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Con Messi o sin él, el guión del clásico siempre lo firma Brasil
BELO HORIZONTE.– ¿Qué siente Brasil? Que ni cuando Argentina levanta la cabeza y se pone a tiro le puede ganar. La historia reciente de este clásico mundial agregó un capítulo más a la paternidad que el Scratch dibujó en las últimas dos décadas. El 2-0, que pone al dueño de casa en la final de la Copa América, no fue hija de la samba ni se vistió con esos típicos trajes mineiros, bien floridos, exhibidos en las fiestas regionales que colorean las calles de la ciudad estos días. Es que, por fin, la selección jugó aquí un partido prolijo, con enjundia siempre y con recursos ofensivos que no había mostrado por momentos. El principal, el más reclamado: la participación protagónica de Messi, el capitán, que se amigó con el terreno, con la pelota y sus compañeros y ayudó a estirar el misterio por el resultado final hasta que Firmino anotó el segundo tanto.
Se va la selección a San Pablo a jugar por el tercer puesto con la cabeza levantada, una imagen que no se compadece con lo mal que había empezado el campeonato. El fútbol es mágico: si se esperaba un dominio de Brasil, pasó lo contrario. Si se calculaba una Argentina más atada, entonces hubo señales inesperadas. Pero al final, se pongan las cosas del lado que se quiera, pasó lo de siempre: sea como fuere el nudo del partido, el ovillo de la victoria lo tira Brasil. Acá o en la China.
El gol de Gabriel Jesús
Brasil había salido del revoltijo de los primeros 15 minutos del partido con un golazo nacido en la calidad de Dani Alves, un futbolista al que el paso del tiempo hace mejor. Condujo con habilidad y abrió a la derecha en el momento exacto para Firmino. El delantero estaba donde suele ubicarse Gabriel Jesús, y Gabriel Jesús estaba en el lugar de su compañero: toque suave y a festejar. El Mineirao rugía por segunda vez en la noche; la anterior había sido durante la ejecución del himno, cantado hasta el final a capela con fervor.
El gol de Firmino
Hasta el gol, el partido había sido un compilado de jugadas nerviosas y piernas llevadas hasta el borde del reglamento. Ponía fuerte Paredes, talaba Tagliafico, metía Acuña, coprotagonista con Alves de un duelo picantísimo, que incluso les valió una amarilla a cada uno. Argentina mantenía la postura de sus tres delanteros y Brasil, más consistente, iniciaba todas las jugadas por la derecha, el espacio por el que se recostaba Arthur. No había situaciones de riesgo, pero sí la idea de que era el local quien manejaba los tiempos.
A Argentina el gol lo golpeó. Tardó más de cinco minutos de salir de la conmoción, y después produjo un tramo interesante, el que marcó la nueva letra del clásico. Apareció Messi, siempre vigilado por Casemiro, para traer la pelota desde el medio y abrirles camino a Lautaro Martínez y Agüero. Una combinación entre los tres, a los 26 minutos, abrió la puerta a lo nuevo. Enseguida, Kun cabeceó al travesaño un centro de Messi y a los 35' el 10 hizo lo mejor desde que empezó la Copa. Una corrida de campo a campo, con la pelota imantada a la zurda, terminó con un pase a Agüero que remató y encontró la pierna salvadora de Marquinhos. Hasta el final del primer tiempo la selección mantuvo esa postura más agresiva. Dejó en el aire la sensación de que incluso perdiendo, lo peor ya había pasado. Al fin de cuentas, Foyth había controlado a Everton, el cuco –cambiado por Willian en el descanso– y los errores groseros de Otamendi en la conducción no habían sido penalizados por Brasil...
Lo que siguió –después de una fallida salida al campo de Jair Bolsonaro en el etretiempo, más abucheado que aplaudido– fue una continuidad de ese dominio, pero acentuado por las llegadas sobre el arco de Allison. Brasil se acurrucaba, esperando por una posibilidad de echar a correr a sis delanteros a la contra, y Argentina aceptaba su papel. Mandaba en el medio y empezó a generar peligro: un remate de Lautaro y otro de De Paul fueron el anticipo de otro momento Messi; el capitán entró por la izquierda, remató y comprobó cómo el palo le devolvía la pelota: insistió en el rebote y ahora el balón se paseó por el área sin que un compañero la empujara. Argentina escribía el guion pero no encontraba el truco para dibujar el final de la escena.
Al fin había aparecido el mejor futbolista del mundo, inadvertido y vacilante hasta esta noche. Brasil estaba demasiado confundido como para salir de esos enredos, una lectura que también hacía los 50 mil hinchas locales, que trataban de levantar al equipo. Entonces, Scaloni dio un paso más: se jugó con Di María y Lo Celso como interiores, más aptos para ir que para volver, en la búsqueda de ese gol que a esa altura Argentina merecía. Pero el fútbol tiene libros enteros con historias así. Bastó que Gabriel Jesús encontrara campo para correr como no lo había hecho nunca Everton, que se llevara a la rastra a Pezzella y Otamendi y le regalara a Firmino el gol más fácil de su vida. Una devolución de gentilezas que le dio a Brasil una ventaja exageradísima y el aire que necesitaba. Era el principio del fin para la selección, en su partido más presentable del torneo. El mejor.
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