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Chelsea campeón de la Champions League: el plan ganador de Tuchel estuvo en que eligió atacar a Guardiola con dos 9 de alma
Mientras el Manchester City dejó en el banco a Agüero y Gabriel Jesús, el DT alemán apostó por la sociedad entre Timo Werner y Kai Havertz; a veces un detalle define un partido (y un título)
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La final de la Champions League entregó, desde el aspecto táctico, más allá de un duelo de sistemas (el 4-3-3 vs. el 5-4-1), una diferencia a la hora de encarar, desde las características, el reparto de roles entre unos y otros. Mientras Pep Guardiola eligió mantener el esquema con un ‘falso 9’ en Manchester City; es decir, con ningún futbolista especialista en la materia aunque con las responsabilidades de que todos “ataquen el espacio” llegando desde atrás, Thomas Tuchel –en Chelsea- salió a jugar con dos N° 9: Timo Werner (1m80) y Kai Havertz (1m86). Chelsea es el nuevo campeón, ganó 1-0, pero antes del resultado hubo un camino, una búsqueda.
La principal referencia ofensiva fue Werner, pero se fueron turnando para cumplir ese rol. Porque ambos pueden jugar por afuera pero, sobre todo, tienen alma de 9. El mejor ejemplo fue la jugada del 1-0 que Havertz terminó convirtiendo en el primer tiempo tras una gran habilitación de Mount, con perfil invertido: bola lisa, directa y veloz desde la izquierda al centro de la medialuna para gambetear al arquero y definir como 9. Havertz suele jugar más bien por afuera, pero en su ADN está el gol, la potencia y el convencimiento para finalizar las jugadas como si fuera el 9 principal. En el City se vio todo lo contrario. Con Sergio Agüero y Gabriel Jesús en el banco, Guardiola ubicó a De Bruyne como falso 9 y se la jugó con el ingreso de Raheem Sterling, aunque el inglés se movió más como extremo izquierdo.
La definición de goleador de Havertz
Muchas veces, jugar sin un 9 de alma, sin un jugador que olfatee el destino (y el gol) incluso cuando tiene 20 piernas por delante que le indican que sólo tiene un 1% de posibilidades de que el balón le llegue, puede resultar contraproducente. Sobre todo en desarrollos parejos, donde los detalles cuentan y definen partidos. El mejor ‘contra-ejemplo’ de lo que le sucedió al City se vio a los 29 minutos del primer tiempo: el lateral derecho Walker desbordó por la derecha y metió un centro atrás envenenado al punto penal, pero nadie de sus compañeros confió en que esa jugada iba a prosperar. Sin embargo, Walker ganó muy bien y pudo haber sido la ventaja para el Manchester City si… Riyad Mahrez hubiera ‘confiado’ en que su compañero iba a ganar. O hubiera estado convencido ‘como todo 9 de ley’ de que la pelota le iba a llegar.
Martín Palermo, el máximo goleador en la historia de Boca, hizo muchos goles impensados por la mayoría del estadio y de sus propios compañeros, menos por él. Porque él siempre pensó que la pelota le iba a llegar. No miraba quién tiraba el centro o quién lo estaba marcando. La pelota le iba a llegar y él iba a ganar. Por eso hasta hizo un gol con los ligamentos de la rodilla rotos. Por eso Carlos Bianchi, rápidamente, lo apodó “el optimista del gol”. Si Mahrez hubiera tenido, aunque sea, la mitad del olfato de Palermo, su jugada habría terminado en gol.
Timo Werner fue el delantero que más chances tuvo en la final en Portugal, pero ahí no careció de olfato y llegó a impactar las pelotas como todo 9 voluntarioso y decidido. Pero lo que le faltó al alemán fue confianza. Llegó a esta final sabiendo que estaba en deuda todavía con los hinchas de Chelsea. Quizás se atolondró en una definición, se apuró o resolvió de manera imprecisa en otra, pero jamás dejó de pensar que las pelotas le iban a llegar. Y si le llegaron fue porque los compañeros lo buscaron y (también) porque él las buscó, las atacó.
Comentaba Miguel Simón, en la transmisión de ESPN 2, que Timo Werner le había pedido a Tuchel quedarse a trabajar tiempo extra después de cada entrenamiento de Chelsea para mejorar la definición. Pero el entrenador le dijo “no”. Y el argumento fue el siguiente: “convertiste toda tu vida, siempre hiciste goles. Es cuestión de que te desbloquees, que te tranquilices que el gol va a llegar”. En la final siguió bloqueado en ese sentido, pero nunca dejó de empujar, de buscar, de pensar como 9.
En segundo tiempo, con la soga del resultado subiendo al cuello, Guardiola dispuso de los ingresos de dos N° 9. Primero Gabriel Jesús (en lugar del lesionado Kevin De Bruyne) y luego Sergio Agüero (por Sterling). Se modificó la estructura y una cantidad más normal de volantes empezó a buscar más con envíos al área (hasta un par de veces Gabriel Jesús buscó pivotear para el Kun tras recibir un pelotazo largo), pero fue tarde. No porque no quedara tiempo, sino porque ya era un acto desesperado en busca de la igualdad, no un plan lleno de convencimiento de parte de Pep y sus ejecutantes. La final de la Champions la ganó el DT que puso a jugadores con alma de 9. Ellos, los centrodelanteros, siempre dan un plus.
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