. Si hubiese sido de otra categoría quizás lo consideraba, pero igual siempre me costó imaginarme en otro lugar.
–Ascendiste cuatro veces. ¿Qué representó cada logro?
–Participar en el ascenso de 2002 a la primera C fue cumplir con mi sueño de chiquito. El de 2009, a la B metropolitana, fue cumplir el sueño de todo hincha porque dimos la vuelta olímpica contra el clásico rival [Defensores de Cambaceres]. El de 2013, a la B Nacional, fue cumplir el sueño imposible; nunca había imaginado a la Villa tan arriba. El de 2019, otra vez a la B metro, fue devolver a San Carlos a la categoría que en mi opinión mejor le sienta.
–Saliste campeón de la D, de la C y de la B metropolitana y jugaste la única temporada de Villa San Carlos en la B Nacional. ¿Cómo describís cada categoría?
–Son diferentes, pero todas difíciles. La D es contacto y golpes permanentes; a los dos minutos de debutar ya tenía un codazo en la cara. La C es fricción, pelota por el aire y árbitros permisivos. La B metro combina dureza con jugadores talentosos. Y el de la B Nacional es un fútbol competitivo, parejo y con poco margen de error: donde uno se equivoca, no lo perdonan.
–En los últimos días se habló mucho de Tomás "Trinche" Carlovich, al que pocos vieron. ¿Te cruzaste con talentosos que para vos estuvieran como para más?
–Sí, con varios. En el ascenso hay muy buenos jugadores y algunos con los que me enfrenté para mí eran cracks. Ahora se me vienen a la cabeza tres enganches a los que era prácticamente imposible sacarles la pelota: Gerardo Martínez, de Deportivo Morón, Jorge Blanco, de Laferrère, y Cachete Ruiz, de Fénix. Y también me tocó marcar a excelentes delanteros, como el Dandy Neuspiller, Bazán Vera y Damián Akerman. Todos los que nombré trascendieron menos de lo que merecían.
–Para los que no pegaron el salto, ¿cómo es este presente sin competencia por tanto tiempo?
–Es un momento durísimo y de mucha incertidumbre, porque ya se está hablando de reducción de sueldos. El jugador del ascenso vive el día por día y no tiene una espalda como puede tenerla el futbolista de la primera A. El panorama es realmente complicado: un montón de contratos termina en junio y, si no va a haber competencia, es probable que los clubes no renueven todos los vínculos. Si llegan a sacar los descensos será peor todavía, porque los clubes achicarán más sus presupuestos.
Dieciséis banderas conforman su colección. Dos son clásicas: las que dicen Pobre quien no sude de tu calor y Celeste como el cielo pero más grande.
–Más allá de estas dificultades, ustedes tienen que tratar de mantenerse en forma. ¿De qué manera se entrenan?
–El profe nos manda la rutina y cada uno la adapta a su espacio y a los elementos que tiene en la casa. La mayoría no cuenta con lugar para correr y eso impacta en lo aeróbico; ni hablar de la parte futbolística. El entrenamiento es exigente y sirve como mantenimiento, pero está lejos del ideal. Está difícil para todos, y hay gente que la pasa mucho peor que yo.
–¿Por eso decidiste ayudar? ¿Cómo es tu colaboración con los comedores?
–Sí, somos varios los que aportamos un granito de arena. Pedimos donaciones de alimentos y artículos de limpieza, y llevamos lo que juntamos a la gente que más necesidades tiene. Conseguimos la comida, la cocinamos con algunos hinchas que colaboran y la llevamos a dos comedores. Ahora también estamos pidiendo abrigos, porque viene el invierno.
–Villa San Carlos te permitió ser hincha y futbolista, y hoy es el vehículo para canalizar tu solidaridad. ¿Qué implica para vos esta institución?
–Podría decir "mi casa", aunque algo material me suena a poco. Es mi vida, y su gente, mi familia.
Debutó en 2001, pero luego dejó y estuvo cierto tiempo sin jugar. "El fútbol no estaba dentro de sus convicciones. Al menos dentro de la cancha. Todavía la pulseada se disputaba entre ponerse los cortos o poner la bandera en las tribunas. Solo el tiempo iría a decidir", explica Martín Ortiz en su libro San Carlos de los milagros.
Y el tiempo decidió. Mientras no fue jugador ("el fútbol me había dejado a mí", confiesa entre risas) alentó desde la tribuna. Después volvió y durante varios años colgó banderas desde la cancha. Ahora, a los 35, es un futbolista profesional que en momentos de pandemia ayuda a los que menos tienen.
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