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Carlos Timoteo Griguol: el entrenador-docente que hizo grande a Ferro y ya es un mito
El DT falleció a los 86 años, luego de transitar una neumonía y contagiarse de coronavirus; el club de Caballito fue su casa, y allí vivió sus mejores años, coronados con los Nacionales de 1982 y 1984; sabio y puntilloso, su figura les da la bienvenida a socios e invitados que llegan a la sede del club, patrimonio de la Unesco.
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Carlos Timoteo Griguol es el Carlos Bianchi de Ferro. O el Marcelo Gallardo en versión verdolaga. “El equipo de Timoteo” se transformó en marca una registrada en los 80, cuando aquellos futbolistas de verde encandilaron a una patria futbolera acostumbrada a que los cinco grandes ganaran todo. Eran once jugadores que salían de memoria. Era, en definitiva, un equipo de autor. Tanto, que era un hábito escuchar durante la semana previa a los partidos a los rivales de ocasión con frases como “nadie quiere jugar contra Ferro. Es dificilísimo”.
No hubo (y probablemente no haya jamás) un entrenador tan influyente en la historia de Ferro como Timoteo. Porque no es “Carlos”, ni “Griguol”, sino Timoteo. Sin aquel equipo que llegó a la Libertadores y que ganó dos torneos Nacionales (82 y 84, desafiando al River de Mario Alberto Kempes o al Boca de Diego Armando Maradona) yo no era de Ferro. Mi abuelo materno, fanático verdolaba de toda la vida, me regaló un banderín con el escudo del club el día en el que Ferro ganó su segundo título. Es uno de mis tesoros más preciados. Se lo debo, en definitiva, a Timoteo. Sin ese equipo, no habría banderín, no habría identidad; no sería mi club.
Hay muchos como yo, que crecimos en los 80 con ese equipo que se defendía con la misma fiereza con la que atacaba. Quizás no supiéramos la lección de tercero o cuarto grado. Pero sí sabíamos, de memoria, aquella última línea que tantas veces puso una pierna milagrosa para salvar un gol hecho. Porque los futbolistas de Timoteo se brindaban por una causa colectiva, siempre más importante y fundamental que lo individual. “Basigalup; Agonil, Cúper, Marchesini y Garré”, recitábamos ayer. Recitamos hoy; añoramos hoy.
El busto de Griguol que da la bienvenida a los socios e invitados en la sede de Ferro, sobre la calle Federico García Lorca, es mucho más que un monumento. Mucho más que un reconocimiento al entrenador que hizo grande al club. El homenaje se le hizo en vida. El entrenador (eso será siempre Timoteo, un entrenador de fútbol) lo disfrutó como un niño, pese a la enfermedad; pese al paso inexorable del tiempo. Tuvo su premio al dirigir a River y exportó su visión a Europa, al frente de otro equipo emparentado con el verde: Betis. Estuvo a minutos (y un gol de la Chancha Mazzoni) de hacer campeón a Gimnasia de La Plata. En ningún lado se sintió tan querido como en Ferro, su casa.
Porque, parafraseando al Barcelona, Ferrocarril Oeste era mucho más que un club para Don Timoteo. Dirigía al equipo de fútbol en El Templo (ese es el nombre popular del estadio Ricardo Etcheverry) y era habitual verlo un par de horas más tarde en la tribuna del Héctor Etchart hinchando por el equipo de básquet, que supo armar otro gigante de los vestuarios como León Najnúdel. Timoteo era Ferro y Ferro es Timoteo. Cuánto duele escribirlo en pasado; es mejor sostener el presente. Lo mantiene vivo.
“Es nuestra historia”. Así definió un importante dirigente actual de Ferro a Carlos Timoteo Griguol. Pocas figuras del fútbol argentino tan queridas como “Timo”. En YouTube, el archivo millenial, están las risas de otro Carlos (Bilardo) antes de un clásico platense. Griguol le hizo al entrenador pincharrata la clásica arenga en el pecho, reservada para sus futbolistas. Se confundió (o no) a su colega. Ambos rieron. ¿Qué otra cosa podía hacerse con Timoteo?
También está online su famoso insulto para el Yagui Fernández, en la cancha de Ferro, su cancha. “¡Toda la semana diciéndote lo mismo! ¡No sé qué m...querés hacer! ¿Querés salir campeón? ¡De la c...de tu hermana!”. Fue en la victoria del Lobo por 1 a 0 ante su equipo de toda la vida. Fernández dejó la cancha tras una falta en la mitad de la cancha a Humberto “Bochón” Biazzotti. A Griguol lo enfocó la cámara mientras Fernández se iba al vestuario. La gorra, que tantas veces usó para publicitar los “Fideos Manera”, casi se le resbala de la cabeza. Porque “El Timo” también podía sacarse.
En el fondo, Griguol era (¡maldito pasado!) un docente. “La casa propia, antes que el auto”, aconsejaba a los suyos. Y podía llegar a desprenderse de un futbolista si no le hacía caso y prefería estar motorizado antes que tener un techo propio. A sus jugadores que también estudiaban les pedía los boletines. Los vagos, fueran de botines o de delantal, no tenían lugar en sus equipos.
“Él no se ocupaba sólo de que aprendieras a jugar a la pelota, nos reuníamos cada dos o tres meses y nos preguntaba qué hacíamos con la plata, la mayoría se compraba un auto y él se enojaba porque decía que lo primero era ayudar a los padres”, recordó en Cadena 3 uno de sus mejores discípulos al borde de la cancha: Carlos Aimar, dirigido por “Timo” en Rosario Central. El Cai agregó: “Traía especialistas para que te explicaran lo que eran la drogas, también para aprender cuándo tener sexo como jugador profesional”.
Carlos Timoteo Griguol fue futbolista, entrenador, docente, formador de futbolistas, adelantado a su época; un sabio de la pelota que hizo grande al club de su vida. A partir de hoy es un mito. El mito Griguol.
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