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Carlos Bianchi y Ramón Díaz, en el punto límite
Los dos técnicos más ganadores de Boca y River buscan que su imagen del pasado no se desdibuje en el presente
Los comienzos de Boca y River en el torneo Final tienen un denominador común que es la decepción, aunque la actualidad de ambos equipos muestran particularidades que generan diagnósticos diferentes.
Entre las similitudes, la más importante es tener sentado en el banco de suplentes como capitán del timón al entrenador más exitoso de su historia en su tercer ciclo. Mientras Ramón Díaz superó el cambio de dirigencia y busca revolucionar al Mundo River con un título que se le niega desde 2008, Carlos Bianchi comenzó este segundo año desde su vuelta con la necesidad de sumar un trofeo a las vitrinas del club xeneize.
Las exigencias y el tiempo son otro patrón común que comparten River y Boca, ya que ambos comenzaron este semestre de exclusiva competencia local sabiendo que sólo el título es una opción válida para terminar este temporada pre-mundialista.
Tras no lograr la clasificación para la Copa Libertadores, los dos técnicos eran conscientes de la presión que sufrirían en cada una de las 19 presentaciones en este ajustado calendario del torneo Final.
En la raíz de este escenario adverso radica una de las diferencias entre ambos equipos: mientras Boca vivió un verano de angustias con dos derrotas y un empate en los superclásicos, River reavivó su ilusión en el mes de enero y con el estreno con triunfo ante Gimnasia en el Monumental.
Boca acumula 102 días sin victorias en doce partidos disputados (siete oficiales y cinco amistosos), situación que vuelve tenso el momento de un plantel y la actualidad de Carlos Bianchi, que parece sufrir cada actuación de su equipo.
A River, en cambio, se le desinfló el énfasis inicial con el empate en Rosario del último domingo y la derrota ante Godoy Cruz en el Monumental.
El pasado pesa en ambos casos porque la lejanía de los buenos tiempos potencia la hipótesis de golpes de timón.
Las dirigencias de uno y otro club no demuestran un respaldo unánime a los legendarios técnicos y eso contribuye a un estado de incertidumbre y desconcierto.
Mientras que el Beto Alonso fue el portavoz del disconformismo con Ramón y la figura de Enzo Francescoli como manager le quitó el poder omnipresente que tenía Ramón en River, el propio DT mantiene su discurso de perfil bajo, aunque confiado de que su equipo será protagonista.
En la vereda de enfrente la situación es aún más tensa. El propio presidente Daniel Angelici utiliza los medios para enviar ultimatums al técnico: afirmó que no le temblará la mano para remover al DT más trofeos de la historia xeneize.
En lo estrictamente futbolístico, las defensas son el gran Talón de Aquiles en ambos equipos, en un escenario donde, además, los rivales ya no tienen el mismo respeto que en otros tiempos hacia los dos grandes referentes del fútbol argentino.
La anemia ofensiva completa este cocktail desolador porque mientras Fernando Cavenaghi marcó el primer tanto de un delantero en la campaña de River, el Boca de Bianchi sigue esperando por el estreno en las redes de sus referentes ofensivos.
Por último, el enésimo regreso de Juan Román Riquelme y la recuperación de Diego Perotti son las esperanzas para torcer este arranque para el olvido en el mundo xeneize.
Sin embargo, esperar soluciones mágicas de uno o dos jugadores no logra ni consigue disimular un funcionamiento deficiente que parece necesitar más que el regreso del ídolo o el desembarco el debut oficial de un refuerzo.
En tanto Ramón, que recién pudo repetir en la fecha pasada una misma formación, vuelve a tener que armar un rompecabezas con piezas que no encajan y complican el futuro.
En este camino sinuoso y lleno de obstáculos parece que River y Boca comparten un andar errático que no tendrá un final de cuento para ambos: uno -o los dos- tendrán que sufrir un cambio de rumbo para salir de este estado de crisis.
Lo cierto es que la historia parece estar en jaque: Carlos Bianchi y Ramón Díaz no pueden revalidar viejos pergaminos en esta tercera etapa, aunque ingrato sería condenar el pasado por este presente en pos de tratar de reescribir el futuro.
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