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Chile 1973: el Estadio Nacional del dolor
“Nunca más transformar un estadio de fútbol en un campo de prisioneros político”. Vladimiro Mimica, gran relator de fútbol en los años ‘80, lo dice sentado en Escotilla 8, uno de los nueve sitios de memoria que funcionan dentro del Estadio Nacional de Santiago de Chile, la cárcel más grande que montó el dictador Augusto Pinochet, cuando hace cincuenta años derrocó al gobierno de Salvador Allende. A Mimica, hoy de 78 años, lo trasladaron luego a otros dos estadios, primero en Concepción, luego en Punta Arenas. Once estadios fueron parte de las 1200 cárceles secretas por las que pasaron víctimas del golpe de estado del 11 de setiembre de 1973. Hubo 3227 detenidos desaparecidos y asesinados, 28.000 torturados, y más de 200.000 exiliados.
El nazismo usó de cárcel al Velódromo de Invierno de París en la Francia de Vichy y al estadio Strahov en Praga. Y el franquismo a tres estadios centrales en Madrid: el Viejo Chamartin (Real Madrid), el Stadium Metropolitano (Atlético de Madrid) y el de Rayo Vallecano. El Estadio Nacional es el más emblemático. Una de las imágenes más potentes, en los actos de estas horas, eran rostros del millar de menores de 18 años que fueron encarcelados, 307 de los cuales asesinados. Está Gabriel Poblete, tres años. Niños que sufrieron tortura. Usados como señuelo para detener a sus padres. Además de Mimica, otro periodista notable encarcelado en el Estadio Nacional fue Alberto Gamboa, director de Clarín, ex cronista de deportes. Una tarde, las descargas eléctricas en su cuerpo desnudo en la “parrilla” terminaron cuando uno de los torturadores le dijo al otro que debía irse al cine. Su esposa lo esperaba para ver “El Padrino”.
“El día comienza con el baño y luego salen a tomar sol si está bonito”. El coronel Jorge Espinoza, a cargo del Estadio Naciona, se lo dice a los periodistas en un viejo video. En las tribunas, las víctimas gritaban “goooool” cuando el cortador de césped ingresaba a un arco. Cantaban a Nino Bravo (“Libre, como el sol cuando amanece yo soy libre”). Hasta que por los altoparlantes el suboficial Oziel Severino ordenaba quién de ellos debía bajar al “disco negro” para ser “interrogado”. Torturas aprendidas en Tejas Verdes, donde nació la temible DINA (la Dirección Nacional de Inteligencia dirigida por Manuel Contreras, señalado por la muerte de Sergio Tormen, 25 años, bicampeón nacional de ciclismo).
Violaciones a hombres, a niñas de 16 años, hasta perder la conciencia, forzadas a hacer actos sexuales con un perro, ratas que hundían sus garras, botellas, palos, eyaculaciones. “Destruir sus vaginas para que no pudieran reproducir comunistas”, cuenta Javier Rebolledo en su libro “El Despertar de los Cuervos”. Había además otra tortura, dice una víctima: “la tortura de la incertidumbre, ¿cuándo me llaman?, ¿cuándo moriré? ¿Viviré?”.
“Camarín de Mujeres” es otro de los nueve sitios de memoria del Estadio Nacional. Allí fueron trasladadas cerca de mil mujeres. “Putas”, les gritaban los torturadores. Iban al disco negro “con su puño en alto. Eran un gran ejemplo”, dice un testimonio en “Gol a la memoria: historia, pasión y muerte en el Estadio Nacional”, documental flamante de ADN. Un coro canta “Compañeeeeeras”. “La vida de una sola persona”, afirma Héctor Álvarez, sobreviviente del Estadio Nacional, “es un precio caro por un modelo que te permite comprar un auto en 36 cuotas”. Años de Chicago Boys, sin sindicatos. Chile debía enfrentar a la URSS por la clasificación al Mundial 74. Los inspectores de “la cómplice señora FIFA”, dice Alvarez, aprobaron el campo de juego del Estadio Nacional. No miraron abajo, donde había unos tres mil presos silenciados. El partido de ida (0-0, quince días después del golpe) fue en Moscú. Antes del viaje, Pinochet saludó a la selección. Carlos Caszely, estrella del equipo, se negó a darle la mano al dictador. En represalia, Olga, su madre, fue torturada. “¿De qué partido político soy?”, le dice hoy Caszely al colega Gustavo Veiga en Página 12: “Soy del partido del deportista con conciencia social”.
Otro de los jugadores, Nelson Vásquez, viajó a Moscú solo después de recibir garantías de que su padre, sindicalista, sería liberado. Fue distinto el caso del actor Roberto Parada, que mantuvo una función apenas después de enterarse de que su hijo José Manuel había sido asesinado y con su hija Soledad llorando en su asiento. Decenas fueron llegando al teatro para acompañarlo.
En el Estadio Nacional estaba también Hugo Lepe, Mundial 62, primer presidente del Sindicato de Futbolistas. Lo salvó al volver de Moscú Francisco “Chamaco” Valdés, capitán e ídolo. No hubo revancha ante la URSS porque “los comunistas se negaron a jugar” en el Estadio Nacional. “Muríó mi chica, murió mi chico, desaparecieron todos”, leen hoy allí un poema de Raúl Zurita, en el sector “Camino de la Memoria”, trayecto que cumplían las víctimas antes de la tortura. Son tiempos complejos. De discursos que justifican el golpe. Vuelvo al documental de ADN. El periodista Mimica enumera los “Nunca Más”. Nunca más a las dictaduras, a la tortura, a los desaparecidos, al exilio. Y nunca más, dice Mimica, a un estadio de fútbol usado como campo de concentración.
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