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Carlos Timoteo Griguol: historias inéditas de un DT-educador, que dejó un legado que fue más allá de los títulos ganados
Las imperdibles anécdotas de un hombre que fue mucho más que un entrenador
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“Al Viejo lo tengo siempre conmigo”, dice Alberto y se toca el bolsillo interior del saco azul, del lado izquierdo. “¿Qué guardás sobre el corazón?”, se le pregunta. “Una foto”, responde. Alberto es Beto, el Beto Márcico. Empezó a jugar con Carlos Griguol en Ferro en 1980 y colgó los botines con él como DT, en Gimnasia y Esgrima La Plata, en 1998. Quizás sea el mejor comienzo para graficar lo que fue Timoteo para el fútbol argentino. Pocas veces un nombre dice tantas cosas y no dan lugar a confusiones.
“¿Sabés lo que tenía Timoteo? Que formaba muy buenos grupos. Quería gente educada, inclusive nos daba la impresión de que priorizaba la educación al talento del jugador. Por supuesto que alguna capacidad había que tener para jugar en un equipo profesional, pero… entre un deportista más correcto y uno menos, el Viejo se quedaba con el primero”, cuenta Márcico en “Timoteo, el nombre que el fútbol guardó para siempre”, el libro escrito por Claudia Valerga. Allí queda claro que –pese a que Griguol ya no está físicamente presente- permanece haciendo escuela. Porque, en definitiva, eso fue por encima de todo: un educador, un formador de personas que además jugaban al fútbol.
Márcico fue un emblema de su ideología. El propio Timoteo, según cuenta Claudia, afirmaba que podía jugar en cualquier lugar de la cancha, hasta de zaguero central y exquisitamente de cinco porque jugaba con la cabeza levantada y tenía una gran visión de toda la cancha. Pero como le “gustaba más el arco que el dulce de leche, el 9 le quedó pintado”. Griguol falleció el 6 de mayo de 2021, pero se mantiene vivo entre sus dirigidos, en cada enseñanza: “Timoteo además buscaba que quienes formábamos esos grupos, quienes lo rodeáramos, fuéramos felices. Siempre se preocupaba por ese aspecto. El tipo estaba muy atento para solucionar los problemas que pudiera tener alguien, tanto en lo futbolístico como en la vida privada. Cuando yo o cualquier jugador acudíamos buscando un consejo, ahí estaba su atención, y te juro que iba por todos los caminos para solucionar inconvenientes que pudieras tener. No paraba hasta encontrar la solución”, relata Márcico.
Siempre se supo del costado humano de Griguol: “No me vengan a decir que lo único que saben hacer es jugar al fútbol ¿Qué van a hacer cuando se retiren? ¿De qué van a vivir?”, trataba de concientizar a sus jugadores quien dirigió 1139 partidos, de los cuales ganó 454, empató 391 y perdió 294, y dejó una huella imborrable en Ferro y Gimnasia. En Caballito fue campeón invicto del Nacional 82 y también ganó en 1984. Y logró tres subcampeonatos: Metropolitano 81, Nacional 81 y Metropolitano 84.
El libro cuenta anécdotas increíbles. Uno de los jugadores que más apreciaba y, al mismo tiempo, que más multas pagaba, era Oscar Román Acosta: “Una noche, previo a un partido como local que jugábamos frente a Independiente, Fantaguzzi y yo íbamos doblando por las Cinco Esquinas de Caballito. Con mi auto, porque no concentrábamos. Con tanta mala suerte que el Mirafiori de Griguol se paró al lado mío. Quedé cara a cara con Betty (la mujer de Timoteo). Fanta se agachó y yo también. El auto quedó solito, ahí parado, a pesar de que la luz del semáforo se había puesto verde. Al otro día, Timo me dijo de todo. Me acusó de que yo iba con una piba rubia de pelo largo, ¡y era Fantaguzzi! Me parece que esa vez también fui al banco. Yo estaba enojadísimo, pero el Viejo, a pesar de todo, me adoraba. El tipo conmigo fue un padre, un fenómeno. Los ejemplos que me daba cuando me retaba, hicieron que aprendiera mucho para manejarme en la vida”.
En cuanto al estilo de juego, lejos de ser un equipo defensivo, como opinaban algunos, era un adelantado de la época, ya sea desde el aspecto táctico y el estudio del rival como de la preparación física. “Esto es inhumano”, llegaron a decirle al principio en una pretemporada algunos referentes, pero luego veían los resultados.
“A nosotros nos mandaban para adelante como locos, atacábamos con seis jugadores y defendíamos con 10. El Viejo siempre veía el arco de enfrente y cuando perdíamos la pelota, rápidamente teníamos que recuperarla. Tampoco se conformaba con el punto de visitante (en una época donde te daban dos puntos por partido ganado) y haciendo la media inglesa. Nosotros estábamos muy bien preparados físicamente, recuperábamos bien agrupaditos y, cuando teníamos la pelota, todos al ataque”, cuenta Márcico.
La sistematización del pressing, los entrenamientos con gran exigencia y las jugadas de pelota parada son cuestiones que surgían muchas veces de las charlas hasta la madrugada con León Najnudel, de quien importaba conceptos del básquetbol. “En el fútbol de ahora, hay que hacer maravillas en un metro cuadrado. En el fútbol de antes, había espacio para tirar para el techo. En la época que yo jugaba, un futbolista quedaba encerrado en un metro cuadrado solamente cuando entraba al baño”, comparaba Timoteo.
“A los jugadores que no tienen gran talento hay una sola manera de respaldarlos: haciéndoles sentir la confianza de la mecanización. Nuestras razones son el orden, el respeto y la disciplina. Y el lema es siempre mejorar lo anterior. Para nosotros era algo normal correr y jugar los 90 minutos, mientras que para los otros era un sacrificio”, explicaba Griguol. Se enojaba cuando a su equipo lo tildaban de “defensivo y aburrido”, ni que hablar cuando se utilizaba la palabra “antifútbol”, pero buscaba que eso no lo perciban los jugadores.
Una vez, en la concentración antes de un partido de visitante en Rosario, ante Central, usó el botiquín médico del Dr. Enrique Rotemberg para graficar una cancha. Armó dos equipos, uno con los comprimidos rosa de Sertal compuesto y otro gris oscuro, que era el Estreptocarbocaftiazol (las pastillas de carbón). Movía las pastillas para todos lados hasta las tres y media de la mañana.
“Griguol fue el único que se ocupaba de los detalles de la biomecánica personal de cada jugador. Les indicaba cómo tenían que poner el codo, cómo rotar el cuerpo, cómo era la postura de pelota-hombre y hombre-rival para que no se hicieran del balón, cuándo tenían que girar para la derecha o la izquierda. Se concentraba en el error posicional y lo corregía. Fue un adelantado. Era preparador físico sin serlo, médico sin serlo y psicólogo sin ser psicólogo. Tenía un don especial”, detalla Rotemberg.
En 1981 Griguol dijo: “En Ferro, hace más de un año y medio que no hacemos el llamado ‘fútbol informal’ ¿Por qué? Es una opinión muy personal que tengo acerca de un mal que aqueja al fútbol argentino: resolver todo con un picado. Esa es una manera de no darle seriedad al trabajo, es lo peor que se puede hacer”. Y sobre el valor de las prácticas afirmaba: “Un jugador ensaya una jugada dos veces, le sale bien y se da por satisfecho. ¡No! Que la haga 200 veces si es necesario porque así tiene más posibilidades de aprender”.
Oscar Garré recuerda: “Jugamos la semifinal del Nacional 82 con Talleres de Córdoba, un domingo a la mañana, en la Docta. Habíamos ganado 4-0 en la ida y la vuelta terminó 4-4. Pasamos a la final que luego le ganaríamos a Quilmes. Entramos al vestuario del Chateau Carreras festejando, gritando, cantando. En un momento entró Griguol y empezó a revolear botines, a gritar, a insultar; estaba enloquecido. Nos dijo que a un equipo que quiere salir campeón no le pueden hacer cuatro goles y, aunque en ese momento no entendíamos nada, con el tiempo nos dimos cuenta de que tenía razón”.
Un 30 de mayo, pero de 1984, Ferro 🟩 derrotaba 1-0 a River ⬜️🟥⬜️ en Caballito con este gol de Cañete y se consagraba campeón del Nacional 🏆 de la mano de Carlos Timoteo Griguol.pic.twitter.com/fE43wKPQvA
— VarskySports (@VarskySports) May 30, 2023
Víctor Marchesini, que luego pasaría a Boca, detalla cómo Timoteo estudiaba los rivales, sacaba ventaja también con eso y en las prácticas era muy sencillo para convencer a los futbolistas que no hagan cosas que no sabían: “Él nos decía: ‘No sean boludos, que los errores los descubran los rivales, no se los muestren ustedes’”.
En una entrevista con la Revista ‘Gente de Ferro’, se le preguntó a Griguol por su estilo como DT, de ¿dónde había surgido? “Siempre tenés algún profesor o maestro, amigo, vecino o hermano que te conduce por el lado bueno de las cosas. Yo tuve la suerte de contar con don Victorio Spinetto, que fue mi entrenador en Atlanta. El contacto que tuve con él era muy grande. Yo era el que metía la pata, el que saltaba mejor, el que me peleaba con todos. Entonces supo ver algo en mí”.
Había también un costado “cómico” de Griguol. Al Viejo le gustaba la disciplina, pero además le daba espacio al humor. Tenían un ritual los últimos días de cada pretemporada que el plantel hacía en el Hotel Luz y Fuerza, en Villa Giardino (Córdoba): los jugadores se disfrazaban, hacían todo tipo de personajes. Organizaba los Sketches del último día de pretemporada, los guiones para la actuación ante los turistas que compartían el hotel: “Había una publicidad de una conocida marca de autos donde salía un caballo arriba de una montaña. ¿Quién era el caballo? El Viejo. Él era la cabeza; y la cola, el Cai Aimar. Hicieron su presentación, pero no se bajaban del escenario; como la gente seguía aplaudiendo, ellos se movían dentro del disfraz de caballo. Yo le insistía: “Don Carlos, tiene que terminar, listo, vamos caballito… Y la gente se moría de la risa”, recuerda Enrique Polola.
“En los entrenamientos, cuando tenía que explicar algo, a veces te hacía reír. Te daba una patada y te decía: ‘Así te la van a pegar a vos si seguís así’. Y te hacía cagar de la risa: ‘Ves, así te van a empujar. Tenés que ser guapo’”, cuenta Márcico y agrega: “Era tan divertido que, cuando nos pusieron hidromasaje en el vestuario, él se metía con nosotros y nos empezaba a relatar las jugadas acertadas que habíamos tenido en el partido y, también, dónde nos habíamos mandado macanas. Era muy bizarro ese momento”.
Betty, su mujer de toda la vida, lo define en el libro como “una persona con la cual no se discutía porque siempre les buscaba soluciones a las cosas. Cuando perdía un partido, se acostaba y se dormía inmediatamente, cualidad que siempre le envidié. Decía: ‘No importa, el próximo lo voy a ganar’. Acto seguido, apoyaba la cabeza en la almohada y se dormía. Nunca lo vi malhumorado”.
“Entrenábamos en Pontevedra. ¿Qué faltaba? ¿un televisor? Él lo compraba y lo traía. ¿Había que pintar? Él se ponía a pintar. ¿No había máquina para cortar el pasto? Él compraba una y lo cortaba. Pero a Pontevedra se iba”, cuenta Víctor Hugo Marchesini, que luego sería su yerno.
Imperdibles anécdotas de cuando en un entretiempo en Salta, con Ferro perdiendo 0-2, les dijo a sus dirigidos en el vestuario: “Muchachos, les comunico algo: hay que salir a jugar el segundo tiempo, la AFA obliga”. El día que abrazó a Claudio Crocco después de un 5-4 ante Racing pero no para felicitarlo… Las charlas futboleras con Guillermo y Gustavo Barros Schelotto… Los boletines de Javier Valdecantos… Los detalles del Cai Aimar, su fiel colaborador, Enrique Polola, Luifa Artime, otros ejemplos de cómo ayudaba a su cuerpo técnico y jugadores a negociar mejores contratos con los dirigentes. Se involucraba, decididamente, para hacer el bien. Cómo surgió la idea de Germán Burgos para hacerle la merecida estatua...
Luis Fabián Artime, uno de los mejores amigos de Timoteo, cuenta: “La gente menciona a Bilardo y Menotti. No. Son ellos dos y Griguol. Maestros los tres. Y Griguol, con un perfil más muy bajo. Si hubiese tenido más exposición, hoy estaríamos comparándolo con Guardiola. Ojalá en el fútbol argentino hubiese muchos como él. Como técnico, nos sacamos el sombrero, pero en lo humano y en lo formador fue inigualable”.
Afrontó la enfermedad del virus de Guillain-Barré con hidalguía. Lo contrajo en el Mundial de México 86, a los 62 años. La sensación era como si uno tuviera los pies sobre un brasero, porque se produce una desmielinización de los nervios y provoca un gran dolor. A Griguol le había afectado las piernas y los brazos.
“¡Lloré tanto cuando murió, tanto! Lo amo, lo amé mucho. Yo creo que, si en este país ponés en la política a seis Griguoles, lo sacás adelante. Honesto, derecho, laburador, educado, respetuoso. Al tipo lo querían en todos lados”, opina Márcico.
Esta nota refleja apenas chispazos de un libro escrito con el corazón, que sirve para repasar conceptos del juego y visiones de un DT adelantado, pero sobre todo para terminar de descubrir su don de gente, su costado humano, cómo terminó siendo determinante en la vida de sus dirigidos más allá de los campeonatos y las victorias. Un documento para que ‘el legado Timoteo’ perdure toda la vida. En 2005, en apenas un extracto de una muy buena entrevista para ‘Gente de Ferro’, le preguntaron:
-Si no hubiese sido jugador, ¿qué hubiera elegido?
-Hubiese tocado el acordeón.
-¿Es consciente de que fabricó jugadores de la nada?
-La función del DT es ver lo que puede dar cada jugador, qué es lo mejor que tiene. Yo lo descubría.
-Tal vez hubiese sido más técnico para Boca que para River, ¿no?
-Para el hincha, sí. En River había que ganar los partidos con un baile extraordinario, y yo creo que el deporte no es así.
-¿Alguna vez fue al psicólogo?
-Sí, cuando estuve enfermo. Me divierto bastante con el psicólogo.
-¿Miedo a la vejez?
-No. Algún día me va a tocar.
-¿Hizo todo lo que quiso en la vida?
-Todo.
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