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Carlos Armúa, el preparador físico “trotamundos” de Turdera que trabajó en 32 clubes de 11 países. Su historia
Conoció a Guardiola y a Van Gaal; se enfrentó con Maradona y dirigió a Son Heung Min
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Su carrera tiene tantos años como el primer título mundial de la Argentina. A la selección la conoció mientras todavía se hacía cargo de la conducción técnica César Menotti, aunque el Flaco solo estaba en la Mayor: Carlos Alberto Armúa trabajó para la sub-23 olímpica en la víspera de los Juegos Olímpicos de 1980. Los campeones del mundo se entrenaban en Buenos Aires, mientras que el conjunto olímpico, dirigido por Federico Sacchi, lo hacía en un predio en Tucumán. Días después, los juveniles se subirían a un avión con destino a Rusia, pero desconocían la tormenta política que se avecinaba. Tampoco sabían que la Argentina adheriría al boicot a la mayor cita deportiva del planeta. “Me quedé sin nada”, lamenta Armúa, el preparador físico de los mil sellos en su pasaporte que sufrió a un Maradona adolescente.
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Iba a ser la oportunidad de su vida, pero se le desgranó entre los dedos. Armúa trabajaba como preparador físico desde hacía dos años. Fue Temperley el club que le dio su primera oportunidad, en 1978. La anécdota del boicot a Moscú es una de las tantas que acopia, después de una larga trayectoria en el rubro del fútbol que corrió sin descansos desde 1978 hasta 2021. En ese lapso, pasó por 32 clubes de 11 países distintos (incluyendo dos selecciones), según la versión actualizada de su currículum vitae. A su manera, infunde amor por el entorno del fútbol: “Nunca le dije que no a un nuevo destino”, dice con las cejas levantadas. Es una especie de “Loco Abreu” en el apartado de los cuerpos técnicos. Argentina, Ecuador, Colombia, Bolivia, Qatar, Suiza, Arabia Saudita, Corea del Sur, China... Tan solo una introducción a la lista de países en los que puso la rúbrica. Y su camino no solo es rico por lo sucedido fronteras afuera: antes de pegar el salto, recorrió muchos kilómetros en el interior de la Argentina.
Carlos Armúa nació en Turdera el 22 de noviembre de 1949, se recibió de preparador físico en 1972 y echó a andar... Oriente Petrolero, Temperley, Remedios de Escalada, Atlanta, Liga de Quito, Emelec, Aucas, Douglas Haig de Pergamino, Wilstermann, The Strongest, Deportivo Tolima. La lista es interminable. “En el futbol, el cambio es normal. A mí me gustaba y me gusta viajar. Se dio lo que yo quería”, dice para LA NACION, y añade: “En muchos de esos equipos, estuve más de una vez”.
“Creo que la cultura está por encima de todo”, teoriza sobre cómo un país construye un estilo de juego. Piensa que “la cultura perdura” en todos los países, y que impacta más que cualquier otro factor que pueda influir en eso, como la voluntad de un técnico que propone una manera diferente de practicar fútbol o, también, las tendencias globales. De esto sabe. Presenció diversos escenarios en el universo de la pelota: desde el multicultural Sion de Suiza, donde había futbolistas de catorce nacionalidades diferentes, hasta el hermetismo de la selección surcoreana, en la que reina la cultura jerárquica.
Continúa el listado: El Porvenir, Tigre, Deportivo Morón, Belgrano e Instituto de Córdoba, San Martín de Tucumán. “Mi señora e hijos se acoplaban, me acompañaban a todos lados”.
Su vínculo con el fútbol sobrevino por herencia. Su padre, Juan Pablo, también un apasionado, acostumbraba visitar los potreros de zona Sur con el objetivo de armar equipos infantiles para arrojarles el guante a los clubes grandes. Una especie de cazatalentos. “Salían a competir”, describe sobre esa aventura que se repitió tanto que, una vez, uno de esos conjuntos hizo un buen partido contra una división infantil de Racing. El club de Avellaneda, entonces, decidió contratar a su padre como delegado de divisiones inferiores.
Carlos observaba la profesión de su papá y deseaba hacer algo similar: “Cuando me recibí de PF, me volqué hacia el atletismo. Estuve bien rumbeado en ese rubro... Lo hice por los métodos de entrenamiento. Pero después de cinco años, quise aprovechar las amistades de mi papá y pedí trabajos, porque esa era mi pasión, el futbol”. Así, pues, tocó puertas y consiguió trabajo en el club que se emplazaba en la entrada de su barrio: Temperley.
De qué manera lo sorprendería esa primera oportunidad en el fútbol: el 9 de noviembre de 1977, en su primer torneo como miembro del banquillo [el Metropolitano 1977], le tocó enfrentar a Diego Maradona tan joven como portentoso. “Fue en un Temperley vs. Argentinos Juniors, en el Alfredo Beranger”, rememora. En aquel partido, el club de zona Sur se jugaba la permanencia en la categoría. “En la charla técnica, todos hablaban de Maradona, pero el DT, Roberto Iturrieta, hacía más foco en Carlos Fren; decía que él era el motor del rival”. Luego de mucho suspenso, el Gasolero ganaría por 2 a 1 aquel encuentro. “En el partido se notaba que era un jugador diferente”, agrega sobre el memorioso crack.
El triunfo ante Argentinos sirvió para prorrogar la llegada de la peor noticia, pero, a final de temporada, el descenso de Temperley fue inevitable. Y todo quedaría aún más empañado por una desprolijidad de la dirigencia del Celeste que terminó vaciando los vestuarios. “En el ´77, los jugadores quedaron libres porque desde el club se olvidaron de mandar el telegrama”, explica. “En ese momento, los futbolistas pertenecían a los clubes, viste... Era otra época”. En esa situación, Armúa volvió a dar la nota con un gesto de amateurismo: reunió a todos aquellos que quedaron sin contrato y los entrenó en Parque Lomas.
El remolino político que le birló sus chances de selección
“¿Cual es el sueño del pibe? El sueño del pibe es trabajar con sus ídolos”, asevera, convencido. En 1980, él tuvo esa chance.
Recibió una oferta formal para formar parte del cuerpo técnico de Federico Sacchi, entonces entrenador de la sub-23 olímpica y ex jugador de Racing Club, Boca Juniors y Newell´s Old Boys. Sacchi era su ídolo. “Un jugador del carajo era; tenía una pinta y una presencia impresionante”, lo describe Armúa.
Sacchi había clasificado a la selección para los JJ.OO de Moscú en el preolímpico de Colombia. Estaba pautado que la delegación regresase y fuese directamente a Tucumán para continuar con los preparativos para la cita olímpica, y en ese interín, un dirigente contrató a Armúa para que sea el preparador físico de ese equipo porque Ricardo Pizzarotti, quien ocupaba ese puesto, “ascendía” al CT de Menotti, que dirigía a la mayor. Estuvo a prueba, primero. Pero luego, un “estás confirmado” de su héroe lo sumó oficialmente al banquillo. Juntos, serían testigos de la cocción de aquel boicot.
-¿En qué momento se enteraron de que no iban a poder viajar?
-Entrenamos normal el primer día. Y a la tarde del otro día sube Rogelio Poncini [el ayudante de campo de Menotti] y dice: “Profe, parece que hay boicot y no vamos a ir”. Siguieron entrenando porque era extraoficial, pero se notaba que sucedía algo por el amontonamiento de periodistas en el hotel. Me quedé sin nada. El equipo se disolvió y no entrenamos nunca más.
El salto a oriente, antecedido por una aventura en Sudamérica
De Temperley a Colombia. Con un paso gigante que sobrevoló Bolivia y Brasil, llegó el primer destino internacional en 1978: Deportes Tolima. En el medio aparecería aquella chance en la selección olímpica, y luego seguiría la racha de viajes por el continente americano y el interior de la Argentina, hasta llegar al primer reto lejano: la selección de Arabia Saudita. Pero con escalas: Ecuador, Bolivia, Perú, Paraguay...
-¿Cómo se daba el primer contacto? ¿Qué creés que motivaba a tantos clubes a contratarte?
-Increíblemente, de la misma manera que conseguí mi primer laburo en Temperley por las amistades de mi papá, fueron mis amistades las que me trajeron a la mesa todas esas propuestas. Y a mí me gustaba viajar. Por ejemplo: en el año ´82, mi padrino de casamiento, Antonio Mercuri, era arquero de Temperley. Se fue contratado a Ecuador, a Deportivo Quito. Allá habló con dirigentes y les recomendó que me contratasen. Dijeron que sí y me subí a un avión. Y mirá: ese año, en Ecuador, nos hicimos [con su padrino de casamiento] amigos de los argentinos que jugaban en otros equipos. Uno de esos jugadores, que después terminó siendo empresario, me contactó años después por una oportunidad en Bolivia. “Sí, vamos”, le dije.
Esa fue una de las 3 experiencias que tuvo en Bolivia. Se fue de aquel país, pero regresó por la amistad que mantenía con un jugador de fútbol, Ariel Wiktor. “Wiktor se iba a Oriente Petrolero, de Bolivia, con Néstor Clausen, y necesitaban un PF. Nuevamente dije que sí”. Y una vez más, la cartera de contactos le rendía frutos. Clausen, con quien entabló una sólida amistad en el club boliviano, lo llevaría años más tarde a Sion, de Suiza.
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En 2005, un vuelo de más de 15 horas lo depositó en Arabia Saudita. “Formaba parte del cuerpo técnico de Gabriel Calderón”. Calderón fue aquel entrenador que los dirigentes echaron injustamente luego de que clasificara a la selección saudí al Mundial 2006 de manera anticipada. “Fue una cosa inexplicable”, se queja. “Esa selección fue clasificada sin perder, y yo me perdí el Mundial”.
De ese capítulo de vida, Carlos tiene dos recuerdos marcados: el Ramadán y la personalidad de sus jugadores. “Uno de los chicos del plantel era policía. ¡¡No sabés lo que era verlo fuera de los entrenamientos!!... Una noche, estábamos comiendo en un restaurant y había un tipo que tenía la música del teléfono muy fuerte. Entonces él se levantó y le pidió que la baje. Lo asustó. Tenía un nivel de autoridad muy alto.
-¿Cómo administraban los tiempos durante el mes de Ramadán?
-Los chicos se despertaban a las 5 am (cuando salía el sol) para rezar. Luego se volvían a dormir. Adecuábamos los horarios de entrenamiento y alimentación para el rezo. En Qatar [estuvo allí en Al Arabi Sports Club en las temporadas 09/10 y 13/14 y Al Sailiya Sports Club entre 2010 y 2012] era parecido: nos adaptábamos. Al bajar el sol, ellos podían tomar y comer. Entonces comían una merienda fuerte, descansaban y hacían la digestión. Comenzábamos a entrenar a eso de las 21.30. En Medio Oriente era fácil, pero en Suiza no: allá teníamos solo un par de jugadores musulmanes. Entonces, pasa lo siguiente: no podés entrenar a esos cuatro jugadores a determinada hora.
-¿Y cómo solucionaban eso?
-Al estar en otro país, ellos cumplían con el rito igual, pero el club les exigía que no lo hicieran. Entonces se negociaba... Lográbamos que ellos hicieran un “Ramadán Sui Generis”.
En adelante, las amistades como gancho para conseguir trabajos. Una infinita lista de acquaintances que lo convencía de seguir entregando su pasaporte en los puestos de migraciones y de sumar sellos en las páginas de visados. Poco más adelante, lo esperaban los Alpes.
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La amistad entre Néstor Clausen y Carlos Armúa nunca se desdibujó. Incluso después de varios años de aquella experiencia en Oriente Petrolero. El santafesino, que formó parte del plantel argentino en México ´86 como jugador, fue contratado por Football Club Sion, de Suiza, y no dudó en enviarle un mensaje de texto a su PF del club boliviano: “Che, ¿querés ir a Suiza conmigo?”.
La respuesta de Carlos seguramente hubiera sido recomendada por su corrector de texto de haber existido los smartphones en aquel entonces: “Claro, ¡vamos!”.
Pero la mala relación de Clausen con los directivos de la entidad adelantó el final de esa dupla: “Se peleó con los dirigentes y marchó a Football Club Lugano. Yo me quedé [...] Si me iba en ese momento, quedaba mal con el club”. Entonces el entrenador argentino fue reemplazado por Uli Stielike, un ignoto mediocampista de la selección de Alemania Occidental que ganó la Eurocopa 1980. Sería [Stielike] su jefe en Sion y luego se lo llevaría a la selección de Corea del Sur y al Tianjin Jeda de la Superliga de China.
“Se dio”, reflexiona Armúa.
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Corea del Sur asalta a los desconocidos con una cultura diferente, homogénea, pero no en mundillo de la pelota, donde, desde la exitosa campaña de Guus Hiddink en el Mundial 2002, el aporte extranjero es agradecido. Ese país peninsular, rodeado por mar y la hermética Corea del Norte, fue el punto más lejano en el que Armúa trabajó. Es que, se trata de la antípoda por excelencia de Turdera. Más lejos, imposible.
“A una reunión con los dirigentes de la KFA (Korean Football Association) llego 5 minutos antes y me recibe un directivo. «Profe, un gusto, ya estamos todos», me dice”. La puntualidad asiática, precisa como la matemática, fue uno de los rollos que más lo sorprendieron.
-¿Cómo se manejan los humores en el fútbol asiático? Son culturas muy jerárquicas, con gente más introvertida que el argentino promedio...
-Ellos tenían el asunto del respeto hacia el mayor. Uno más chico no le podía dar una orden a otro mayor. Nosotros tratábamos de que, futbolísticamente, ellos saltearan eso; es decir, que dentro de una cancha pudieran darse indicaciones, independientemente del respeto que inculcase el concepto de la diferencia de edad. Acá [en Argentina], es distinto. Nosotros decimos “¡¡La p... que te p...marcá!! A veces nos alentamos insultándonos... Pero eso no se permite en la cultura asiática, donde impera el respeto y las jerarquías. Son sumamente disciplinados. Nosotros intentábamos que pasen un poco la raya.
Ese cuerpo técnico tomó las riendas el 5 de septiembre de 2014. Había material para competir: un plantel representado por la estrella de Tottenham, Son Heung Min, y dos promesas coreanas sub-20 que entrenaban en La Masía (Lee Seung-woo, quien llegó a ser apodado como “El Messi coreano” y que hoy actúa en Sint-Truidense, de Bélgica y Paik Seung-ho, hoy delantero de Jeonbuk Hyundai Motors F. C). En el debut, Corea del Sur derrotó a Paraguay por 2-0 en un partido amistoso. Después agarró vuelo y anduvo a velocidad crucero al quedar segundo en la final de la Copa de la AFC (Confederación Asiática de Fútbol) y clasificar, dos años más tarde, a la selección surcoreana al Mundial de Rusia 2018. No obstante, lo lograron con altibajos de nivel en el medio, y fueron despedidos.
-¿Hay alguna selección asiática que veas mejor que antes... una que, quizá, pueda complicar a Argentina en el Mundial?
-Creo que las dos que mayores posibilidades tienen son Japón y Corea del Sur. También Australia, que, si bien juega en la misma Confederación, está “escapado” de alguna manera. Australia tiene buenos jugadores en determinados momentos, pero su fútbol es distinto, es más parecido al inglés. Pero desde el funcionamiento y la técnica: Corea y Japón. Su principal falencia es que no tienen la figura desequilibrante, excluyente.
“Nunca digas nunca jamás”
-¿Estás retirado?
-Te respondo con el título de una película: “Nunca digas nunca jamás”. No sé. Mi señora, mi esposa, mi mujer... me retiró. Yo, todavía, tengo un fueguito interno. Veremos. Nunca se sabe... De cualquier modo, no hay nada por ahora.
A Stielike y Armúa se los vería trabajando juntos por última vez (hasta ahora) en China, donde los sorprendió el primer y original brote de coronavirus. Aquella Cepa Wuhan.
Vivieron en directo la primera cuarentena del mundo, los primeros hisopados y la edificación de aquel colosal hospital descartable que construyó el régimen de Xi Jinping... Volaron los 800 kilómetros que separan la capital surcoreana con la ciudad china de Tianjin, recostada a media hora de viaje hacia el sudeste de Pekín. Llegaron al gigante asiático en medio del auge económico de aquella liga, de modo que no se sorprendieron demasiado al cruzarse con viejas estrellas oxidadas entre sus dirigidos (y muchas veces, en el equipo rival). Como John Obi Mikel. El nigeriano había decidido cambiar radicalmente su carrera tras 11 años en Chelsea, y marchó a Oriente.
Es que, la carrera del veloz volante llegaba a su apoteosis, como quizás también lo hacía la de Armúa, que ya merecía el título de “Una vuelta al mundo”, pero no en 80 días, porque Jean Passepartout no habría podido trabajar en tantos equipos con ese margen.
“Son Heung Min era un enamorado de la pelota; me pedía permiso para quedarse hasta tarde, luego de cada entrenamiento”, dice sobre el crack coreano. “Quiso sacarse una foto conmigo”, bromea al mostrar una foto con Pep Guardiola que fue sacada en alguna de las giras de Bayern Munich en Medio Oriente. “Esta otra es de cuando ganamos los East Asian Games con la selección de Corea”, agrega sobre la tercera que levanta. La cuarta lo muestra caminando junto a la Guardia Suiza en el Vaticano. Son miles de imágenes, y en el cajón tiene más... Junto a una taza de café, reposa una última captura. En ella, Carlos discute de táctica con un hombre árabe que viste su suriyah. Ambos están parados sobre la línea de cal de una cancha en Riad.
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