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Campeones y finales en Europa: Guardiola toca otra música
De las tantas fotos del último fin de semana, comienzo con el descenso de Leeds. El dueño italiano Andrea Radrizzani ni siquiera fue a la cancha. Los hinchas pedían su partida. Y las de varios jugadores. Dos años atrás todo parecía tener destino de grandeza. La crítica incluye también hoy al sofisticado sistema de fichajes antes admirado. Leeds, que perderá unos 120 millones de dólares por el descenso, se despidió el domingo de la Premier League goleado por 4-1 en casa por Tottenham. Y eso que el veterano Sam Allardyce, el tercer DT en la temporada, aplicó su conservador esquema de cinco defensores en línea. Leeds cerró el campeonato con sólo siete victorias y con 78 goles en contra. La culpa de la debacle, entonces, no eran las “locuras” de Marcelo Bielsa. “Volvimos a la Premier con una explosión”, graficó un hincha en las redes. “Nos vamos con un gemido”.
Elijo ahora las coronaciones de PSG en Francia y de Bayern en Alemania. Nueve de los últimos once campeonatos ganados por el primero. Once de once el segundo. Ciclos que deberían ser históricos. Pero no. Las crónicas cuentan que PSG fue recibido por apenas tres aficionados al volver a París. Bayern, a su vez, no esperó siquiera una hora para anunciar el despido a sus dos máximos gerentes deportivos, Hasan Salihamidzic y Oliver Kahn, a quien ni siquiera le permitió ir a la cancha el último sábado, en el partido de la dramática coronación. Bayern arruinó su propia fiesta. Lujo de poderoso.
En tiempos de reinado europeo, leíamos que el éxito de Bayern se debía a que el club era manejado por ex jugadores. Pero Kahn fue arquero. Y Salihamidzic, defensor o volante. Y, con ambos al mando, Bayern despidió primero al DT Julian Nagelsmann a mitad de temporada y con el equipo en la punta. Sufrió internas en su Junta Directiva, celos en el vestuario y rumores de amoríos picantes, filtraciones que dieron letra al amarillismo histórico del diario Bild. Fue otra vez campeón sólo porque Borussia Dortmund defeccionó sorpresivamente en casa. Porque varias pelotas salieron afuera por milímetros. Y porque falló un penal Sebastien Haller. El francomarfileño de 28 años quiso patear. El cierre ideal de su lucha contra un cáncer testicular maligno. Una historia tan conmovedora como la de Dortmund y sus hinchas fieles. Pero el fútbol nunca garantiza finales felices.
La tibia alegría del ya aburrido reinado de Bayern contrastó con el dolor solidario de Dortmund, con el gesto de sus hinchas que igualmente se quedaron en las tribunas para reconocer el esfuerzo de los jugadores, que a su vez agradecían y pedían disculpas abrazados en el campo. Emocionó más la derrota que la victoria. Suele suceder (y no sólo en el fútbol). Son tiempos en los que los poderosos compiten para ver cuál de ellos acumula más. A PSG y Bayern no les alcanza su monopolio nacional. En casa golean con sus presupuestos infinitamente mayores. Son dineros (inflados) que garantizan retorno sólo si también hay un título europeo (y no siempre, porque casi todos los clubes están en rojo, más allá del proclamado Fair Play Financiero). Y la competencia –sabemos– privilegia sólo a uno. Y nos decreta que ese “uno” es el mejor.
En eso anda exactamente Manchester City. El equipo inglés se consolidó como rey firme en su comarca (ganó cinco de las últimas seis Premier League y este sábado intentará sumar la Copa FA contra Manchester United). El gran objetivo es el del sábado 10 en Estambul: la final de Champions contra Inter. Chelsea, gran fiasco de la temporada (gastó 740 millones de dólares en fichajes), demostró que no todo es cuestión de dinero. Pero el emirato de Abu Dhabi, dueño del City, compra no sólo jugadores sino también clubes por todo el mundo. Y contrata además a los mejores abogados, porque el club sigue bajo investigación, acusado de violar los reglamentos económicos de la Premier, una causa que puede quitarle todos los títulos.
En rigor, acaso la gran diferencia del City respecto a otros poderosos de chequera similar sea Pep Guardiola. Si PSG es Qatar (una gran marca global que vende los nombres de sus megaestrellas), el City es Guardiola. El DT catalán siempre fue fútbol de autor, fuera con falso 9 (Messi en tiempos de Barcelona) o ahora con 9 triple X (Erling Haaland). Podrá ganar o perder las dos finales que le quedan. Pero una foto no es una película.
Es cierto: Guardiola vive experimentando y eso tiene riesgos. Y, con tanta elaboración y tanto protagonismo, sus equipos sufren el caos, ese rato de desorden inevitable (y por momentos maravilloso) que tienen los partidos. Pero lo disimulan bien. Porque compiten “jugando”, como me responde el colega Ignacio Benedetti. Se asocian para recuperar rápidamente la pelota y volver a atacar. Casi como cuando eran niños. Con Haaland, el City cedió acaso algo de elaboración, pero ganó en goles. Es una máquina casi perfecta. Charly García decía algunos años atrás que en muchas canciones modernas él sólo escuchaba ritmo, y que faltaban otros dos elementos esenciales: melodía y armonía. Aquí sucede algo parecido. Casi todos los equipos modernos tienen ritmo. Para ver también melodía y armonía, nada mejor que ver al City de Guardiola.
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