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Clubes grandes que descienden y amenazan con la quiebra, el resultado de un modelo de gestión que hace temblar al fútbol francés
Gastos por encima de los ingresos, derechos de televisación poco valiosos, ventas de figuras, empresas que abandonan a las entidad: algo no funciona en la Ligue 1
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Saint-Étienne ganó diez campeonatos franceses; Olympique, de Lyon, siete; Girondins, de Burdeos, 6; Lille, 5, entre ellos, el primero profesional, en 1932, y Sochaux-Montbéliard, 2. Entre los cinco suman 30 de los 72 coronas disputadas. Son equipos grandes, históricos, de una liga que, si bien siempre ha vivido a la sombra de la alemana, la inglesa, la italiana y la española, completa el quinteto de las más fuertes de Europa. Pero en los últimos tres años, estos clubes tienen otro punto en común: son la cara oculta de un modelo económico tambaleante que detrás del poderío ostentoso de Paris-Saint Germain esconde las penurias que padece la mayoría de las instituciones y que se traducen en deudas que ocasionan descensos y, en algunos casos, llegan a poner en duda su propia existencia.
Si bien venían incubándose desde tiempo atrás, en el nivel general los problemas más serios comenzaron a agravarse en diciembre de 2020, cuando el grupo Mediapro (español en su origen, pero asociado a un conglomerado chino) anunció el cierre de su canal de pago Telefoot, poseedor de los derechos de televisión de la Ligue 1, al mismo tiempo que dejaba de abonar dos cuotas de aquel año por un importe de 324 millones de euros. Para un negocio dependiente en un 50 por ciento de los ingresos televisivos, el desfalco abrió un agujero negro que vino a sumarse al descalabro que venía provocando el largo período de pandemia sin actividad o con fútbol pero sin público, es decir, sin venta de entradas.
Fue en esas fechas cuando Pierre Chaix, especialista en economía del deporte y profesor de la Universidad Pierre Mendès France, de Grenoble, empezó a alertar sobre el posible crash que sobrevolaba a varias instituciones del país. “Dependerá de la solidez económica de los dueños de cada club [en Francia todos ellos pertenecen a capitales privados] y de su capacidad para reducir los déficits aumentando capital”, decía en una entrevista publicada en la revista Pour l’Éco, aunque al mismo tiempo predecía que “las quiebras serán evitadas porque habrá quienes aprovecharán la oportunidad para adentrarse en el mundo del fútbol e invertir a bajo costo”. Apenas unos meses más tarde, el economista deportivo Jean-Pascal Gayant era aun más contundente al afirmar: “Si fuera un negocio normal, el fútbol francés estaría en quiebra”.
Desde entonces, cada verano van repitiéndose escenas de clubes que buscan con desesperación un salvavidas para no bajar sus persianas. El último, hace apenas un mes y medio, fue Sochaux, relegado a la categoría National (tercera) por primera vez en su historia al no presentar el presupuesto mínimo exigido para permanecer en la Ligue 2, en la que se encontraba desde 2014.
Fundado en 1928 por la familia Peugeot, el equipo auriazul cumplió con todo lo que predijo Chaix. Una semana después del descenso de 2014, Peugeot comunicó su desvinculación del club; en julio del año siguiente Sochaux fue adquirido por Ledus, la primera empresa china en adueñarse de un club europeo. En 2018, y ante los malos resultados, Ledus cedió la gestión deportiva al grupo español Baskonia-Alavés (dueño de Deportivo Alavés, y de Saski Baskonia en básquetbol), que se alejó apenas unos meses más tarde. Nenking, otro grupo chino, cuyos principales negocios están en el sector inmobiliario, compró el club en 2020, hasta que en julio pasado, amparado en la crisis que sufre ese rubro en China, rechazó el pedido de socorro de la entidad de saldar sus deudas y la dejó a la deriva.
La Dirección Nacional de Control de Gestión (DNCG), organismo encargado de vigilar las cuentas de los clubes, decidió hacer descender de categoría a Sochaux y darle un mes para que encontrara un nuevo dueño; en caso contrario, declararía en quiebra a la institución. Sobre la hora, una colecta entre hinchas y empresarios locales logró reunir el dinero necesario para garantizar al menos la supervivencia, y en la tercera categoría. Al club del este francés se le permitió postergar sus dos primeros partidos de la temporada; jugó los tres siguientes y cosechó dos derrotas y un triunfo.
Hace un año, el poderoso Girondins Bordeaux, cuya camiseta azul vistieron, entre otros, Alain Giresse, Jean Tigana y Zinédine Zidane, vivió una situación idéntica. En mayo de 2022, el conjunto bordelés descendió a la Ligue 2, pero un mes más tarde la DNCG decretó su caída a la National. La razón era su imposibilidad de hacer frente a una deuda de 52 millones de euros con King Street, compañía estadounidense de gestión de inversiones que había comprado el club en 2019 junto al fondo de inversión General American Capital Partners. Debido a los malos resultados, la no participación del equipo en competiciones europeas y las pérdidas económicas, la compañía decidió recuperar lo invertido y marcharse.
A última hora, Gérard López, un controvertido y polémico empresario luxemburgués de origen español, aportó el dinero necesario para evitar el que habría sido el segundo descenso administrativo en la historia de la entidad (sufrió el primero en 1991, con un déficit de 45 millones de euros). Su promesa de devolver al club a su posición entre los grandes se frustró en la penúltima fecha del campeonato 2022/2023 y Girondins se mantiene en la segunda categoría.
Lo curioso del caso fue que la plata utilizada por López para rescatar a Bordeaux provino de la venta de Lille, entidad de la que fue propietario entre 2017 y diciembre de 2020. Durante ese período, López contrató a Marcelo Bielsa como entrenador (su paso por el club se redujo a 13 partidos), destinó más de 80 millones de euros a transferencias, consiguió un subcampeonato en 2019 y tuvo que vender sus acciones debido a deudas por 123 millones de euros, que el nuevo dueño, el fondo de inversión luxemburgués Merlyn Partners, deberá pagar en los próximos años. El “prontuario” de López incluye otra víctima: en 2020 adquirió el belga Royal Mouscron, que quebró en 2022.
“Los clubes franceses tienen déficits estructurales macroeconómicos derivados del modelo de gestión”, señala un informe de la publicación Peuple-Vert basado en datos concretos. Así como el promedio de asistencia a los estadios ronda las 40.000 personas en Alemania, las 36.000 en Inglaterra y las 27.000 en España, en Francia apenas alcanza las 21.500. Y así como la Premier inglesa recibe 1582 millones de euros por la venta de sus derechos televisivos al extranjero, la Ligue 1 apenas recauda 80 millones por este concepto.
Peuple-Vert dedica su tarea a la actualidad de Saint-Étienne, otro gigante del fútbol nacional caído en desgracia. Allí brilló Michel Platini antes de irse a Juventus y fue ídolo Osvaldo Piazza en el equipo que alcanzó la final de la Copa de Europa en 1976 (derrota por 1 a 0 contra Bayern). Junto a Bordeaux, descendió a Ligue 2 en 2022 y temió caer a National durante buena parte de la última temporada. Su historial administrativo cuenta con menos tropiezos que el de Girondins y el de Sochaux, pero la tabla de salvación consistió en reducir de manera drástica la masa salarial, lo cual repercute en el rendimiento deportivo (está 15º en la tabla), la venta de entradas y los ingresos televisivos, un círculo vicioso del que no logra escapar.
Tampoco Olympique Lyonnais, dueño absoluto del campeonato francés en la primera década de este siglo y hasta la llegada de los qataríes a Paris Saint-Germain, está exento de problemas. Según declaró la DNCG en julio, “el club vive por encima de sus posibilidades”. Adquirido en diciembre pasado por el holding Eagle Football, que lidera John Textor (dueño también del brasileño Botafogo, el inglés Crystal Palace y el belga Molenbeek), afronta un reclamo del organismo que controla las finanzas de las entidades francesas: una garantía de funcionamiento de 60 millones de euros.
Lyon pretende conseguir ese dinero con la venta de su filial en Estados Unidos y de la rama femenina del club, máxima ganadora de la Champions League, con ocho cetros. También, por supuesto, con el método más utilizado por casi todas las instituciones para equilibrar sus balances: la continua transferencia de sus principales figuras, lo cual explica la amplia distribución de futbolistas franceses en los equipos de otros países europeos. En el reciente mercado, este Olympique se desprendió de Bradley Barcola (fue a PSG), Castello Lukeba (Leipzig) y Romain Faivre (Bournemouth) y dejó libre a Jérome Boateng, para reunir unos 90 millones de euros.
Sin embargo, y pese a todos estos obstáculos, los clubes no dejan de atraer inversores. La razón está en sus valores de mercado. “Todos, incluidos los más históricos, se comercializan a precios muy atractivos”, dicen Thierry Aballéa y Charles Aziere en un artículo publicado en enero en LawInSport, y comparan los 4850 millones de euros que Todd Boehly y el consorcio BlueCo depositaron para adquirir Chelsea con los 45 millones pagados por la compra del Olympique de Marsella en 2016; los 70 millones que pagó King Street por Girondins en 2018; los 100 millones invertidos por la empresa INEOS para quedarse con Nice en 2019 e incluso los 317 millones abonados por Textor para comprar al Lyon.
Justamente BlueCo ha sido el último en aterrizar en la Ligue 1. En junio pasado y por “apenas” 70 millones de euros se convirtió en nuevo dueño del Racing de Estrasburgo. “Menos que lo que paga el Chelsea por un jugador”, se quejaba con amargura un hincha que, como tantos otros, recibió con muchas dudas y bastante aprensión la llegada de los nuevos dueños. El conjunto alsaciano sumó siete refuerzos para esta temporada, todos, de entre 18 y 25 años, la edad ideal para explotar y ser revendidos para obtener ganancias económicas más allá de los éxitos deportivos. Habrá que esperar unos años para conocer el balance de su gestión, pero en principio se parece demasiado al modelo que está llevando a la ruina a muchos de los grandes clubes franceses.
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