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La vida del trotamundos Cellerino: la relación con la leyenda de Real Madrid y la experiencia paranormal que vivió en México
-Raúl, ¿quién es ese tipo con el que todos quieren sacarse fotos?
-¿Tu sabes quién soy yo?
-Sí, Raúl, ¿pero quién es él?
-Claro, me conoces porque juego contigo. De otra manera ni te hubieras enterado.
Raúl González, uno de los mayores ídolos de la historia de Real Madrid, tuvo ese breve diálogo con el rionegrino Gastón Cellerino en diciembre de 2015. Fue en la antesala del último partido de la carrera del máximo goleador de la historia de la selección española. Ambos eran jugadores de New York Cosmos, de la segunda liga de los Estados Unidos. Y por esos días, el vestuario del equipo norteamericano era un desfile de figuras internacionales que se acercaban a rendir homenaje a la estrella que se retiraba. Por cierto, el hombre por el que preguntaba Cellerino era Fernando Hierro.
“Tengo que ser sincero. No veo fútbol. No me gusta ver partidos. El fútbol es mi trabajo, con el que gano la plata con la que mantengo a mi familia, pero no conozco demasiado. Dos o tres veces me tocó ir a la platea por estar suspendido y me aburro, termino yéndome a hacer otra cosa”, reconoce. De Raúl tiene un excelente recuerdo, y Raúl también debe tenerlo de él. El argentino le permitió retirarse campeón, aunque sea en una liga de segundo orden en los Estados Unidos. Y no es una exageración. En aquella definición contra Ottawa, metió el hat-trick con el que su equipo se impuso por 3 a 2.
Más allá de que no es un fanático para ver fútbol, le gusta jugar. Y también recolectar recuerdos de sus partidos. Tanto que tiene una colección de más de 400 camisetas de todo el mundo que su madre le guarda en Viedma. Porque Cellerino es un trotamundos. A los 30 años, ya jugó en diez países distintos: Argentina, Chile, Perú, Uruguay, Bolivia, Estados Unidos, México, España, Italia y Malasia. Ahora vive a 20 minutos del centro de Kuala Lumpur y juega en Felda, un equipo de la Super Liga malaya.
La dificultad de abrirse camino fuera del sistema
Cada comienzo le planteó dificultades a Cellerino. En su infancia pasó por varias escuelas sin lograr constancia. Siempre lo terminaban echando. Su mamá, Marta Grasso, le dijo que tenía que tomar una decisión. Que si quería dedicarse al fútbol iba a tener que hacerlo con responsabilidad. Contra todas las convenciones, detectó que el estudio no iba a ser un camino y lo empujó a conectarse seriamente con una actividad para que no desaproveche su vida. A los 13 años comenzó a jugar en las inferiores de River, el equipo del que es hincha, pero no le fue bien. Después de un regreso frustrado a Viedma, encontró su segunda oportunidad en una prueba que Boca hizo en La Emilia, en San Nicolás. Compartió equipo con Pochi Chávez, Fernando Gago y Nicolás Bertolo, entre otros.
Pero apenas jugó un par de partidos en la reserva y, al ver que allí tampoco tendría oportunidades, salió a buscarlas por el mundo. Literalmente.
Un buen paso por Universidad de San Martín de Porres, en Perú, le hizo ganarse una prueba en Peñarol. Allí chocó con la realidad de los futbolistas que recién empiezan. “Tenía el pase en mi poder y en las prácticas estaba muy bien, pero me pidieron que firme y ceda el 50% de mi pase. Me pareció que no correspondía que me sacaran lo mío. No sé si mi carrera hubiera sido otra, pero la verdad es que no me arrepiento de haberme ido”.
Incluso lo dice pese a lo que le pasó inmediatamente después en otro fallido intento en México. Llegó a un acuerdo con Alacranes, de Durango. El club lo alojó en una vieja casona junto con un compañero mexicano, Oscar, donde, según él mismo relata, tuvo una experiencia paranormal. “Todo el mundo al que se lo cuento se caga de risa, pero yo estuve ahí y sé lo que pasó. Era una residencia de tres pisos que tenía 20 habitaciones y 15 baños. Al principio estábamos bien, pero por las noches empezamos a sentir ruidos, chicos que corrían en la planta baja. Una noche me golpearon la puerta y no sabía qué hacer, me quedé encerrado. Al día siguiente le pregunté a mi compañero si había sido él y me dijo que no, que a él le pasó lo mismo. Yo tenía la habitación en el primer piso y cuando escuchaba ruidos no me animaba a salir. Bajar por la escalera era de terror. Pasé dos noches sin dormir y en un entrenamiento me desmayé de lo cansado que estaba. Mis compañeros me preguntaron qué me pasaba y les conté. Ellos se volvieron locos y les exigieron a los dirigentes que nos cambien de casa. El lugar en el que estábamos viviendo había sido un orfanato y lo cerraron porque varios chicos habían muerto ahogados en los baños”.
Rangers, el club de su vida
En 2008 cambió su vida. Cuando llegó a Rangers, de Talca, en el fútbol chileno. Hizo 22 goles, uno muy recordado con una espectacular chilena y nunca se sintió tan bien: “Tengo decidido que es el club en el que me voy a retirar. Toda mi familia es hincha de Rangers”. Llegó porque un ex compañero suyo de la Universidad de San Martín, Enzo Gutiérrez, le dijo que el técnico le había preguntado si no conocía un buen 9 de área.
Para esa época ya había decidido continuar su carrera sin representantes. “Prefiero manejar todo yo. Hablo y arreglo lo que quiero. Cuando los dirigentes me dan el contrato, lo veo y se lo paso a Juan Pablo Pachón (el representante de Teo Gutiérrez), que lo revisa y me dice si hay que corregir algo, pero nada más. Con un representante podría tener mejores equipos, puede ser, no sé, pero también podría amargarme mucho más”.
La gran temporada en Chile lo llevó a Europa. Jugó en Livorno, en Italia, y en Celta, en España, donde conoció a Sabela, su mujer, con quien tuvo dos hijos (Noah, de 4 años, y Allie, de 8 meses). Ellos lo acompañan a todos lados. Para darse el gusto de jugar en la Argentina, llegó a Racing en 2011. Jugó poco y tuvo de técnicos a Diego Simeone y Alfio Basile. Volvió a Chile, pasó por Estados Unidos, tuvo una escala en Bolivia y ahora, en Malasia.
El golazo de chilena en Rangers
No tiene problemas para adaptarse. Y encuentra la forma de sentirse siempre como en su casa. Hasta en Kuala Lumpur se las arregla para hacer asados con su compañero Lucas Cano, ex Argentinos Juniors. “Estamos a 20 minutos de la ciudad, que es impresionante, y lo único que hay que tener cuidado cuando salís a comer es con el picante, que le ponen de todo y a todas las comidas”. No necesita hablar malayo, tampoco sabe inglés. “Me alcanza con decir ‘no spice’”, se ríe. Las comunicaciones en su nuevo equipo son con un kinesiólogo brasileño, con el que intercambia algo de portuñol. El resto es disfrutar de su familia y tratar de hacer su trabajo (algunos goles, en este caso). Para él es suficiente para ser feliz. No importa el lugar en el que le toque estar.
Otro golazo, de tijera, contra Racing en la Libertadores 2016
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